#LecturaVirus
La idea es extremadamente sencilla: leer un libro en estas dos semanas (mínimo) de parón escolar.
La idea es extremadamente sencilla: leer un libro en estas dos semanas (mínimo) de parón escolar. Sin embargo, en uno de los países europeos con las tasas más altas de personas que no leen nunca o casi nunca (38%), el esfuerzo puede ser titánico. Para ello, pueden usar cualquier libro que tengan en casa o elegir uno en formato digital, la cosa es leer.
Un ejemplo de cómo podría llevarse a cabo la tarea sería el siguiente:
Identifique a su hijo, es ese ser que ahora pasa las veinticuatro horas en su casa. Hable con él (quizá tarde un poco, pero pronto comprenderá su idioma). Familiarícese con el nuevo habitante de su hogar: estudie su comportamiento, sus hábitos, sus intereses. Quizá encuentre algo peculiares sus gustos musicales: sí, lleva algún tiempo escuchando esas letras. ¿Ahora se explica esto o aquello? Bueno, todavía no es tarde para comentar con él unos cuantos detalles.
Si se fija bien, su hijo viene dotado de un apéndice electrónico, se lo regaló usted en su primera comunión y se lo ha injertado él solito. ¿Es mejor que el que usted usa? ¡No sea envidioso! Con un poco de paciencia será suyo cuando le rompa la pantalla y necesite uno nuevo. Le aconsejaría limitar el uso del apéndice durante el parón escolar, verá la situación: millones de injertados, aburridos, en sus casas, lanzando bulos a diestro y siniestro, emitiendo directos para contar nada, publicando imágenes sobre lo feliz que es su vida de encierro en sus torres de marfil, mientras que ustedes luchan por cada metro cuadrado como en la costa de Normandía.
Quizá se esté dando cuenta de que le dio un injerto con un poder de apropiación de su dueño que no calculó en su momento. Bueno, además de para leer, también puede aprovechar el confinamiento para enseñarle a usarlo con cabeza, pero esto segundo es opcional, estas instrucciones se centran en cómo hacer para que su hijo lea un libro en las dos semanas de excepción escolar forzosa.
Si usted lee, la cosa es extremadamente sencilla: háblele de sus escritores favoritos, de aquel libro que lo marcó en su infancia o adolescencia, aproveche para contarle cómo vivíamos entonces, cuando dejamos de ser recolectores y pasamos a ser cazadores. Háblele de las metáforas, del poder infinito de decir algo sin nombrarlo, de cómo se las apañan determinadas palabras para anudarte el estómago. Cuéntele que Werther estaba loco, que la vida en Macondo es maravillosa y que se puede recorrer en ochenta días. Sorpréndalo con todo lo que dio de sí aquel viaje debajo del agua, 20.000 leguas nada menos, y cómo, cuando les escaseó la comida, tuvieron que racionar el pastel de piel de patata que aprendieron a hacer en Guernsey. Aproveche para recordar su luna de miel en Barataria, menuda ínsula, allá por 1984, cuando se quedaron encerrados en aquel túnel durante mil y una noches o, por qué no, háblele de su mili en el País Vasco, la patria, y de las historias del capitán de su tropa, que no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente, ese tal Alatriste.
Si lo hace bien, si sus palabras salen de esa parte tan profunda de usted mismo que ni siquiera usted mismo se atreve a bucear en ella, verá cómo el apéndice comienza a separarse del cuerpo de su hijo lentamente, poco a poco, como suceden las cosas que merecen la pena en la vida, y le deja el hueco justo y necesario para que quepa un libro.
Si usted no lee, no desespere, tendrá la inmensa suerte de, por vez primera y única en su vida, descubrir algo en el mismo preciso momento en que su hijo lo hace también. Vaya a esa estantería o cajón donde esperan, impacientes, los libros olvidados. Vea la portadas, lea las contraportadas, hojee rápidamente y caiga en la trampa del olor que ascenderá hasta sus fosas nasales. Déjese embriagar. Su hijo estará a su lado haciendo lo mismo. Elijan libremente, lean y comenten lo leído. Y eso, amigo mío, es maravilloso.