Las claves para entender la ofensiva de Turquía contra las fuerzas kurdas en Siria
Ankara considera que estas milicias son "terroristas" y planea establecer una zona de seguridad en la frontera.
A los ocho años largos de guerra en Siria, hoy se ha abierto un nuevo e incierto frente de batalla: Turquía ha lanzado una ofensiva militar sobre la milicia kurda en el norte de Siria. Llevaba meses amenazando con ello, pero ahora lo ha hecho porque ha tenido vía libre, tras la retirada completa de las tropas de EEUU que estaban en la zona desplegadas contra el Estado Islámico.
Ankara ha confirmado que se han producido ataques aéreos apoyados por artillería contra posiciones cercanas a la localidad fronteriza de Ras al Ain, que por ahora dejan dos muertos. Por su parte, tres obuses lanzados desde territorio sirio han impactado, sin causar víctimas, en dos localidades turcas en la región, por su parte.
¿Pero qué tiene el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan contra los kurdos? ¿Por qué los ataca en suelo sirio? ¿No eran las milicias kurdas justamente la muleta de Washington en la zona para luchar contra el yihadismo?
El objetivo de Ankara es el de acabar con la autonomía lograda por grupos kurdos en un territorio del norte de siria, ganada por milicias como las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y consolidada por el apoyo de los países occidentales que desde 2015 combatían en la zona al ISIS, en especial EEUU, que ha llegado a tener desplegados 2.000 efectivos.
Turquía planea establecer una “zona de seguridad” que penetre 30 kilómetros en suelo sirio y se extienda a lo largo de 500 más de norte a sur, desde el río Éufrates hasta Irak, para blindar su frontera. “Estamos decididos a garantizar la supervivencia y seguridad de Turquía limpiando la región de terroristas”, declaró el ministro de Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu.
El pasado enero, el presidente estadounidense, Donald Trump, anunció el inicio de la retirada de sus militares y, desde entonces, Ankara ha dejado clara su intención de ir contra los kurdos, ahora que se quedaban sin protección de la Casa Blanca, la que los hizo fuertes con armas, información y logística. Estos grupos, sostiene, son sus enemigos, los considera “terroristas”, por ser cercanos al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
No siempre los ha visto así Erdogan. Hugo un tiempo en el que negoció con ellos, en un plano político, sin armas. Sin embargo, la toma de poder por parte de los kurdos empezó a verse como un peligro que había que parar. Hasta ahora, Turquía se había limitado a combatir a este grupo al oeste del río Éufrates porque al otro lado las YPG contaban con el respaldo de EEUU, dentro de una alianza kurdo-árabe llamada Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que propugnan un país secular y democrático.
Las Unidades de Protección Popular o del Pueblo (YPG, por sus siglas en kurdo) son consideradas el brazo armado del Partido de la Unión democrática (PYD), la principal agrupación política opositora kurda en Siria. Ambas ramas fueron fundadas en 2003 y están “luchando por una solución democrática que incluye el reconocimiento de los derechos culturales, nacionales y políticos [de los kurdos] y desarrolla y mejora su lucha pacífica para poder gobernarse a sí mismos en una sociedad multicultural y democrática”, dicen.
En su argumentario, tienen elementos en común con el PKK, a quien Turquía -y también EEUU y la Unión Europea- cataloga como grupo terrorista. Desde hace más de tres décadas, el PKK recurre a la “lucha armada” contra ese país, con atentados directos o mediante escisiones, dicen las autoridades de Ankara.
El gobierno turco considera a las YPG y al PKK como “grupos terroristas” de similares características y peligrosidad, que amenazan la seguridad de sus fronteras. Ellos, sin embargo, defienden que pelean por los derechos de los kurdos, un pueblo de unos 40 millones de personas que comparten una lengua y una cultura original desde hace siglos, pero que nunca ha tenido un país propio. Su zona de batalla es el Kurdistán, un territorio que comprende partes de Siria, Irak, Irán y Turquía.
Las YPG niegan que tengan relación alguna con el PKK e insisten en que su único empeño es defender a su comunidad de quien la amenace, sea el régimen sirio de Bachar el Asad o los diversos grupos terroristas de la región.
Se calcula que 11.000 de sus efectivos se han dejado la vida en la lucha contra el Estado Islámico.
En enero, EEUU dijo que cuando el Daesh estuviera “completamente derrotado” (no así según el criterio de la ONU) y Turquía se comprometiese a no atacar a las YPG, sus tropas se irían. A la milicia no se le podía atacar porque ha sido “fundamental para luchar contra el ISIS”.
Las cosas ahora han cambiado: “Mantuve esta pelea durante casi tres años pero ya es hora de que salgamos de estas ridículas guerras sin fin, muchas de ellas tribales, y que traigamos a nuestros soldados a casa”, ha dicho estos días Trump, dando por cerrada su etapa en Siria, aunque aún queden un millar de soldados en la zona, que en realidad se han retirado de zonas fronterizas, pero no se han ido del todo.
En cualquier caso, ya no tiene claro que haya que apoyar a los kurdos. Dice públicamente que le sirvieron bien y fueron bien equipadas y pagadas, pero les da la espalda. Traición total. “Ha sido una puñalada por la espalda”, ha declarado Kino Gabriel, el portavoz de las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), la coalición liderada por las Unidades de Protección Popular (YPG).
Fuentes militares citadas por la prensa de EEUU afirman que la “guerra asimétrica” que supone perseguir al yihadismo hará que Washington se mantenga alerta, que no “abandone” la zona, pero por ahora esa zona de seguridad que quiere Turquía no les parece un mal plan. Y, pese a ello, tras dar luz verde a Erdogan, hoy la Casa Blanca -no sin cierto cinismo- dice que la operación es una “mala idea”. Aún puede dar más bandazos.
¿Y Siria? Pues poco habla al respecto. Damasco ha repetido que su intención es la de recuperar “cada centímetro” del país, y la frontera con Turquía obviamente está dentro de ese plan, no quiere un territorio kurdo autónomo. Por ahora, no obstante, no tiene aparente intención de dar batalla allí, estando como está su ejército concentrado en el asedio a Idlib, bombardeado con intensidad en los últimos meses para acabar de una vez con el principal reducto rebelde que queda en el país, junto con el oeste de la provincia de Alepo, el norte de Hama y la zona mediterránea de Latakia.
Del futuro del país tampoco habla nadie. EEUU ha declinado seguir apoyando un cambio de régimen en Damasco y ha acabado cediendo el poder sin disimulo Assad, de quien en tiempos destacaba su “naturaleza asesina”.
Estamos, como dice Naciones Unidas, ante la mayor tragedia humanitaria del siglo XXI. Los datos no dejan lugar a dudas: los muertos superaban los 511.000 (más de un tercio de ellos, civiles inocentes) en el aniversario de la contienda, el pasado marzo, los heridos rondan los dos millones (muchos de ellos con mutilaciones incapacitantes de por vida), hay 12 millones de desplazados (cinco han tenido que escapar a otros países, sobre todo a los vecinos Líbano, Jordania, Irak o Turquía, y el resto son desplazados internos), y se calcula que se han producido más de 75.000 desapariciones forzosas (detenidos y secuestrados de los que no se tiene noticia). Son datos aportados por Acnur, Unicef, el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos y Amnistía Internacional.