Levántate y cede tu espacio
No, no nos referimos al típico gesto de dejar pasar a una mujer primero acompasando su movimiento con la mano en su espalda. Tampoco a la frase que le dijo Jesucristo a Lázaro para resucitarlo. Uno de los gestos que necesitamos hoy de los hombres para conseguir la igualdad es que compartan sus espacios. Aquellos a los que las mujeres, por el simple hecho de ser mujeres, no podemos alcanzar: espacios de poder, espacios de visibilidad, espacios profesionales, espacios preferentes, espacios económicos, espacios de libertad.
Esta semana tuve la suerte de participar como ponente en el IX Congreso para el Estudio de la Violencia contra las Mujeres en Andalucía, todo un referente nacional en esta materia, concretamente en la mesa redonda "Construcción y deconstrucción de la masculinidad". Entre los más de 1.600 asistentes había algunos hombres y un numeroso grupo de policías locales, también hombres en su mayoría. Antes de empezar mi ponencia propuse un pequeño ejercicio: pedí a aquellos hombres que se consideraran feministas que se identificaran poniéndose de pie. La mitad de los hombres se levantaron y la otra mitad permanecieron sentados. Resultaba paradójico que siendo una de las últimas mesas del congreso (tras más de 12 horas de ponencias y talleres sobre violencia de género) hubiese gran parte de la audiencia masculina que no se considerara feminista. Aclaré que el término significa buscar la igualdad entre hombres y mujeres y, aun así, los que estaban sentados siguieron inmóviles. Continué el ejercicio invitando a aquellos hombres que se habían levantado a intercambiar su silla, como espacio simbólico de poder, con las mujeres de las últimas filas. Los murmullos y las caras de espanto inundaron el salón y con toda la razón: ceder el lugar preferente en el que estás acomodado para pasar a un segundo plano no es un reto fácil, pero en eso consiste el feminismo: en favorecer a las mujeres hasta que logremos nivelar una balanza que está injustamente desequilibrada.
Para poder llegar a ese equilibrio primero hay que entender que el espacio que te ha tocado viene en gran parte condicionado por tu género y no sólo por tus méritos. También hay que estar dispuesto a soltar, compartir y ceder parte de tus privilegios. Para que unas quepan otros se tienen que retirar y así lo están demostrando iniciativas como No Sin Mujeres o las cuotas de porcentajes mínimos de presencia femenina aplicadas en ámbitos políticos y empresariales.
Pero la acción simbólica no sólo era para ellos: "también necesitamos mujeres dispuestas a ocupar esos espacios". La movilización ha de ser por parte de toda la sociedad, así que las mujeres de las últimas filas se sentaron en las butacas vacías y también en el escenario. De la misma forma que necesitamos hombres generosos dispuestos a compartir su lugar, necesitamos mujeres valientes que crean en su capacidad y figuren en primera línea, sirviendo de inspiración y ejemplo para las demás. Esto también supone todo un duelo, no es nada fácil nadar a contracorriente y exponerse a ser apaleada públicamente.
Una vez movilizada la sala invité a los hombres de las últimas filas practicar otro gesto más: el de la empatía. Para intentar entender cómo vivimos las mujeres les pedí permanecer los 10 minutos que duraba mi intervención en pie. Es indudable que la masculinidad conlleva muchos factores negativos para los hombres, pero socialmente les gratifica. Necesitamos que ellos sean capaces de mirar la realidad desde nuestra perspectiva. Nosotras lo tenemos todo mucho más difícil: cobramos menos, realizamos doble jornada laboral, llevamos todo el peso de la maternidad y los cuidados (con la correspondiente sanción profesional) somos diariamente asesinadas, violadas, maltratadas... Comparado con eso permanecer 10 minutos de pie no es nada. Algunas personas lo interpretaron como un castigo, pero fue todo lo contrario: los hombres que se movieron se llevaron más aplausos que cualquiera de los ponentes en el escenario.
En el turno de preguntas hubo unos minutos para el diálogo. Uno de los policías locales explicó que no se había levantado porque él no era feminista pero tampoco machista, y volvimos a explicar la definición del término insistiendo en que el error está en el desconocimiento. Él muy amablemente se cambió de bando y se llevó otro caluroso aplauso.
Imagínense que en lugar de un auditorio estuviésemos en un tren. En los vagones de primera clase van los hombres blancos heterosexuales y en los de segunda las mujeres, las personas no caucásicas, las de clase baja, las no heterosexuales, las de identidades no binarias... ¿Estarían ustedes hombres dispuestos a ceder su espacio? ¿Se lo tomarían como un castigo o como un gesto necesario? Todas las personas realizamos diariamente tareas molestas porque sabemos que luego tendrán recompensa. Gracias a esas personas comprometidas, capaces de mirar más allá y dispuestos sacrificar un poco de comodidad llegará el día en que estos gestos no sean necesarios. En 1955 fue la afroamericana Rosa Parks quien se negó a ceder su lugar en el autobús a un hombre blanco. Hoy las mujeres necesitamos que seáis vosotros, los hombres, quienes os levantéis y compartáis voluntariamente vuestro espacio.