Lo que hay detrás de las imágenes de celebraciones este fin de semana
La culpa de lo del sábado la tuvo el ‘hype’ (entre otras cosas).
La madrugada del sábado al domingo en España se vivió algo histórico, o al menos eso creen los cientos de personas que salieron a las calles a celebrar que acababa el estado de alarma. A los que se quedaron en casa y al día siguiente vieron las imágenes en su móvil, en su televisor o en sus redes sociales no les hizo tanta gracia, e incluso muchos se indignaron.
Había motivos de sobra para enfadarse —actualmente hay 8.531 personas ingresadas por covid, 2.134 en UCI y 194 muertos en la última semana en el país— y, sin embargo, hay varias explicaciones (no necesariamente justificaciones) para entender por qué ocurrió lo que ocurrió este fin de semana.
Está el cansancio de la gente, la fatiga pandémica, el ver la luz al final del túnel, la necesidad de socializar, el hecho de que cayera en sábado e hiciera buen tiempo y, sobre todo esto, el bombo que se ha dado en las últimas semanas al final del estado de alarma, con la consiguiente sensación generalizada de que lo que pasaba ese día era algo realmente gordo. El 9 de mayo se puso fin a los toques de queda y cierres perimetrales en casi toda España, pero el resto de restricciones (mascarilla, horarios en hostelería, aforos) siguen en pie. La impresión en las calles, en cambio, era otra.
Las expectativas creadas en torno al 9M
“Era esperable que hubiera una salida relativamente espontánea de gente a celebrarlo”, opina Pedro Gullón, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública. “Se le ha estado dando mucho bombo las semanas anteriores. Literalmente, hubo medios que hicieron una cuenta atrás”, comenta el epidemiólogo. “Se ha entendido como fecha simbólica en todos los aspectos”, prosigue Gullón; igual que ha habido gente que ha dado por hecho que ese día se salía, “también ha habido otras personas que han dicho ‘oh, dios mío, ya no vamos a poder controlar el virus’, como si no hubiera otras medidas para controlar la epidemia”, apunta.
De algún modo, es lo que últimamente se conoce con el término en inglés hype (de ‘hipérbole’), que hace referencia a las elevadas expectativas que se generan algo, y en marketing se utiliza “como técnica para atraer a los compradores, creando un falso deseo por el producto que desean consumir”, según define Wikipedia.
Dicho de otra manera, ¿cómo iba a quedarse alguien en casa esa noche si resulta que tenía la oportunidad de vivir algo “histórico”? Hay otra expresión en inglés que puede explicarlo, y es FOMO (fear of missing out, o ‘miedo a perdérselo’), una sensación descrita como “aprensión constante de que otros pueden estar teniendo experiencias gratificantes de las cuales uno está ausente”.
“Esto es histórico, es historia del mundo”, decía un chico este fin de semana en Madrid; aunque luego una amiga suya matizaba: “Historia de Madrid, digamos”.
Recuperar la “sociedad capitalista, de consumo y del ocio”
Lo cierto es que las escenas de celebraciones, botellones, gritos y cánticos en pro de la ‘recuperada’ libertad se vieron en varias ciudades de España, no sólo en la capital, y no estuvieron protagonizadas simplemente por jóvenes.
“Los medios de comunicación han tendido a criminalizar a la gente joven, pero también ha habido gente adulta que ha actuado de la misma manera”, sostiene Ferran Giménez, sociólogo experto en movimientos sociales y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. “Ha habido una especie de catarsis colectiva, de decir: ‘Bueno, ya hemos recuperado lo que en teoría teníamos asumido que era nuestro: el tiempo de disfrute individual y colectivo’”, explica.
El sociólogo afirma que, con la pandemia, “saltó por los aires” una parte del modelo de “sociedad capitalista, de consumo y del ocio” por el que hay establecidos unos usos del tiempo “ligados al sistema productivo y al disfrute del tiempo libre”. “Esta parcela [de ocio y consumo en el tiempo libre] no sólo sirve para socializar, sino para liberar frustraciones y compartir experiencias, casi como un ritual de consumo colectivo que a su vez retroalimenta el resto de la cadena productiva”, argumenta. Mucha gente sintió este fin de semana que había recuperado esa “parcela” que el coronavirus le usurpó hace más de un año.
Una situación “difícil de evitar”
Para José Ramón Ubieto, psicólogo, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y autor de El mundo pos-COVID, esta reacción vista en una parte de la población era “esperable” porque “después de 15 meses de pandemia, de restricciones, de pérdidas acumuladas y de la angustia por la incertidumbre que todavía sentimos, ahora parece que vemos un poco la luz al final del túnel gracias a la vacunación”. “Es normal que el cansancio y la fatiga pandémica produzcan un efecto de este tipo”, apunta el psicólogo, que en cualquier caso lo veía “difícil de evitar”.
Sin pretender restar gravedad a las celebraciones en masa de este fin de semana, los tres expertos consultados sí tratan de relativizar estos hechos. En primer lugar, porque da la impresión de que ese ‘estallido social’ fue cosa del momento, y no necesariamente algo que vaya a repetirse todos los días; en segundo lugar, porque hay escenas de riesgo similar o mayor que no causan tanto escándalo, por ejemplo los interiores de bares y restaurantes a reventar o las fiestas en casas, que no han dejado de producirse durante el estado de alarma.
“No creo que estas celebraciones de un solo día supongan un gran cambio en el sentido estrictamente epidemiológico”, sostiene Pedro Gullón, que recuerda que “también en Génova [la sede del PP en Madrid] hubo mucha gente el martes” celebrando el resultado electoral y no por eso va a haber un repunte significativo de casos. El efecto de las aglomeraciones de este fin de semana, considera Gullón, “es mucho más simbólico”, al “generar tensión y enfado en cierta gente”, principalmente en los sanitarios, que lidian a diario con las consecuencias del virus, y en familiares y víctimas del covid.
Gullón advierte de que este fin de semana ya se ha registrado un aumento de casos en Madrid con respecto a la semana anterior, “así que si dentro de dos semanas sube la incidencia no creo que sea por las aglomeraciones del sábado, sino porque ya se venía produciendo de antes”, señala. Actualmente, la tasa de incidencia de la Comunidad de Madrid es de 302 casos por 100.000 habitantes, frente a los 188 de la media nacional.
El epidemiólogo confía en que “lo de este fin de semana no tenga continuidad ni haya un cambio de comportamiento en todo el mundo”. “Los fines de semana anteriores ya ha habido botellones y fiestas en casas”, recuerda Gullón. Sin ir más lejos, el fin de semana pasado se desalojó a cerca de 1.200 personas de fiestas ilegales por todo el país y la semana anterior, a mil. Sólo en una finca de Ciempozuelos (Madrid), la Guardia Civil encontró a 400 estudiantes en una macrofiesta el 30 de abril, una semana antes de que acabara el estado de alarma.
“Las únicas medidas que se acaban con el estado de alarma son el toque de queda y el cierre perimetral; el resto, cada comunidad autónoma va con su desescalada”, apunta Gullón. En esto mismo lleva insistiendo las últimas semanas el Gobierno central, que de momento descarta aprobar normas adicionales para hacer frente a la recta final de la pandemia.
“No todo el mundo ha respondido igual”
Volviendo a lo que ocurrió este fin de semana, José Ramón Ubieto recalca que las imágenes de aglomeraciones corresponden sólo a una parte minoritaria de la población. “No todo el mundo ha respondido igual. Hay gente que cree que todavía no hay nada que celebrar, y otros que no son propensos a grandes aperturas”, señala.
El sociólogo Ferran Giménez tampoco cree que la falta de responsabilidad haya sido la norma en esta pandemia. “El movimiento negacionista ha sido una explosión de hiperindividualismo, de no querer tomar ninguna responsabilidad con respecto a tus congéneres, pero ha sido minoritario”, insiste. “Luego ha habido otra parte de la población, sobre todo en barrios con cierto carácter comunitarista, donde se han creado redes vecinales” que han sido el contrapunto a ese individualismo feroz, recuerda.
“No creo que el egoísmo haya sido un rasgo definitorio en la pandemia, ni que ahora seamos más egoístas de lo que lo éramos antes”, coincide Ubieto.
¿Dos varas de medir?
El psicólogo considera que este fin del estado de alarma ha sido distinto al anterior —que terminó el domingo 21 de junio de 2020— porque la población tiene la sensación de que este será “el definitivo”. “Ahora la gente no sólo celebra una desescalada, sino que empieza a pensar que esto se está terminando”, razona.
Ferran Giménez aporta otro punto de vista distinto, y señala al “relato” que se está dando desde instituciones y medios de comunicación, que en su opinión juzgan situaciones similares con distintas varas de medir. “Nadie se ha echado las manos a la cabeza por ver el metro a reventar en hora punta cuando la gente va a trabajar, porque eso se considera ‘normal’, una obligación y un riesgo que hay que correr. Ahora vemos ese mismo tipo de aglomeración, pero con otros fines, que son lúdicos, y entonces sí decimos: ‘Qué barbaridad’”, plantea.
Su colega José Ramón Ubieto incide también en que “los políticos no han estado a la altura de lo que se espera de ellos como gestores de la cosa pública”, y cita “las contradicciones, las diferencias de opinión ventiladas en el terreno público, la disparidad de criterios y los tira y afloja”, que no han ayudado “en absoluto” a la población, sino que han contribuido a exacerbar esa fatiga pandémica. “No sé si la desescalada se podría haber hecho más progresiva, pero seguro que sí se podía haber hecho con más coherencia”, sostiene.
En cualquier caso, Ubieto confía en que la explosión de celebración de este fin de semana no se repita con tanta fuerza en los próximos días. “Cuando abres la gaseosa, sale disparada la primera vez. La segunda sale ya más suave”, ilustra.