Los cien mil hijos de San Luis
Se me escapa esa concepción del patriotismo de parte de la derecha española que se resume en que España es más importante que los españoles y las españolas.
En 1823, tras tres años de reinstauración en España de la Constitución de Cádiz, nuestro país fue invadido por Francia. El ejército francés de entonces, conocido por los Cien mil hijos de San Luis, funcionó como una suerte de internacional de la Restauración, una reacción del absolutismo extranjero que no quería permitir un sistema políticamente avanzado en España. Pese a lo que puede sugerir el que en nuestros textos escolares apenas se mencione el asunto, dando por sentada la ocupación sin más del país, España se movilizó y trató de resistir. Lo hizo últimamente en Cádiz, como se hizo durante la anterior invasión francesa, y allí el Gobierno se llevó a Fernando VII, el monarca constitucional. Al final, el Rey Felón, en connivencia con los franceses, traicionó de nuevo su juramento constitucional y se unió al colaboracionismo de las clases más conservadoras con el invasor y con ello se consumó la victoria extranjera. No es muy conocido ese hecho, pero la reinstauración del absolutismo en España y la persecución de los liberales, produjo el primer éxodo masivo de intelectuales de nuestra historia (se cifran en unos 10.000, muchos héroes con la anterior invasión francesa), una descapitalización de la que se beneficiaron otros países y que España pagó caro a lo largo del siglo. Pero lo importante es que lo más carca de la sociedad había retomado el control de un país que, a partir de entonces, se tornó irrelevante internacionalmente.
Ya en nuestros días, uno se pregunta qué tiene que suceder para que mucha de nuestra derecha arrime el hombro junto con un Gobierno que no sea de su agrado. Se me ocurren pocas cosas más graves que la crisis sanitaria que está viviendo el mundo y de manera muy intensa, España. Y podemos comprobar, día tras día, que el acoso al Gobierno es por tierra, mar y aire. No hay día que a través de redes sociales, o en ruedas de prensa convocadas inmediatamente después de una comparecencia gubernamental, la derecha ultra y la actual dirección del PP y sus voceros, no lo hagan así. Viene a la mente la imagen de alguien sacando agua e intentando taponar las fugas de una embarcación, mientras a su lado otro le empuja y constantemente le llama inútil. Y si se tropieza y se cae, o si desfallece por un instante, se ríe vociferante y señala al resto del pasaje: “¿Lo veis? Ya os lo dije”.
Se me escapa esa concepción del patriotismo de parte de la derecha española, sostenida a lo largo de nuestra historia, que se resume en que España es más importante que los españoles y las españolas. Y España es, en cada caso, aquello que más les conviene (o creen que les conviene). Se puede resumir en aquello de “dejad que se caiga España, que ya la levantaremos nosotros”, que enunció Montoro -según las palabras de Ana Oramas-.
No puedo entender que durante una crisis nacional de tal calibre ni siquiera se disimule una suerte de solidaridad con el Gobierno, aunque solo sea por rubor. Eso no excluye el sentido crítico, el derecho a señalar errores, el derecho a pedir explicaciones cuando algo no se comparta, y aún más, el derecho a tomar nota para cuando lo peor pase, todo de forma mesurada y con atención al tiempo que vivimos. Pero esto no. No esa inmisericorde batería lanzando cañonazos sin parar, ese lenguaje grueso llevado al límite de tensión verbal. Ante situaciones como las que estamos viviendo, se me escapa que en otros países de Europa, donde se está lidiando también con esta situación con más o menos fortuna, la oposición no haya cerrado filas con su Gobierno, al menos de manera formal. Se me escapa que, en nuestras horas más difíciles, alguien que se dice patriota no haga un llamamiento a la unidad nacional y, tan importante como eso, se comporte congruentemente a ese llamamiento después. Que dé ejemplo para que la sociedad no se desgaje.
Se ha establecido estos días un debate en el seno de la Unión Europea alrededor de la mutualización de la deuda y la solidaridad interior para combatir esta crisis. Muchos de los países de Europa hemos denunciado la actitud egoísta de algunos países del norte, y España ha liderado la defensa de estas posiciones: no lo hacemos solo por nuestros pueblos, que lo necesitan, lo hacemos para salvaguardar un futuro para la Unión. Hoy mismo leo en Twitter a un conocido senador del PP jugando inmoralmente con las cifras de muertos, y atacando otra vez no solo al Gobierno de España, sino al de Italia también; y defendiendo la posición de los gobiernos de Alemania y Países Bajos. Vale todo. No creo ni siquiera que este conocido personaje sea una persona esencialmente malvada o estúpida, creo que es simplemente un frívolo. No sé qué es peor. Otra vez jaleando a los Cien mil hijos de San Luis.
De la misma forma, después de una matraca de semanas acerca de la necesidad de parar la actividad económica del país y de una especie de competición obscena acerca de quién proponía la medida más dura, veo que los mismos que lo pedían ahora lo critican. Así, de la noche a la mañana, sin solución de continuidad. No tienen remedio.
He hablado desde el principio de una parte de la derecha y no lo he hecho solo por cumplir. He visto otra parte de la derecha, alguna con altas responsabilidades institucionales, aquí o en Europa, a la altura de lo que exigen las circunstancias. Una derecha a la que he alabado en redes sociales cuando he tenido la ocasión y para la que he pedido y pido respeto. También quiero hablar de una parte de la izquierda que tampoco sabe parar cuando la ocasión lo requiere. El impulso de una cacerolada antimonárquica durante estos días es un error terrible. Contenerte hasta que lo peor de esto acabe no te hace menos republicano, antes bien está más en línea con los ideales cívicos que debería comportar esta posición ideológica. Debemos evitar cualquier causa que nos divida, necesitamos estar más unidos que nunca en esta hora.
A pesar de todo, sigo siendo optimista. Será muy duro, pero tenemos una ciudadanía que en su abrumadora mayoría se crece ante las situaciones de emergencia. Una ciudadanía que es monárquica o republicana, de izquierda o derecha, religiosa, atea o agnóstica. Todos observando lo que pasa a través de su prisma y su forma de ver la vida, ninguno abandonando su sentido crítico, pero siendo conscientes de que el análisis profundo de lo que ha ocurrido tocará más adelante.
Un recuerdo sentido a las víctimas, mucho ánimo para las personas enfermas y nunca suficiente agradecimiento para quienes los/nos atienden. Fuerza y honor, ya queda menos para que se acabe lo peor.