'Litus': Cine más allá del estreno
Háganme caso y vayan a verla, no se arrepentirán.
El cine de Dani de la Orden me resulta profundamente estimulante. De él me interesa todo y además mucho; así, sin más. De la Orden ha conseguido retomar (con innumerables matices) esa corriente cinematográfica de las city symphonies, con el énfasis que supone en el día a día urbano desde el alba hasta el crepúsculo. Y esta tendencia la combina el director con un nivel narrativo de primera magnitud, acercando su cámara a la vida del individuo corriente absorbido por el devenir de la postmodernidad. Pero estos personajes, que podrían ser indiscriminados bajo la mirada de cualquier otro cineasta, especialmente de Walter Ruttman, Joris Ivens, directores del género, o incluso de John Grierson con su realismo poético, cobran singularidad ante De la Orden, componiendo una sinfonía, esta vez sí, diferenciada y concertada por protagonistas con nombre y apellidos. Quizá apellidos no, pero sí nombre. Este es el caso de Litus.
La obra de la dramaturga Marta Buchaca no podría ser más adecuada para De la Orden. Prácticamente es una proyección teatral de los temas y enfoques a los que el director nos tiene acostumbrados. Un grupo de amigos, entre bien y mal avenidos, se reúne en torno a un hecho que les ha conmocionado: hace seis meses Litus, uno más del grupo, se quitó la vida. Transcurrido ese tiempo, su compañero de piso Pablo (Álex García) prepara un reencuentro en la que había sido casa de ambos, al que acudirán todos sus amigos para rendirle tributo. Con él está Marco (Adrián Lastra), a quien la suerte ha desatendido tras un despido, la infidelidad de su nueva pareja y el abandono de su novia de siempre, Susana (Marta Nieto). Precisamente Susana acude a la cita, en plena preparación de su boda, algo que todavía desestabiliza más a Marco.
En la reunión se presenta Laia (Belén Cuesta), antigua pareja de Litus y a quien Pablo recrimina haberle fallado cuando más lo necesitaba. Finalmente, en el mismo espacio se reunirán José (Miquel Fernández), cantante de éxito antiguo compañero de banda del fallecido, y Toni (Quim Gutiérrez), hermano de Litus.
Con el tablero dispuesto de manera ejemplar, De la Orden consigue romper la dinámica teatral y convertir un solo espacio en un crisol de planos, movimientos, coreografías y diálogos. Esa vivienda, apenas un salón, una cocina y un pasillo, se convierten en un ring en el que los púgiles se enfrentan dialécticamente sin freno ni medida.
Como Howard Hawks en Luna nueva (1941), De la Orden hace que sus personajes hablen todos juntos, a la vez y sin reparo, conformando una amalgama espontánea (y perfectamente planificada, no lo olvidemos), para dar una sensación de cercanía tan extrema, que enseguida se percibe la incomodidad del momento. Como un invitado más, también nosotros queremos saber qué fue de Litus y, más importante, qué será de todo su grupo ahora que él no está.
Sin ninguna duda, uno de los aspectos más importantes de Litus (al margen de la excelente interpretación de todos y cada uno de los integrantes del reparto) es su guion, que toma base de un texto con una entidad incontestable y que vehicula una trama de tensión perfectamente hilada. Sin embargo, es a nivel visual donde De la Orden se crece, con innumerables planos que invitan al delite visual más allá de la mera funcionalidad. A pesar de las corrientes imperantes que promulgan un realismo que, en ocasiones, roza el afeamiento, el director catalán apuesta por una planificación al pormenor, que lleva desde el plano detalle más insignificante hasta planos largos repletos de movimiento.
Con el tono sardónico y tragicómico de la mejor Sally Potter de The Party, De la Orden nos brinda la oportunidad de aproximarnos a una generación repleta de miedos, carencias y vacilaciones, pero también con la capacidad de agencia suficiente como para cambiar el rumbo de las cosas.
Sin duda Litus es la película más netamente ordenada (en cuanto a De la Orden, si se me permite la licencia) desde Barcelona, nit d’estiu y Barcelona, nit d’hivern, dos cintas sobresalientes a todos los niveles, que evocan la importancia del arte de contar historias.
A pesar de que Litus se estrenó hace justo una semana, he querido esperar para hablarles de ella por un motivo en absoluto baladí. En un mundo en el que la actualidad más insustancial nos absorbe, tan efímera y poco reflexiva como es, no está de más recordar que el cine es mucho más que un mero estreno, que la vida de una película excede en amplitud a su primer fin de semana y que nada es inmortal encerrado en quince minutos de gloria.
Háganme caso y vayan a ver Litus, no se arrepentirán.