Las ‘micro rebeliones’ que hicieron la Rebelión
Según avanza el juicio al proceso en el Tribunal Supremo, va haciéndose la luz sobre las sombras chinescas que han rodeado el ‘alzamiento’ del ‘movimiento nacional’ del separatismo catalán. Como la niebla de madrugada, poco a poco se ha ido levantando la bruma y comienza a verse el paisaje tal cual es.
Declaración a declaración se ha ido comprobando lo que, por otra parte, ya se sabía porque se había pregonado desvergonzadamente por los sediciosos. La confesión in extremis del jefe de los Mossos entonces, Josep Lluis Trapero, que siempre me ha recordado a un personaje de El Greco, ha sido la puntilla: él ha ratificado lo que otros miembros del cuerpo policial catalán, e incluso consejeros, habían declarado: sabían que la celebración ‘por cojones’ unilaterales del referéndum ilegal y, en general, el proceso de la declaración de independencia podía ser una fuente de violencia. Y dijo más, como que los Mossos tenían preparado un plan para detener, si fuera el caso, el presidente Puigdemont… que advertido o no, escapó ‘valientemente’ en el maletero de un coche para vivir del cuento en Waterloo gracias a las excentricidades belgas, un Estado funambulista que vive permanentemente haciendo equilibrios en la cuerda floja entre flamencos y valones.
El cómic de hadas que dibujan en un cristal empañado los autores intelectuales y materiales del golpismo catalán, y que como es natural utilizan para la defensa de los acusados sus abogados, prescinde de un elemento básico en la vida real: los hechos tal como fueron. La investigación, en estos tiempos, no es dificultuosa: cada ciudadano es una cámara de foto y de vídeo andante y pensante. Puede afirmarse con mucha razón en esta era que ‘hechos publicados, hechos probados’.
Las hemerotecas, videotecas, sonotecas e idiotecas están llenas de imágenes y voces y ruidos de algaradas callejeras de todo lo que ocurrió en Cataluña desde que los insensatos Artur Mas, Puigdemont y compañía decidieron apretar el acelerador hacia el precipicio de la ‘desconexión’ y de lo que, en el ordenamiento jurídico de otros países se suele llamar delito de alta traición. Además, desde antes del amago de referéndum, previamente prohibido por los Altos Tribunales, ya se producían actos, impulsados o amparados por las instituciones y partidos separatistas, que fomentaban el odio y la violencia... que formaban parte de una estrategia perfectamente calculada de incitación a la rebelión de las masas. Una rebelión que existió, pero que de acuerdo con la estrategia de la ‘astucia’ enunciada por Mas se programó en base a ‘micro’ rebeliones.
Pero muchos micros hacen un macro, igual que muchos escalones hacen una escalera. O, en palabras de dos grandes empresarios canarios, que se hicieron súper millonarios a base de vender barato manteniendo la calidad, los hermanos Domínguez: “Muchos poquitos, Ángel, hacen un muchito”. Ese fue el secreto inicial de su camino hacia el éxito.
Estos días, en el Tribunal Supremo, se han confrontado dos relatos, o mejor, un relato basado en hechos y un cuento catalán: el cuento es el de los acusados, que se juegan unos cuantos años de prisión más de lo que han cumplido preventivamente, ellos que ‘preventivamente’ desconectaron con el Estado y preventivamente organizaron una escalada de enfrentamientos con la legalidad vigente, la Constitución, y hasta con el propio Estatuto de Autonomía regional. Estos, los procesados por el ‘procés’, argumentan que no hubo violencia, que esa es una acusación falsa, que todo fue respetuoso e idílico, elegante y educado, como quien pide un té vestido de smoking en un club British a camareros uniformados de almirantes.
Los otros, los ‘relatores’ de la verdad, los fiscales y los testigos, sobre todo los mandos de la Policía y la Guardia Civil, recuerdan lo obvio: han insistido, con abundancia de datos y episodios contrastados en que las fuerzas de orden público actuaron proporcionadamente frente al desorden. Y aunque algún juez local excéntrico, una de esas muchas estrellas fugaces, crea que hubo ‘violencia desmedida’ porque alguna persona resultó herida o con una hemorragia nasal, eso no se puede descontextualizar del principio de la acción- reacción. Basta comparar las actuaciones policiales en toda Europa, o en la misma España, e incluso en Cataluña, en casos similares.
Las escenas que pudimos ver en sus días en las televisiones fueron claras; sobre todo -‘a confesión de parte, ausencia de prueba’- en las de una sectaria TV3 en Cataluña. Grupos de independentistas que entorpecían la actuación de la Policía y la Guardia Civil, que formaban una barrera, o que, incluso, rodeaban a los agentes y sus vehículos, los arrinconaban, y se enfrentaban a ellos. Lo que demuestra la profesionalidad de los agentes fue la contención ante los empujones, los insultos, y el lanzamiento de objetos, y que los inductores no consiguieran los heridos ‘de verdad’ y quizás el muerto que les hubieran sido providenciales para la venta en el mercado exterior del victimismo precocinado.
Coinciden algunas crónicas del juicio en que ya se observan síntomas de preocupación en los abogados defensores. Las declaraciones del ex secretario de Estado de Seguridad y de los mandos policiales han devuelto la cruda ‘realidad real’ (y no alternativa) a la sala de vistas. Aunque, alguna declaración, como la de la estrategia del ‘Fairy’, echar lavavajillas al suelo para que resbalaran los antidisturbios, y poder ser pateados, hayan despertado el tradicional buenismo subyacente… Pero ahí están los vídeos en los que se ve cómo los policías caen, y como los altruistas manifestantes animados de los más altos pacifismos y senys aprovechan para patearlos
Lo que falta en la vista pública y radiotelevisada que desborda transparencia por todos sus poros, es un telón sobre el que proyectar aquellos vídeos, sobre todo los de la televisión separatista catalana, esencial en la organización social del intento de ‘golpe’. Y llevar a expertos que, congelando las imágenes, expliquen con un puntero láser lo que se ve en la película de los hechos, desde el preámbulo hasta el to be continued. En la manifestación de dolor por el 17 de agosto, con los abucheos al Rey, perfectamente orquestados; en los encuentros de fútbol con la tradicional pitada al monarca; en la quema de imágenes de S.M.; en el desalojo de los locales prevaricados para colocar las urnas del referéndum ilegal; en la pasividad de una gran parte los Mossos D’Escuadra; en las agresiones que sufrieron los efectivos de la Policía Nacional y Guardia Civil al tratar de cumplir los mandatos judiciales; en los tumultos, destrozo de vehículos policiales, cerco a los hoteles en que se hospedaban los agentes; en las declaraciones y en los mensajes de Twitter y Whatsapp de los patrocinadores del ‘evento’…
“Soy una buena persona”, decía a los magistrados Oriol Junqueras, un creyente católico de oración y misa frecuente, incapaz de comprender que Dios no le ayude de manera más efectiva en este doloroso trance. Pero Dios ayuda más a los que tienen la Constitución de su parte. Y como le decía el detective belga Hércules Poirot a un niño en un episodio reciente de una serie en Paramount: “hay buenas personas que cometen crímenes horribles”.
Las ‘buenas personas’, es un suponer, que urdieron o apadrinaron la ‘astuta’ maniobra cometieron graves delitos. Pero lo peor de todo, lo que rompe el espejo de la bondad, es que han sembrado el odio en Cataluña y han secuestrado a más de la mitad de la población para tratar de imponer una dictadura de facto de corte fascista, creyendo que la tinta de calamar escondería al calamar. Como si fuéramos tontos.
La manifestación celebrada en Madrid por el conglomerado separatista, cuyo mantra común es la ‘noble’ lucha contra un Estado facha, insensible, antidemocrático y autoritario —‘la autodeterminación no es delito’, dicen con grave demostración de una fase delirante de un trastorno jurídico-mental semi-colectivo severo—, ha actuado ‘sensu contrario’. El multitudinario paseo sin incidentes de quince o veinte o treinta mil ciudadanos independentistas por el centro de la capital de España prueba al mundo mundial la profundidad y solidez de la democracia española.
Donde se entorpece el derecho de reunión pacífica y la libertad de expresión desde las instituciones y corporaciones, donde se pita e insulta a los constitucionalistas, donde se queman banderas españolas y fotos del jefe del Estado, es en Cataluña.
La soberbia es mala consejera.