Las leyes del fonil y las putas que no eran 'liberales'
Albert Rivera no ha destacado por su liberalismo sino por su oportunismo.
Cuando vi la foto de las ‘tres derechas’ en Colón, con dos dirigentes de la derecha clásica, Pablo Casado (PP) y Albert Rivera (Ciudadanos), fotografiándose con Santiago Abascal, el fundador del franquismo blanqueado o “actualizado”, según me decía un amigo ortigueirés, recordé eso tan a mano de que “Dios los cría y ellos se juntan”.
Aquella escenita de la madrileña plaza de Colón, me trajo a la memoria unas palabras de Juan Marichal, que me dijo a finales de abril de 2013 en el transcurso de una entrevista (´Juan Marichal, el liberal apacible’) que yo le hacía para La Provincia, donde trabajé unos 50 años.
El hombre estaba harto de que se utilizara con tanta frivolidad y cinismo la palabra ‘liberal’. Y en esto, deja el rostro adusto que se le fue poniendo, y le asoma una sonrisa pícara. “Yo me quedo asombrado de cómo han cambiado la semántica de la palabra liberal. El otro día un amigo me trajo algo con lo que nos reímos muchísimo, eran los anuncios eróticos de El País, y había uno que decía “Muchachas liberales… etc.”.
Antes de llegar a ese punto, ya me había confesado, apaciblemente, que estaba harto de explicar que una cosa eran los liberales y otra los sucedáneos. “Los liberales hay que entenderlos, afirmaba con rotundidad, con la referencia de las Cortes de Cádiz y la Ilustración”. A partir de ahí es cuando contó el demoledor ejemplo de las putas de Madrid que se ofrecían como chicas liberales.
Juramentos en falso en aquella época tenemos el de Fernando VII, el rey más sinvergüenza de la historia de España, él, sí, traidor a su patria, que juró la Constitución (“marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional y mirando a la Europa, un modelo de sabiduría , orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias…”, dijo y escribió el muy cretino) y que en cuanto pudo restableció la monarquía absoluta y volvió a convertir a los españoles en súbditos, desposeyéndoles de la fugaz condición de ciudadanos.
En cuanto ha llegado el momento de la verdad, es decir, ese instante en que hay que demostrar la sinceridad de las promesas y la coherencia en el comportamiento, Albert Rivera no ha destacado por su liberalismo sino por su oportunismo.
Un liberal en la España de hoy, otra vez en una encrucijada siniestra, no se presta a hacer de ‘compañero de viaje’ con una organización que, a pesar de que algunas cosas de su programa son de sentido común y meras cuestiones de buen o mal gobierno, otras, la de fondo, tienen un claro tufo a alcanfor de la dictadura.
Y hermanos gemelos de los populismos de corte y confección neofascista que vuelven a enseñar los colmillos en Europa.
Hasta Manuel Valls, el exsocialista francés y ex primer ministro con Françoise Hollande lo tuvo claro. De amigo y socio de Rivera, quien lo fichó como alcaldable de Barcelona, a marcar distancias con el ‘gran jefe Ciudadano’ actual precisamente por haberse ‘ajuntado’ con los de Vox. En el momento de darle valor simbólico a sus votos, en la elección de alcalde de Barcelona, eligió a una mujer, ambigua, pero más de izquierdas que golpista confesa. Prefiere Valls una Barcelona ‘roja’ a una España rota.
Hay otro vídeo que está circulando profusamente en las redes. En él se ve a un sereno, serio y convencido Pablo Casado, explicando cómo sería irresponsable que el PSOE no se abstuviera para que pudiera ser investido Mariano Rajoy (en 2016). Decía que nadie entendería que no se hiciera así con quien tenía cincuenta disputados más que el PSOE y dos millones de votos de diferencia. Baja el telón, sube el telón. El PSOE se fracturó, pero se abstuvo y permitió, “por sentido de Estado”, la investidura de Mariano Rajoy.
Baja el telón, sube el telón. Los hados y las hadas o sencillamente la casualidad o la ‘justicia poética’, cambia el escenario. Ahora quien más diputados es el PSOE, y a quien han votado también más españoles, es a Pedro Sánchez, secretario general del Partido Socialista Obrero Español.
Y en ese punto me acordé de la famosa ‘ley del embudo’ (‘fonil’, en el español de Canarias), aquella que dice: “lo ancho para mí, lo estrecho para los demás”. Para más escarnio de la derecha, ésta no es una circunstancia electoral común y corriente.
La maniobra de no solo no facilitar sino “dificultar” por todos los medios la investidura, como ha pregonado todo orgulloso y atildado Pablo Casado, tiene una intención ‘malvada’ nada oculta: facilitar que la abstención de los separatistas permita a al PP, a Ciudadanos, a Vox, y a la prensa, radio, televisión y cuadrillas de embocados en las redes “demostrar” que Sánchez ha sido investido gracias a los golpistas y que, por lo tanto, es amigo de ellos, y de los separatistas, batasunos, filoetarras y demás fauna.
Estas son las cosas que nunca se olvidan, gracias, loado sea Dios, a la ‘maldita hemeroteca’. Las redes sociales, ciertamente, están llena de salteadores de caminos, de resentidos que vomitan odio, de organizaciones dedicadas a la desestabilización de la democracia, a la destrucción de Europa, a la ruptura interna de las naciones. Pero, tienen algo bueno. También han sustituido a la pena del infierno, que el ‘relativismo’ de los papas y la exploración del universo ha condenado a desaparecer.
A infierno ido, pues, infierno puesto. Esta pena por los pecados, leves o graves gravísimos, se ha sustituido por la eternidad de Internet y que cada vez será más extensa, como el universo, pero en digital. Todas estas contradicciones, cinismos, hipocresías, mentiras, trampas, al borde de los abismos más peligrosos, en los que conviene ser mesurados a la vez que honestos, no se olvidarán como antes. Ya no están guardados en hemerotecas, cementerios de periódicos, que huelen a moho y en las que es difícil encontrar lo que se busca, excepto par los ‘ratones de bibliotecas’, estudiosos tenaces y otras personas con espíritu de sacrificio y que no tengan alergia a las nubes de ácaros.
Ahora el nuevo infierno para los ‘malos’ son las redes sociales. No hay pecado cuya pena prescriba en su vertiente de conocimiento público. Los coetáneos de los políticos actuales, de todos los partidos y toda condición, tienen a un click, un segundo de distancia en todas las dimensiones, las verdaderas biografías y sus hechos, más relevantes o completamente idiotas.
Los hijos, los nietos, los biznietos, los tataranietos, los chinos, los rusos, los mexicanos, los de la Polinesia, gracias a los traductores instantáneos, podrán enterarse de la dacha a la soviética que se compró el matrimonio Iglesias- Montero en cuanto se aseguraron el suculento sueldo de diputados; o cómo Pedro Sánchez ‘engañó’ a los separatistas y antisistemas para que se abstuvieran en la moción de censura que le puso a Mariano Rajoy, en pleno estampido de la bomba de la primera y demoledora sentencia de la Audiencia Nacional contra el PP por la primera parte de la trama Gürtel; o cómo Pablo Casado defendía la ética de facilitar la investidura a Rajoy como líder del Partido más votado, y luego defendió con la misma solemnidad todo lo contrario… O cómo la ambigua y serpenteante Ada Colau, que recibió los votos de Iceta y Valls por ser de izquierdas y no ser separatista confesa, anunció, ipso facto, que volvería a colocar el lazo amarillo en el Ayuntamiento; o como el liberal ‘macroniano’ Albert Rivera vio como su admirado Macron le desmacronizaba por ponerle un cordón sanitario al líder equivocado del partido equivocado, al PSOE de Pedro Sánchez y no al Vox de Abascal…
Con la política gamberra al borde del precipicio, en una situación cuya gravedad es compartida por todos, y cuando desde dentro y desde la Europa europeísta se piden consensos, estabilidad y altura de miras, las ‘leyes del fonil’ tienen más secuelas que beneficios. Hasta Esperanza Aguirre lo ha visto, y ha recomendado a Casado que haga lo que el PSOE hizo con Rajoy: que facilite la investidura. ¿No han tenido suficientes avisos con la fuga masiva de votos?
España necesita un gran pacto nacional entre los grandes partidos constitucionalistas. Y el que no lo vea, no es que esté ciego, es que es o un idiota suicida o un fanático sin luces.