Los ecos de Praga
Durante los primeros meses de 1968, el eslovaco Alexander Dubcek alteró la política soviética introduciendo cambios innovadores. Su Socialismo con rostro humano buscaba la evolución de un sistema minado por la ortodoxia y la falta de libertad. El 21 de agosto de aquel año los tanques del Pacto de Varsovia pusieron fin a la experiencia. Una de sus consecuencias más notable fue el desgaje de los partidos comunistas más importantes de la Europa occidental.
En marzo de 1977 se dieron cita en Madrid Georges Marchais (secretario general del Partido Comunista Francés - PCF), Enrico Berlinguer (secretario general del Partido Comunista Italiano - PCI) y Santiago Carrillo (secretario general del Partido Comunista de España - PCE), para presentar en sociedad el eurocomunismo. Se trataba de una revisión doctrinal adaptaba a la realidad capitalista, fuera del marco prefijado por Moscú. ¿Cómo recibieron estas formaciones la invasión de Checoslovaquia?
Los comunistas italianos desarrollaban desde hacía tiempo una ingente labor teórica. Las ideas de Gramsci y Togliati dieron origen a la vía italiana al comunismo en 1947. En la década siguiente Nikita Kruschev comenzó su mandato reconciliándose con Yugoslavia y denunciando el estalinismo, hechos que parecían apoyar el nuevo rumbo emprendido en Italia. No obstante la invasión de Hungría en 1956 supuso un toque de atención al que el PCI no fue capaz de oponerse.
En los años 60 las transformaciones siguieron su curso, apostando por un comunismo policéntrico en el que la lealtad a la URSS fuera compatible con una visión autónoma. La colaboración con fuerzas democráticas, progresistas y de izquierdas, buscaba consolidar el arraigo del PCI en la sociedad italiana. El programa reformista de Dubcek recibió el apoyo explícito del PCI, en cuya esencia se veía reflejado. La invasión cortó de raíz las iniciativas políticas del Partido Comunista Checoslovaco (KSC), provocando una reacción difícil de gestionar. El PCI no solo pidió la retirada de las tropas sino que definió la acción militar como "injustificada" y "error de bulto". Si bien es cierto que no se produjo una ruptura con el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), su distanciamiento en la década de los 70 resultó ser definitivo.
Los comunistas franceses habían salido fortalecidos de la Segunda Guerra Mundial. Al igual que en Italia su actividad de posguerra se desarrollaba en la legalidad, alternando periodos de colaboración y aislamiento. Llegó a participar en el primer gobierno de la IV República. Aunque Moscú había criticado al PCF por su moderación, éste apoyó sin fisuras la intervención soviética en Hungría en 1956. Tampoco aceptaron de buen grado las críticas a Stalin del XX Congreso del PCUS.
La llegada de Waldeck Rochet a la secretaría general rompió con el ensimismamiento del partido al formar parte del Frente de Izquierdas en 1965. Detrás de esta estrategia se escondía el temor a ser desbordado por nuevos movimientos revolucionarios, algo que acabó sucediendo en mayo de 1968. Grupos estudiantiles de inspiración maoísta y libertaria devaluaron en las calles el papel hegemónico del PCF. Mientras tanto, las reformas de Dubcek eran acogidas con cautela. Consciente de la crisis que se avecinaba, Waldeck Rochet llevó a cabo intentos de mediación entre Checoslovaquia y la URSS. Evitar un desenlace violento era su prioridad. Cuando los carros de combate entraron en escena, el buró político expresó su "sorpresa y reprobación". La Primavera de Praga causó tensiones internas dentro del PCF, por lo que fuera suavizando sus críticas entre 1969 y 1970. Poco después Georges Marchais tomó la riendas del partido, rompiendo con las dinámicas del pasado y acercándose a las tesis del PCI.
En España la situación era bien distinta. La península se había convertido en una excepción que condenaba al PCE a la ilegalidad. Tras el fracaso del maquis, los comunistas apostaron por una estrategia a largo plazo. Entre 1948 y 1951 se pusieron las bases de la llamada Reconciliación Nacional. A pesar de su enfoque específico, el PCE secundó la invasión de Hungría de 1956, abortando cualquier intento de revisión.
Mientras los cambios de Dubcek tomaban forma, se celebró en Budapest la Conferencia Internacional de Partidos Comunistas y Obreros (CIPCO). Aquel cónclave sirvió para que el PCE y el PCI defendieran la multiplicidad de vías para construir el socialismo, en función de las peculiaridades nacionales. Ya entonces se temía una intervención soviética, así como el hondo desprestigio que causaría.
Tras la irrupción de los tanques en Praga el PCE dio a conocer su postura. Al igual que el PCI pedía la retirada de las tropas y desaprobaba el uso de la fuerza. Este comunicado, que no llegaba a condenar la invasión, provocó un choque con los sectores más pro-soviéticos del partido. Sin embargo la dirección no alteró sus enfoques y en la siguiente edición de la CIPCO de 1969, el PCE volvió a alinearse con los postulados del PCI. Santiago Carrillo veía imposible mantener la uniformidad del movimiento, adoptando la idea de diversidad expresada tiempo atrás por Togliati. La creación de la Junta Democrática de España en 1974 confirmó la estrategia autónoma e inclusiva del PCE.
Ni el antifascismo de los años 30 ni la victoria en la Segunda Guerra Mundial, lograron enmascarar la caducidad del régimen soviético. Tras la muerte de Stalin en 1953 un reguero de insurrecciones sacudió el bloque comunista: Berlin oriental, Polonia y Hungría. En vez de actuar sobre las contradicciones del sistema, éstas fueron sepultadas bajo una ola de represión. El Muro de Berlín, construido en 1961, auguraba un declive de consecuencias fatales.
¿Y la Primavera de Praga? Fue una consecuencia tardía del ciclo revolucionario 1953-1956, pues la labor obstruccionista del KSC contuvo temporalmente la contestación. En 1968 el pueblo checoslovaco tuvo al fin oportunidad de respirar. Mientras el Telón de Acero iba de más a menos, Europa occidental renacía de sus cenizas. Gracias al Plan Marshall (1948) y a los Tratados de París (1951) y Roma (1957) logró forjarse un modelo de progreso compatible con la libertad. El viraje ideológico del eurocomunismo llegó veinte años tarde, rehén de una ortodoxia incapaz de ser cuestionada desde la periferia.