Llega un otoño vestido de grises cenizas
¿Dónde han quedado los pasillos seguros para el resto de pacientes no-covid? ¿Qué hace falta para que este país reaccione?
Aún recuerdo aquellas palabras que escribí cuando el verano asomaba por nuestras ventanas y balcones, y los meses duros del confinamiento se convertirían para muchos en un recuerdo imborrable por los que quedaron atrás, mientras que otros aguardaban ansiosos por volver a la que se calificó de “nueva normalidad”, que solo poseía de nuevo el adjetivo.
Entonces relataba estas líneas «no valdrá acudir en unos meses a la frase “no esperábamos una nueva ola tan fuerte” (y que no venga en forma de temporal), ya que todos los expertos nos recuerdan a diario que el virus continua entre nosotros, no se conoce todavía un tratamiento efectivo y la vacuna tardará. No deberíamos hablar de un pasado que todavía es presente, dado que las heridas no han cicatrizado. Tampoco es fácil pasar página porque aún no se ha terminado de leer un libro sobre el que no se ha escrito el final». Le diré al lector que no poseo una bola de cristal, solo basta con observar, escuchar los mensajes y pensar, unas acciones sobre las que pocos se ponen de acuerdo y lo peor es que la iniciativa o empuje en la toma de las mismas no se realiza por quienes tienen en sus manos la gestión de esta emergencia sanitaria, ya sea en el ámbito nacional o regional, que hoy por hoy siguen pensando en cómo se ha de actuar cuando ya estamos inmersos en otra ola.
No ha hecho falta esperar a esta estación que ahora se inicia, y en la que el campo se tiñe de un festival de colores, el viento y la lluvia soplan más fuerte, porque tenemos encima una pandemia que nunca se ha ido y somos conscientes de que tardará en ser controlada. No hay que ser un experto para saber que iba a pasar, o, ¿sí? ¿Dónde quedan los avisos a navegantes de que el camino no era el correcto? Es cierto que se van a tomar o se están tomando medidas para crear un “escudo social” y de reactivación de la economía, si bien me pregunto ¿dónde está el escudo sanitario? Sí, uno que resista sin quebrarse ante los envites que lleva soportando durante meses. Ambos precisan de unos recursos que de algún lugar han de salir, porque perdónenme, pero ante esta tesitura no vale acudir al “Dios proveerá”.
Una crisis sanitaria sin precedentes precisa de medidas igualmente excepcionales y los avisos han quedado en los buzones o en las bandejas de los gestores esperando a que por sí solos se desvanecieran con el calor del verano, o creando esa inmunidad de rebaño que no ha sido, ni será suficiente.
Cierto es que ha habido y se siguen produciendo comportamientos irresponsables, pero no considero que sea la regla general, dado que la mayoría actúa con la precaución exigida y sigue las recomendaciones. Lo que si aprecio como paciente de dolor crónico es que se ha politizado una pandemia que sirve de reproche para unos y otros, al tiempo que los recursos humanos y materiales que se llevan solicitando desde hace seis meses por los centros de salud de atención primaria, a los que se ha colocado a modo de barrera de infantería se les ha dejado solos. Sin apoyo táctico y en una mal llamada guerra, si careces de unas buenas líneas de defensa y no conoces ni aplicas una estrategia adecuada, aquellas caerán y el avance será de nuevo imparable. Entre tanto, se repiten una y otra vez los mensajes por parte de los expertos en salud como Joan Carles March (@joancmarch) dirigidos a la “unidad de criterio” en la adopción de las medidas. Ahora bien, el receptor de estos mensajes estimo que no los escucha o quizá solo le lleguen los ecos. Igualmente, hace unos días las sociedades médicas se unían pidiendo equidad y protocolos iguales en todos los territorios, algo que por su pura lógica no merece más explicación.
En este tiempo los pacientes crónicos nos hemos visto obligados a quedar en las salas de espera de nuestros hogares, agarrados a una cuerda que ya no aguanta. He acudido a este símil porque muchos nos vemos avocados a tratar de sostenernos sin arnés y viendo cómo aquella se tensa cada vez más. En la primera ola se nos pidió permanecer en nuestras casas con el fin de evitar el colapso del sistema sanitario y cuando llegó la “nueva normalidad” emergieron los problemas en los pacientes crónicos y de tantos otros tras meses de ausencia de tratamientos, pruebas e intervenciones postergadas.
Como ha recalcado Rafael Bengoa, quien fuera director de Sistemas de Salud de la OMS: «Tenemos el mejor sistema de agudos, pero la gestión de los crónicos es muy deficiente” (refiriéndose a los pacientes). Y quien pide un plan para proteger a los enfermos “no Covid” ante una nueva oleada del virus, ya que volverán a ser pacientes de tercera.
Regresan los llamados “planes de elasticidad” de los hospitales ante el incremento imparable de casos, lo que supone la vuelta a la posposición de toda la asistencia no urgente, esto es, de nuevo “aparcados” a la espera de un tratamiento o intervención. Y volvemos a la mencionada cuerda que no soporta más sin el peligro de romperse, porque detrás están unos pacientes que precisan asimismo de asistencia sanitaria para no empeorar en su poca calidad de vida. La mayoría ha visto que la atención presencial se ha sustituido por la telefónica, que no siempre y en todos los casos es lo apropiado si has de explicarle por ejemplo a un profesional cómo es tu dolor y que este realice un diagnóstico adecuado. Los profesionales conocen los datos y saben que muchos empeoraron durante la primera ola ante unos tratamientos que se aplazaban o suspendían sin fecha de retorno, a la par que el dolor va consumiendo las pocas fuerzas físicas y emocionales que te restan, puesto que este no comprende de esperas y la cuerda suele romperse por el lado más débil.
¿Dónde han quedado los pasillos seguros para el resto de pacientes no-covid? ¿Qué hace falta para que este país reaccione? El hecho de mirar a lo que sucede en otros países de nuestro entorno no debe de servir de justificación a quien ha de gestionar esta crisis, como mucho de ejemplo para saber por dónde ir o no.
Cuándo se darán cuenta de que esto no va de campañas de publicidad o eslóganes, sino de adopción medidas y hechos. Contemplo lo que me rodea y la impresión que percibo no es otra que la de sentir que vivimos en países diferentes, uno para los ciudadanos de a pie que demandamos unidad y otro para quienes nos dirigen solo preocupados por ser el gallo de platea o dar el mensaje más alto y contundente diciendo siempre la última palabra, pero sin hechos. Ahí nos queda la viñeta tan acertada del El Roto en El País hace unos días: “Al fin, Gobierno y oposición llegaron al acuerdo de remar en la misma dirección: hacia el abismo”. No se puede apostar todo a la llegada de una vacuna que por lógica, y así lo recalcan los expertos, va a tardar, porque todo tiene su proceso, y se ha de hacer más hincapié en un tratamiento, dado que vamos a tener que convivir una larga temporada con el virus y esta es una realidad pese a quien le pese.
Sin duda, falta coordinación, cogobernanza, gestión, corresponsabilidad y cómo no, autocrítica desde el día uno en el que saltaron las alarmas en todos los ámbitos (nacional, regional o local). Sabedora que el viento se lleva las palabras y que en otoño vestido este año de gris sopla todavía con más fuerza, y más ante un virus que comenzó sembrando enfermedad, muerte, destrucción de empleos y economía, retrasando y discutiendo unas medidas oportunas cuando todos, y recalco “todos”, conocían que seguía con nosotros y se activaría si no se actuaba. Cuando de nuevo ya está la tempestad encima, no me cabe duda que unos se hallarán más protegidos, y el resto, la mayoría, quedará de nuevo a merced del viento.