Las guerras marcomanas y el independentismo catalán
El proyecto independentista no es más que anti-español por mucho que sus líderes se empeñen en decir lo contrario.
Cuentan que poco después de iniciarse la llamada Segunda Guerra Marcomana que enfrentó a los germanos con el Imperio Romano después de una primera y costosa guerra que había durado más de diez años, el emperador Marco Aurelio le preguntó a sus generales: “¿Qué les ocurre a los germanos? ¿Es que acaso no les ha llegado aún la noticia de que ya les hemos vencido?”.
Estuve esta semana en Barcelona, y llegué a ver barricadas ardiendo a unos pocos cientos de metros de mi apartamento y algunas otras manifestaciones menos violentas. Por una coincidencia totalmente fortuita, tuve también la ocasión de cenar con un destacado líder independentista en un acto previamente organizado por exalumnos de la UPC muchas semanas antes al que asistimos algo más de 20 comensales.
El destacado líder independentista, cuyo nombre no desvelaré ya que antes de cenar pidió que el evento se desarrollase en petit comité y sin luz ni taquígrafos, y sería poco ético por mi parte contravenir las reglas. Estuvo muy simpático y en un plis-plas pareció aprenderse el nombre de unos veinte comensales a los que nos trataba por primera vez, haciendo alarde de una de las principales habilidades de persuasión casi todos los políticos entrenan. Contó anécdotas divertidas, demostró cierto conocimiento (por lo menos superficial) de la realidad industrial de Cataluña, hizo preguntas aparentemente inteligentes y admitió preguntas de lo que muy mayoritariamente era fuego amigo.
Pese a lo que estimo el mayor despliegue de persuasión independentista del que son capaces, no me convenció su diagnóstico en absoluto que, después de servirnos la típica letanía victimista cuyos agravios incluían bastante más que el recorte del Estatut en 2010, se centró en las debilidades del independentismo. Según él la gran debilidad es que está dividido en tres partidos, y potencialmente cuatro si mi excompañero de colegio Jordi Graupera sigue insistiendo en crear su propio movimiento, y la segunda debilidad es la coyuntura internacional, que el líder independentista ve como poco favorable a pesar de las muchas simpatías que el “procés” le había granjeado según él a Cataluña, y que de manera tácita admitió que en realidad nunca fue favorable, pero que ciertas cosas si se dicen viva voce evitan que otros se suban al carro, con lo que el político en cuestión desveló su faceta más maquiavélica.
Hice yo algunas observaciones “impertinentes”, como que en mi opinión no era tanto esa división la mayor debilidad del independentismo sino el hecho de que el proyecto era inherentemente absurdo en sus planteamientos: ni abiertamente soberanista como lo pueda ser un Boris Johnson (es decir, fuera del paraguas de la UE), ni abiertamente federalista, como lo sería se reclamase un pacto fiscal dentro de España -si es que es eso lo que realmente se busca con todo este asunto-. En sus actuales presupuestos, añadí, el proyecto no es más que anti-español por mucho que sus líderes se empeñen en decir lo contrario. Llegué a mencionar que además se habían hecho cosas gravísimas sin siquiera contar con una mayoría clara, lo que ha creado división entre catalanes. Ni el independentista más elocuente es capaz de refutar estas realidades, créanme.
Aunque muy pocos de los comensales catalanes se atrevían a plantear en voz alta críticas de fondo como las que expuse, ya que posiblemente creyeran que era de mal tono con un invitado tan ilustre, tampoco generaron hostilidad mis comentarios. Es más, varios excompañeros se me acercaron después de cenar para decir que les habían parecido muy acertadas las observaciones, por lo que es posible que una gran parte del independentismo (la más razonable y la que rechaza todo tipo de violencia) parece dispuesta a realizar cierta autocrítica sobre cómo se han hecho las cosas: la fruta parece estar más madura en este sentido que hace dos años.
Coincido sin embargo con los independentistas en que existe un problema político y éste va a seguir existiendo porque no espero de ningún modo que los que se han hecho independentistas dejen de serlo de repente. Es más, no me parece imposible que en Cataluña haya un día no muy lejano una mayoría independentista del orden del 55% para la que un 155 permanente no es una solución, como ya he expuesto antes en este blog. Quizás la gran esperanza del independentismo es que esas cosas ocurran y los españoles cometamos justamente ese error, se declare una especie de estado de excepción y que el problema democrático sea tan evidente que sea innegable.
Como durante la cena mencioné que mi madre es de Málaga, antes de despedirse el destacado líder independentista, al que estoy casi seguro de que la deriva violenta de la semana anterior le horroriza, me preguntó en tête à tête que de donde era mi padre, supongo que para calarme mejor. Le dije que de aquí (por Barcelona) y votante de Convergència durante muchos años y hasta hace bien poco.
A los que les guste la historia sabrán que si bien los romanos aún ganaron la Segunda (e incluso la tercera) Guerra Marcomana, doscientos años más tarde las repetidas invasiones de godos, hunos y alanos llevaron al Imperio a un punto de colapso prácticamente irreversible.
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