'Las dos'
Relatos a la sombra: los cuentos de Abraham García.
-Ayer los civiles cercaron la zona. Ni siquiera se molestaron en disimular el despliegue.
-No te preocupes, Amador es listo, y también esta vez se les escapará.
-¡Lo que daría por tenerle un rato conmigo!
-Ni lo pienses. No hay cántaro que no se rompa si va mucho a la fuente.
Las dos lo encubren. Las dos lo quieren.
Las dos lo saben.
Caminito de la fuente
van las mozas del lugar
con la cara sonriente
y las ganas de cantar
Irene cambia los últimos versos mientras susurra la tonada al llegar al lavadero:
con la cara macilenta
y las ganas de llorar
En la cabeza lleva una diadema que, tejida con escaramujos y bayas de roble, semeja una linde de amapolas en el trigal de su melena rubia.
Esperanza lleva desde primera hora de la mañana apaleando sus faldas, sus blusas y las sábanas del jergón en que se acurruca para engañar al frío. Cuando ve llegar a Irene, se arrebuja sobre la tabla de lavar como escondiéndose. Su mente resbala como el jabón y en la tabla ve, y la borra de un manotazo, una lápida. Si pudiera, se sumergiría en el espejo del pilón hasta ahogarse, como Narciso.
Porque Esperanza sabe cosas. Cosas que van a ocurrir pronto y que no debe contar. Y a Irene menos que a nadie.
-Buenos días, niña.
-Puede que sean buenos, pero no lo noto.
Esperanza frota los dos cabos de tela enredados en sus puños con furia, como si el leve chasquido de los nudillos pudiera acallar la respiración entrecortada de Irene.
-¡Pues sí que vienes con la fiesta, bonita! No creo que haya para tanto.
-Tengo un mal pálpito, Esperanza, desde que me he despertado, y no hay manera de que se me quite.
-Tontunas, niña. Eso es el frío de este invierno tan cabrón, que achica el corazón como pocos. Si te avinieras a un trago de pitarra, verías las cosas de otra manera.
-Si tuviera a mi hombre conmigo no me importaría empinar el frasco.
La risa forzada de Esperanza es interrumpida por un estampido lejano y difuso, un estampido que ha atravesado las jaras y la niebla. Irene se encoge y tiembla. La diadema cae al agua y se hunde, aunque en pocos segundos sale a flote como un borbotón de sangre.
-No te ofusques, niña, que no ha sido más que un furtivo —dice Esperanza mintiéndola y mintiéndose—.
Un minuto después, el eco de una ráfaga la contradice.