Las mascarillas mentales
Están descendiendo las ideas negacionistas, por lo que pueden relajarse las medidas que intentaban contener la sexta ola de conspiranoia.
Tras las medidas aprobadas en el Consejo de Ministros de la semana pasada, a partir de este jueves día 10 deja de ser obligatoria la mascarilla mental en espacios exteriores, siempre y cuando se pueda garantizar el mantenimiento de un metro y medio de distancia respecto de las ideas de las personas que nos rodean. Los datos epidemiológicos son claros: están descendiendo muy rápidamente las ideas negacionistas y anticientíficas relativas a la pandemia del covid, claramente peligrosas para la salud pública, por lo que pueden empezar a relajarse las medidas que intentaban contener la sexta ola de conspiranoia. Por supuesto, se respeta la libertad de los ciudadanos para continuar usando mascarillas mentales en exteriores si lo consideran adecuado.
Tras los estudios iniciales, provisionales dada la novedad del problema, un consenso se ha extendido entre la comunidad médica: la principal vía de transmisión de las ideas y la cultura científica son los aerosoles microscópicos que las personas emitimos involuntariamente al hablar sobre tales ideas unos con otros. En segundo lugar, pero a gran distancia, se coloca el uso común de objetos en donde puede estar posado dicho conocimiento: libros, teclados y pantallas de ordenador, revistas, teléfonos móviles. Por otro lado, aunque una amplia mayoría de la población ya ha sido vacunada con argumentos contra las variantes conocidas de ideas negacionistas, nunca hay que descartar la aparición de nuevas mutaciones conspiranoicas para las que la población no cuente todavía con anticuerpos.
Paradójicamente, las mascarillas físicas y las mascarillas mentales parecen estar inversamente asociadas. Las posturas que a lo largo de estos dos terribles años se han opuesto al uso de las mascarillas físicas, defendiendo teorías extravagantes, negacionistas y conspiranoicas, han sido defendidas por personas que claramente llevaban FFP2 mentales, supereficaces para evitar que ninguna idea medianamente racional pudiera atravesarlas. Y viceversa: aquéllos que durante estos durísimos meses han puesto su pequeño —o gigante— grano de arena para que todos empecemos a entrever una luz al final del túnel se han caracterizado por saber minimizar el riesgo físico del contagio del virus, pero no poner ninguna barrera para que las ideas y el conocimiento común pudiera transmitirse, extenderse y aplicarse.
Las medidas que reducen el uso de las mascarillas mentales han sido acogidas con gran satisfacción por parte de la población, que celebra el retorno de la época en donde las personas podían compartir sus ideas con pasión, sin miedo a que dicho diálogo pusiera en peligro su salud. Carolina Darias, ministra de Sanidad, ha recordado, no obstante, que la pandemia no puede darse por terminada, y que en aglomeraciones o interiores abarrotados en donde previsiblemente las personas nos veamos expuestas a una cantidad elevadísima y caótica de ideas de todo tipo, el uso de ciertos criterios, ciertos filtros basados en la solidez de conceptos elementales, sigue siendo muy recomendable. En estos casos, una simple mascarilla mental quirúrgica puede salvarnos la vida.