Las troyanas: el retorno de la tragedia
En la escena última madrileña se han producido varios espectáculos trágicos: Tebas Land de Sergio Blanco (Pavón-Kamikaze), Dentro de la tierra de Paco Bezerra (CDN) o el clásico moderno Incendios de Wadji Mouawad (Abadía) presentan una recuperación del esquema de la gran tragedia clásica como modelo teatral. Es de justicia situar a estas Troyanas, de Eurípides, con dirección de Carme Portaceli y versión modernizada de Alberto Conejero, dentro de esta corriente. Más si tenemos en cuenta que, de todas las grandes tragedias del teatro clásico griego, Las troyanas es la que mejor muestra los desastres y despojos de la guerra, la que mejor conecta con corrientes contemporáneas de pensamiento solidario y de denuncia.
Para Aristóleles la tragedia era el verso intelectual de la épica bélica, no en vano los textos de Esquilo (Los siete contra Tebas, Los persas) deben mucho a este modelo, Las troyanas muestra lo que la épica olvida: el despojo de Troya, el paisaje después de la batalla, el botín, la venta de esclavos, de esclavas, de esclavas sexuales...
Taltibio, interpretado por Ernesto Alterio, recuerda su encuentro con las mujeres de los troyanos. Tras este las verdaderas protagonistas muestran sus historias particulares, que otorgan una visión global del conflicto. Hécuba (Aitana Sánchez-Gijón) lidera el grupo de mujeres que incluye a una sorprendente Políxena (Alba Flores), Elena (Maggie Civantos), Andrómaca (Gabriela Flores). Casandra (Miriam Iscla), y Briseida (Pepa López).
Lo contemporáneo es, claro, el leit motif de la obra: encontramos guiños a guerras actuales, a la situación de los refugiados sirios, a la diáspora africana, a la invisibilidad de los acogidos. Es una obra que se presta a la denuncia y la directora no lo esconde. Esta queda contrarrestada con un cierto impulso academicista en la puesta en escena.
Hay una cierta disonancia en el arco emocional entre las actrices, sobre todo Hécuba/Sánchez Gijón, que se presenta con una tensión baja para ir subiendo progresivamente en comparación con Taltibio/Alterio, quien está varios grados de tensión por encima desde el principio para luego perder algo de emoción. En mi opinión, no le hubiera venido mal a la obra algún recurso incluso melodramático (música, más gritos).
Las troyanas es, de todas las tragedias clásicas, la que más cuenta con despertar la piedad del espectador para la catarsis y la solución, si bien correcta, podía haber ganado fuerza de haber subido la tensión dramática a partir del último tercio de la obra. La producción de Portaceli se caracteriza por una cierta concreción escénica. Un único signo en forma de T mayúscula (y que recuerda a los gráficos en pórtico del Español de la etapa de Mario Gas) representa a la par la ciudad de Troya y el caballo en las escenas que corresponden.
La escenografía de Paco Azorín se complementa con un completo diseño de luces de Pedro Yague y unos audiovisuales de Arnau Oriol que incorpora imágenes de guerras contemporáneas (un recurso muy común en las puestas en escena de las Troyanas). El vestuario de Antonio Belart subraya la cotidianeidad y transpira el mencionado impulso contemporaneizador. Es, en resumen, una puesta en escena limpia, pulcra y recomendable.
Este post forma parte de los resultados del proyecto TEAMAD (H2015/HUM3366) del Instituto del Teatro de Madrid