La vida no está basada en hechos reales
Si la verdad ya no le importa ni a los que viven de la ficción, ¿a quién le va a importar? ¿A los postpolíticos, a los postcientíficos?
La posmodernidad ha traído la postverdad, y la postverdad ha traído el postcine. Y los tres se pueden resumir en un solo mandamiento: no sólo no existe la realidad, sino que además no hay quién maneje la ducha de los hoteles. Acabo de ver “Blonde” y no doy crédito a la sarta de falsedades que acabo de ver. ¿La cinematografía? Excelente, sí. Pero ¿por qué la prota se llama Marilyn Monroe, igual que la conocida actriz? Nadie pide a los biopics que sean documentos históricos. Exageran, distorsionan, sesgan. Vale. Pero hasta la llegada del postcine no se atrevían a inventarse ex nihilo un trío entre Monroe, un hijo de Chaplin y otro de Edward G. Robinson. Así. Porque sí. Y como eso todo. No dedicaría la columna a esto si no pensara que lo que ocurre en “Blonde” es una precisa cata de la sociedad actual.
Si la verdad ya no le importa ni a los que viven de la ficción, ¿a quién le va a importar? ¿A los postpolíticos, a los postcientíficos? ¡Mucho menos! “Blonde” no es un caso aislado, sino una importante meta volante en la ruta que nos lleva al país de Nunca Jamás. ¿Han visto “Elvis”? Buena, ¿eh? Vaya números musicales… Qué grande la escena en donde monta en cólera y despide al coronel Parker en mitad de una actuación en Las Vegas. Sólo un mínimo detalle: jamás ocurrió nada ni remotamente parecido. ¡Y qué dramatismo tiene la actuación final de Freddie Mercury en “Bohemian Rhapsody”! ¡Qué bien capta la terrible situación que debió de sufrir cantando en el Live Aid justo después de enterarse de que padecía sida! Si no fuera porque el líder de Queen contrajo la enfermedad dos años después del Live Aid…
¿Y la cumbre de “El instante más oscuro”, esa biografía de Winston Churchill centrada en los años de la Segunda Guerra Mundial? Sí, hombre, cuando se debate entre pactar o no con los nazis, y toma la decisión de resistir tras un viaje en metro en donde todos los británicos de a pie le piden que resista… Hubiera sido más verosímil poner a sir Winston charlando en la abadía de Westminster con David el Gnomo. La regla no escrita del postcine es la siguiente: salva las apariencias, haz que el parecido físico de la caracterización del actor deje a todo el mundo boquiabierto —¿han visto a Kenneth Branagh haciendo de Boris Johnson?—, cuida cada milésima de la ambientación, contrata a la persona que más sepa del vestuario de la época, y haz con el guion lo que te salga de ahí mismo, que no le va a importar a nadie.
¿Qué va a ser lo próximo? ¿Un biopic de Barack Obama que incluya su etapa de miembro de los Jackson Five previa a su carrera política? ¿La película definitiva sobre la relación de amor entre Margaret Thatcher y Juan Pablo II? Insisto: la falta de respeto a la realidad en las películas llenas de nombres reales no es un mero problemilla que se limita a Netflix & Co., sino un claro indicador de que vivimos en una sociedad en donde la simple y llana verdad ha bajado posiciones en el orden de prioridades, situándose por debajo del capricho, la demagogia o el subjetivismo, es decir, por debajo de todo lo que pueda ser manipulable a través de la publicidad. Ha llegado el momento de colocar un cartel al comienzo de los biopics en donde se lea “No basado en hechos reales”. Como la vida en general.