Los follones de los Borbones

Los follones de los Borbones

Lo de Corinna Larsen es todo menos nuevo. Históricamente, un Borbón se pierde entre amantes, infidelidades y sexo.

El rey Juan Carlos I y la reina Sofía en un acto con ministros del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, en 2004.AFP via Getty Images

Tener sangre Borbón y ser infiel son dos conceptos que, históricamente, van de la mano. Los detalles aportados por Corinna Larsen sobre la relación sentimental que mantuvo con Juan Carlos I durante cinco años, y que se rompió al saber que el rey estaba con otra mujer que ni era la reina Sofía ni la propia Corinna, no hace más que constatar que por las venas del rey emérito corre sangre Borbónica.

La Historia no miente aunque, como es normal en este tipo de cuestiones, no existe ningún documento oficial en el que se acredite que alguien ha sido amante de un monarca. Se tiene constancia de estas aventuras —que en algunos casos apenas son una cana al aire y en otros se prolongan durante varios años y deriva en multitud de hijos bastardos—, por los comentarios del pueblo, del personal de servicio o por la evidencia de que a determinado rey o reina se le ha visto más cerca de la cuenta con una persona.

Muchos Borbones españoles no lo han tenido fácil. Isabel II (1830-1904) es, probablemente, la que se topó con el mayor de los obstáculos. A la reina le arreglaron el matrimonio con su primo hermano Francisco de Asís. O lo tomaba, o lo tomaba. Cuando a la reina le revelaron el nombre de su futuro marido exclamó: “¡No, por favor, con Paquita no!”, aludiendo al gusto por los hombres… de él. Se cuenta que, años después, Isabel II reflexionó: ”¿Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba un camisón con más encajes que el mío?”. 

  Caricatura de Isabel II.HP

Por aquel entonces no existía Twitter, pero sí se ideaban jacarandosas coplas como esta que se dedicaba al rey y a sus gustos:

Gran problema es en la Corte 

averiguar si el Consorte 

cuando acude al excusado 

mea de pie o mea sentado

No resulta extraño, por tanto, que Isabel II buscase cobijo en lechos allende palacio. Oficialmente tuvo 12 embarazos —10 partos y dos abortos—, y en ninguno participó su esposo. Por la almohada de la reina pasaron el General Serrano (‘El general bonito’, como le conocía la reina), el escritor Miguel Tenorio, el ‘Pollo Arana’, El marqués de Bedmar… Una lista más larga que la de los reyes godos. Se cuenta que cuando Pío IX le concedió a la reina la condecoración de la Rosa de Oro de la cristiandad, justificó el reconocimiento con esta frase mitad alabanza mitad reproche: “Es puta, pero pía”.

No hay mal que por bien no venga, ya que los hijos que tuvo Isabel II con sus amantes propiciaron que corriera sangre renovada en la familia real española. De haber tenido descendencia con su marido y primo hermano, los problemas de consanguinidad hubieran sido evidentes. 

Su hijo Alfonso XII (1857-1885) tuvo un inicio de matrimonio igual de complicado que su madre, pero por otros motivos: pese a la oposición de Isabel II, contrajo matrimonio propio de telenovela con su prima María de las Mercedes a los 21 años. Enviudó apenas cinco meses después. La muerte prematura de ella por unas fiebres tifoideas hundió al monarca en la tristeza más infinita.

De esos polvos, los lodos que inspiraron la película ¿Dónde vas Alfonso XII?, protagonizada por Vicente Parra y Paquita Rico y que llevó a los niños de media España a cantar con desgarro en el patio del colegio esta tonadilla:

¿Dónde vas, Alfonso XII,

dónde vas triste de tí?

Voy en busca de Mercedes

que hace tiempo no la ví. 

La depresión de Alfonso XII llevó a la corte a tomar soluciones de emergencia. En Palacio se pensó que la mejor opción pasaba por sacar al rey y que le diera el aire. En una de esas salidas le llevaron a ver una ópera en el Teatro Real. Allí el monarca cayó deslumbrado ante la contralto Elena Sanz, 13 años mayor que él y con quien llegó a tener dos hijos ilegítimos.

El político Emilio Castelar la definió así: “De labios rojos, de piel morena, la dentadura blanca, la cabellera negra y reluciente como de color azabache, la nariz remangada y abierta, el cuello carnoso y torneado, una maravilla, la frente amplia como la de una divinidad egipcia, los ojos negros e insondables cual dos abismos que llaman a la muerte y al amor”.

En la novela Cánovas de los Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós no le escatimaba alabanzas: “Su belleza entra en el orden de lo monumental, y al pasar del escenario a la vida es un conjunto de gracias y seducciones que quitan el sentido”. 

  Elena SanzWIKIPEDIA

La idea era que se tratase de una amor transitorio, sin demasiadas consecuencias: el rey no podía contraer matrimonio con una plebeya y, para más inri, cantante. Al año de enviudar y ya calentando el lecho de Elena Sanz, le emparejaron con la austriaca María Cristina de Habsburgo, cuya rectitud y seriedad le ganó el sobrenombre de ‘Doña Virtudes’. Todo un brete para Alfonso XII: dos meses después de la boda, en 1880, su amante Elena Sanz dio a luz en París a su primer hijo con el monarca, al que bautizaron como Alfonso. Un año después vendría el segundo, Fernando.

Hasta que falleció a los 27 años, el joven rey desplegó toda suerte de encantos para conquistar a un buen número de amantes con las que aplacar su frenesí sexual: Adela Borghi, una mezzosoprano que, por orden de María Cristina, fue expulsada de España hacia París (“O echan Vdes. de este país a esa prostituta o yo regreso al mío”, escribió al presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo). También gozó de la esposa del embajador de Uruguay, con quien tuvo un hijo bastardo, o retozó con la guardabarrera Adela Almerich, con la que se apuntó otro hijo bastardo.

Fueron incontables sus amantes, pero ninguna como Elena, a la que Alfonso XII mantenía económicamente y cuyos hijos emprendieron una batalla legal en 1908 para ser reconocidos como de sangre real. Entre las pruebas, presentaron muchas de las cartas que se intercambiaron Alfonso y Elena:

“Idolatrada Elena: Cada minuto te quiero más y deseo verte, aunque esto es imposible en estos días. No tienes idea de los recuerdos que dejaste en mí. Cuenta conmigo para todo. No te he escrito por la falta material de tiempo. Dime si necesitas guita y cuánta. A los nenes un beso de tu (firma) Alfonso”.  

Se le atribuye a Alfonso XII una frase tan buena que, por eso mismo, es muy posible que no sea real. En su lecho de muerte convocó a su esposa para dictarle un testamento tan breve como contundente: “Cristinita, si muero guarda el coño y ándate siempre de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas”.

De Alfonso XIII se llegó a decir que llenó Madrid de niños bastardos

Su hijo Alfonso XIII (1886-1941), además de un reconocido pornógrafo fue popular por mantener relaciones extramatrimoniales sin tasa: tuvo hasta cuatro hijos ilegítimos y sus salidas nocturnas a fiestas y domicilios particulares durante la década de los 20 fueron de dominio público. La periodista Pilar Eyre no ha podido ser más rotunda: “Alfonso XIII se acostó con más mujeres que Julio Iglesias y Juan Carlos I juntos”. Que ya es decir.

No en vano, de Alfonso XIII se llegó a decir que llenó Madrid de niños bastardos. No era un comentario exagerado: sin certificado de paternidad disponible, se estima que tuvo un hijo con  Melanie de Graufidy, dos con Carmen Ruiz Moragas, uno con Juana Alfonsa Milán y hasta tres con Beatrice Noon. 

  Alfonso XIII y Victoria Eugenia, en 1906.Getty Images

Una afición que, como hasta cierto punto es lógico, a la reina Victoria Eugenia no le hacía demasiada gracia. Aunque no hay mal que bien no venga: el monarca compensaba cada infidelidad con una alhaja, lo que la hizo propietaria de una las mejores colecciones de joyas de la época. En cualquier caso, su relación estaba repleta de reproches y llegó a la sangre: la hemofilia (la sangre azul) que ella transmitió al heredero y a tres de sus hijos, llenó de amargura una relación que nunca fue buena.

De las decenas y decenas de amantes de Alfonso XIII hubo una por encima del resto: Carmen Ruiz, una popularísima actriz republicana de la época con la que mantuvo un romance que se alargó ocho años. “Quiero que seas pueblo, esta teta es pueblo, esta otra también —bajó el bastón por mi vientre causándome un delicioso estremecimiento y me sometí al navajeo erótico de sus ojos—, este coño es pueblo, ¿no ves, tontuna, que si quisiera una marquesa no me movería de la corte, no ves que las tengo a puñados?”, escribe Pilar Eyre en su novela sobre Carmen Ruiz, Carmen la rebelde. En una entrevista, Carmen Ruiz dijo del rey que “era desdichado, generoso y nos amamos mucho”. Falleció en junio de 1936.

Es la propia Pilar Eyre la que tiene el mejor remate para esta historia de follones reales: “El único que se ha salvado de momento de la maldición es Felipe, que Letizia tampoco se lo consentiría”.