Lo verdaderamente esencial
Este confinamiento ha puesto bastante en evidencia que podemos prescindir de la mayor parte de cosas, y esto tendría que traducirse en un consumo más racional.
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A medida que ha ido avanzando el confinamiento nos han ido llegando imágenes inéditas que nunca hubiéramos imaginado. Ciudades enteras sin ningún ser humano visible, calles desiertas, edificios cerrados. Como si los humanos hubiéramos desaparecido. Estas imágenes han afectado negativamente a algunas personas, las han entristecido e inquietado. Debo confesar que, lejos de desolación, he visto en ellas una calma y una gran serenidad, porque quizás viviendo en un contexto urbano muy turístico, empiezo a estar cansada de tanta gente concentrada.
Poco a poco hemos ido viendo que a veces nuestras calles, caminos o playas eran transitados por animales que normalmente no solemos encontrar. Paseando tranquilamente, reconquistando el espacio que los humanos les hemos ido arrebatando a base de concentrar cemento. Y también ruido y gases tóxicos. Más que nunca hemos vuelto a sentir los gorriones y muchos otros pájaros que normalmente el ruido del tráfico ahoga y que ya no somos capaces de captar. Parece ser que hay pájaros que, para comunicarse cuando están cerca de carreteras o espacios urbanos, han ido modificando el timbre de su canto, para poder oírse entre ellos. Todo ello nos lleva a pensar que quizás los que sobramos en el planeta somos los humanos que, con nuestra incontinencia y voracidad, acabamos estropeando todos los equilibrios. No se trata sólo de que no somos esenciales, quizás ni tan solo necesarios. Nos hace falta una buena reflexión.
Y hablando de esencialidades, también durante el confinamiento hemos sabido cuáles son los trabajos y servicios esenciales, a golpe de decreto. Hemos entendido –no sé si por mucho tiempo– que la mayor parte de las cosas por las que nos entusiasmamos y nos movemos, en realidad no las necesitamos, que podemos prescindir de ellas sin que nada se venga abajo. Esto también nos debería de hacer reflexionar a la hora de consumir de manera irracional. Nos agarramos a poseer, más que a disfrutar o a ser. A veces nos realizamos a través de lo material que podemos conseguir. Creo que este confinamiento ha puesto bastante en evidencia que podemos prescindir de la mayor parte de cosas y esto tendría que traducirse en un consumo más racional. De todas maneras, me temo que el mensaje dominante es volver donde lo dejamos, y ahora tendremos que consumir para ‘salvar la economía’. Mucha prudencia.
Y sin dejar las esencialidades, repesco unes declaraciones en mi opinión desafortunadas del ministro de Cultura y Deportes, José Manuel Rodríguez Uribe. A inicios de abril, después de reuniones con el sector cultural, no sólo no anunció ninguna medida, sino que dijo una frase que, siendo el ministro del ramo, lo desautoriza de entrada: “Primero está la vida, luego el cine”. No se trata de que yo no considere que la vida no es lo primero y muy importante, porque si no hay vida, no hay nada. Y es aquí donde quisiera enmendar la frase del señor ministro: “Primero está la vida, y no hay vida sin cultura”.
Si reflexiono sobre todo lo que nos ha resultado esencial en el confinamiento, porque es esencial para la vida, es la cultura en sus múltiples manifestaciones. Me pregunto qué es lo que no ha faltado ni podía faltar día tras día del confinamiento: la música, el teatro, la literatura, el cine, las artes plásticas... No nos quepa ninguna duda, si hemos podido resistir hasta aquí ha sido gracias al hecho de que el ‘sector cultural’ (a mí me gusta más los ‘creadores’) nos han alimentado con su arte y, además, de forma generosa y desinteresada en la mayoría de los casos. Y me digo que siempre son generosos los mismos, los que pagan siempre las crisis con inestabilidad laboral, con precios bajos, con unes cuotas de autónomos que a menudo representan poco o mucho lo que han ganado.
Si nos hemos podido desconfinar mentalmente ha sido gracias a una buena lectura que nos ha hecho vivir vidas distintas, que nos ha transportado a otros lugares donde el aire era limpio, o a paisajes que ya casi ni recordamos, a olores y climas olvidados. ¿Quién nos ha sacado de la tristeza, de la angustia, del desconcierto, del miedo, si no una buena música, una canción descubierta, una melodía apenas recordada, un concierto añorado? ¿Y quién nos ha ayudado a pasar las horas de desasosiego, sino el teatro que tan generosamente han puesto a nuestro alcance? Y ya no hablemos de la múltiples plataformas que nos han permitido gozar de paseos por museos desconocidos y visitar exposiciones no vistas. ¡Gracias a todos ellos hemos resistido!
Y esta función del arte, de la cultura es verdaderamente esencial, porque de hecho es la vida vivida con plenitud y dignidad. Con felicidad.
Quiero pensar que este sector será valorado por los gobernantes como un sector verdaderamente esencial a partir de ahora, porque sin ellos no hubiéramos sobrevivido. Los medios de comunicación también deberían plantearse qué dedican a deporte y qué a cultura y a qué cultura. Aunque no ha habido competiciones deportivas, las secciones de deporte siguen casi intactas, con anecdotarios diversos a menudo intrascendentes. El apartado de cultura suele ser una banalización que hace enrojecer. ¿Le damos la vuelta?