Los efectos de entrar a Twitter y que los cadáveres se crucen con los memes
Seguir una guerra en redes sociales es extraño, pero desde la invasión rusa de Ucrania se ha convertido en una experiencia habitual. También tiene sus consecuencias.
“Una de las experiencias más extrañas del mundo moderno es seguir una guerra en redes sociales, porque el resto del contenido de esas plataformas no desaparece, sólo se mezcla con todo lo demás”. La frase es del cómico sudafricano Trevor Noah en su programa The Daily Show, pero resume bastante bien lo que siente cualquier individuo anónimo cuando entra estos días a sus redes, sean Twitter, TikTok o Instagram.
Así, en un timeline aleatorio –pero real– de Twitter, te topas con un anuncio de lencería, el meme de la chica rubia que prueba Kombucha, un tuit de un reportero de guerra con imágenes sensibles de Bucha (Ucrania), otro anuncio de comida a domicilio, más testimonios desgarradores de reporteros de guerra y un tuit de la cuenta andaluza Malacara parodiando una imagen de Yolanda Díaz e Íñigo Errejón.
“La primera guerra en TikTok”
Desde que comenzó la invasión rusa de Ucrania, el conflicto enseguida fue etiquetado como “la primera guerra en TikTok”. La disociación era tal que los jóvenes ucranianos explicaban con humor su vida en los refugios antiaéreos o incluso su huida del país. La Casa Blanca vio el filón, y reunió a treinta influencers estadounidenses para darles las claves de lo que estaba ocurriendo –desde el punto de vista de EEUU– y que estos contaran a sus seguidores la guerra en Ucrania y las implicaciones para la población de Estados Unidos.
“Las redes sociales hoy ya son un arma bélica más”, constata José Ramón Ubieto, psicoanalista y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.
Tragedia y humor, el “cruce de dos ríos”
El profesor estima que, por su misma idiosincrasia, las redes sociales muestran el “cruce de dos ríos”: por un lado, el drama humano de las víctimas y, por otro, el humor y la sorna de los memes y bromas que inundan tradicionalmente estas plataformas.
Llevándolo a la terminología psicológica, lo primero sería “el asunto real”, aquello que, de entrada, “no tiene sentido, no te esperas y te deja conmocionado”, es decir, “la guerra, la destrucción, la violencia”, explica Ubieto. Lo curioso es que, para tratar de entenderlo, “de digerirlo y de impedir que nos paralice”, una de las tácticas a las que recurre la gente es el humor. “Por eso cuando llegó la pandemia empezamos a mandarnos memes como locos”, compara Ubieto. “Es una manera de aliviar el dolor, de traducirlo en placer, según la tesis clásica de Freud”, señala. “El dolor lo tienes igual, pero, al menos, te ríes un poco”, ilustra el psicoanalista.
De este modo, en las últimas semanas en redes hemos visto las dos cosas: el dolor y la vía de escape. Ambas caras se han hecho aún más evidentes entre los jóvenes, más dados a usar Tiktok, donde los contenidos –en vídeo– son breves, directos, normalmente cómicos y con sus propios códigos lingüísticos. “Los adolescentes están tratando con sus comunidades virtuales este tema [la guerra] porque, al hablar de ello, también buscan una manera de entenderlo”, apunta Ubieto.
Banalización y desensibilización: los riesgos de estas “disonancias”
Pero igual que es una manera de aliviar el dolor y un esfuerzo por comprenderlo, la realidad a veces se desvirtúa en estas plataformas sociales. Según Ernesto Pascual, doctor en Ciencias Políticas y profesor de la UOC, las “disonancias de temas e imágenes” que experimentamos ahora en redes con la guerra en Ucrania ya se daban mucho antes de este conflicto. Lo que pasa es que “ahora se ha extremado, y puedes estar viendo los muertos en Ucrania al lado de un meme del bofetón de Will Smith”, comenta.
La guerra del Golfo, la guerra de Vietnam e incluso la guerra de Irak marcaron hitos en la forma de retransmitir los conflictos al mundo, pero el hecho de que los reporteros de guerra ahora cuenten el minuto a minuto en Twitter también lo cambia todo. Según Ernesto Pascual, las armas –la información– “son las mismas”, pero “adaptadas al medio que está vigente en cada momento”, en este caso las redes sociales.
Por eso surge el riesgo de que la forma de comunicar en redes produzca un efecto de “banalización” del conflicto entre la población, sobre todo en aquella que no se ve directamente afectada.
“La banalidad con la que ahora suelen tratarse los temas nos está lastrando”, advierte Pascual. Su mensaje, con el que anima a “reflexionar” sobre el tratamiento de la información –qué se transmite y cómo se transmite–, va más dirigido a los periodistas y medios de comunicación. “Hemos perdido parte de la profundidad de los temas, también por la rapidez con la que estos corren”, reconoce Pascual.
“Cada vez que la imagen se impone, hay un efecto de banalización”
El sociólogo David Redoli también apela al papel “clave” de los medios “tradicionales” para evitar que la información se “emponzoñe” y fomentar un “uso ético de las redes” en un momento crucial en el que, aparte de memes, cunden los bulos, la desinformación y el odio. “Hay que huir del sensacionalismo y de los reduccionismos”, defiende Redoli. “Eso será decisivo para que no nos desensibilicemos, aunque el riesgo es evidente”, admite.
Más allá de la mezcolanza de memes y fotografías cruentas de la guerra en redes, el psicólogo José Ramón Ubieto afirma que “cada vez que la imagen se impone [en una información], hay un cierto efecto de banalización”. “Las imágenes tienen este poder. A base de ver tantas, en realidad pierdes de vista lo que estás mirando, dejas de ver lo que está pasando”, señala.
Por otro lado, la repetición y la multiplicación de imágenes similares produce “una saturación”, apunta el experto, de modo que los dramas vitales al final acaban generando “indiferencia” en la población general, por muy duras que sean esas imágenes o esas historias. “Es una defensa física cuando uno está muy saturado”, explica Ubieto. “A medida que la crisis se va alargando, empieza a desaparecer del primer plano, porque la gente no puede resistir tanto tiempo eso”, dice.
Los impulsos “viscerales” que nos generan las imágenes
Tampoco es lo mismo enfrentarse a la información en redes siendo ucraniano, mientras están masacrando a tu pueblo, que interactuar desde el sofá de tu casa en Albacete sin que te ate ningún vínculo especial con Ucrania.
En el segundo de los casos, las imágenes de una Ucrania devastada, de una mujer embarazada herida o de una niña con la espalda escrita a boli por si se extravía o sus padres perecen en un ataque tendrán “un impacto”, pero no comparable al que sentirán quienes se vean directamente afectados por el conflicto.
Para la población general (española), en algunos casos las noticias provocarán un “impulso” a responder de forma solidaria y “visceral”, ya sea enviando dinero, vilipendiando a Vladimir Putin o plantándose en la frontera a recoger familias ucranianas. Pero esto, explica José Ramón Ubieto, es “una forma de calmar nuestra angustia”.
La realidad, en la mayoría de los casos, es que no conocemos a esas personas ni su contexto, y que lo que sentimos es “empatía digital”, aquella que se genera “a través de imágenes y no se suele acompañar de otros lazos más sólidos, más reales”, apunta el experto. En el contexto de Ucrania, además, esta empatía está reforzada por el hecho de que las víctimas son europeas, lo cual “facilita que nos reconozcamos con ellas y reaccionemos”, algo que no sucedió de la misma manera con la guerra en Siria o con la reciente crisis afgana.
No obstante, aclara Ubieto, la empatía digital pega fuerte al principio, pero después se va desvaneciendo. “Tiene las características y el riesgo de todo lo virtual: es fulgurante y rápido, pero al mismo tiempo es muy efímero e inconsistente”, advierte el psicólogo. Ubieto vaticina: “Al principio todo el mundo se presta bien a la acogida, pero pasa el tiempo, las ayudas desaparecen y esas familias tendrán que seguir con su vida. Probablemente, muchas se verán desamparadas”.