Lisboa en dos barrios y un puñado de visitas
No hay brújulas que valgan, perderse es tan sencillo como quedar prendado de su encanto.
Comer pastéis de Belém en la pastelería más famosa del barrio de Belém, pasear por el Barrio Alto al anochecer o tomar cualquiera de sus característicos tranvías. Tres cosas que todo el mundo debería hacer al visitar Lisboa, aunque esto es solo el principio.
La capital de nuestro país vecino representa mucho más que la entradilla de este artículo. Para empezar, no hay brújulas que valgan, perderse es tan sencillo como quedar prendado de su encanto. Sus dos dimensiones, arriba y abajo, conducen directamente al viajero –y a mí de forma extraordinaria porque tengo la peor orientación del mundo– a un viaje a través de escaleras, callejuelas y plazas que rezuman una belleza tan devastada como serena.
En una colina que conduce hasta el castillo de San Jorge se encuentra el barrio de Alfama, la parte más antigua de la ciudad. Cuna del fado, el alma lisboeta de este antiguo rincón de Lisboa se percibe en cada adoquín de los que forman sus callejuelas crecidas a su antojo a lo largo de la historia. Para hacerse una idea más aproximada de este caos arquitectónico lo ideal es asomarse al mirador das Portas do Sol, desde donde se obtiene una preciosa panorámica de Alfama. El Panteón Nacional, con su inmensa y reconocible cúpula y el Jardim Botto Machado, son otras de las visitas imprescindibles en este barrio lisboeta. Como también lo es el bellísimo Hotel Palacio Belmonte. Este majestuoso edificio solo dispone de nueve suites repartidas de forma desordenada en 3.700 metros cuadrados plagados de una inmensa belleza; no obstante, todo ha sido restaurado con el máximo cuidado y detalle en esta antigua casa construida en 1449.
Lo primero que me sorprendió al entrar es que aquí no hay una recepción como tal, no hay multitudes, no hay televisiones, no hay chocolates en la almohada… aquí solo hay belleza y sencillez; un lugar donde el lujo se mide por dormir entre siglos de historia. Fue exactamente lo que yo sentí al despertarme en la suite que lleva por nombre el del poeta Ricardo Reis, rodeada de azulejos originales del maestro Valentim de Almeida y un total de 90m2 de arte, encanto e impresionantes vistas al río Tajo. Su cafetería y restaurante es un obligado alto en el camino entre el castillo de San Jorge y la visita a Alfama, donde además de comer muy bien se explota de maravilla el concepto de cultura relacionado con la música, el arte contemporáneo y la historia en este privilegiado rincón del patio frontal del palacio.
Entre lo viejo y lo nuevo y en precario equilibrio entre la decadencia y la modernidad, es de recibo visitar la colina del Barrio Alto. Los más valientes pueden llegar hasta ella caminando, en tranvía (la cuesta es tan empinada que casi parece un funicular) o a través del mítico ascensor de Santa Justa, una asombrosa pieza de la ingeniería de finales del siglo XIX. Coqueta, irreverente y divertida, es mi zona preferida de Lisboa. El Barrio Alto está situado entre la Praça do Príncipe Real y la Baixa y es una zona en constante transformación. Aquí convive la tendencia absoluta con el comercio que recuerda notablemente al de la España de los años 50 y 60, las viejas tascas con los restaurantes más punteros, los rincones con sabor a fado con los cócteles de moda. El Barrio Alto huye de convencionalismos y evita ser la Lisboa de postal, aunque no cumple del todo su objetivo. Aquí se cocina bacalao, se respira decadencia y sus callejuelas, estrechas e incómodas para caminar, representan a la perfección la imagen que Lisboa transmite al mundo.
Y aunque a fuego lento, algo se cuece en Lisboa. Así lo demuestran jóvenes chefs como José Avillez y sus muchas ganas de comerse el mundo. Su restaurante, Cantinho do Avillez, a las puertas del Barrio Alto, es uno de los lugares de moda de la ciudad; una moda que no decepciona con un menú a la altura de los grandes, como es él. De Cantinho do Avillez me gustaron muchas cosas, su servicio, su excelente carta de vinos y su aire sofisticado sin caer en la tentación de artificios innecesarios. Su ‘queso Nisa al horno con jamón y miel de romero’, las ‘vieiras marinadas con aguacate’ y su desafiante ‘tajine de cordero con cous cous de verduras y yogur de menta’ fueron simplemente sublimes, como lo es, siempre, cualquier viaje a Lisboa.