La unión hace el vacío

La unión hace el vacío

Siempre me han llamado la atención los partidos de microscopio.

Una votante el 10-N.Pablo Blazquez Dominguez via Getty Images

No hace tanto que me asomé a esta ventana para fijarme en el dolor de aquel candidato hindú que ni siquiera había logrado el voto de todos sus familiares inscritos en el censo. Si bien gasté cierta guasa con el buen hombre, creo que quedó claro que mis palabras las dictaron la compasión y el afecto que los derrotados merecen.

El mismo afecto que quiero enviar a Helen Mukoro Idisi, cabeza visible del partido Unión de Todos, que ha obtenido treinta y un votos en la circunscripción de Teruel, por la que se presentaba, y que consta en las estadísticas (ese disfraz de lo mediocre) como el partido menos votado en las últimas, por el momento, elecciones. Ha mejorado en tres votos su resultado del veintiocho de abril, pero no ha sido capaz de recuperar a los cuarenta y ocho soñadores que le entregaron su esperanza en 2016.

Habida cuenta que para poder inscribir la lista de candidatos en el registro electoral, la señora Mukoro tuvo que recoger las firmas de, al menos, cien ciudadanos, queda claro que la amistad es capaz de poner la rúbrica al pie de un documento (“¡No firmes nada, que te pierdes!”, le insistía María Luisa Ponte a José Luis López Vázquez en El Verdugo), pero no de cambiar la intención de voto. Aunque siempre podrá consolarse pensando en la inesperada marea con la que la plataforma Teruel Existe ha barrido el mapa electoral de la provincia.

Siempre me han llamado la atención los partidos de microscopio (única manera de verlos), desde aquellos que, en las primeras elecciones de la actual democracia, acumularon en los pupitres del colegio las papeletas correspondientes a todos los grupos que habían atravesado el desierto de la resistencia a la dictadura, hasta los excéntricos que deciden presentar pelea en el uniforme y aburrido panorama actual.

Y no me olvido de algún que otro grupo de avispados que inscribieron partidos falsos con el fin de acceder al censo electoral y aprovecharlo para fines publicitarios más bien oscuros.

Declaro desde ya mi amor a todos esos locos que no se resignan a que sus ideas de regeneración política se queden dando vueltas en la medianoche, sin más público para escucharlas que el techo del dormitorio. Románticos incurables que piensan que un mensaje claro pegado en fachadas y farolas (imagino que no más de quinientos carteles habida cuenta las tarifas que gastan las imprentas) puede hacer mella en las ideas de sus vecinos y decidirlos a unirse a la aventura. 

Permítanme un recuerdo para el Partido Carlista de Carlos Hugo de Borbón, pretendiente requeté al trono de España.

Nada que ver con las cien derechas que añoraban el franquismo, y que han decidido guarecerse bajo la calentita manta verde de Vox, ni con los partidos comunistas escindidos de las escisiones que tuvo el Partido Comunista de España en décadas ya lejanas, y que aún garabatean con pintadas las tapias de los polígonos industriales.

Me refiero a los fieros abuelos del  Partido Demócrata Social de Jubilados Europeos, versión electoral de los Panteras Grises que aún plantan cara en las manifestaciones.

O al movimiento Escaños en Blanco, que propugna la asignación de escaños vacíos a las papeletas que no muestren impresión alguna.

O al Partido Republicano, Independiente Solidario Andaluz (Partido RISA), formado por aguerridos ciudadanos  jiennenses decididos a terminar con las guerras y la pena de muerte.

O Muerte al Sistema, turolenses que dejan claras sus intenciones desde el nombre.

O, por supuesto, Teruel Existe (¿qué llevará el agua del Alfambra?), que ha logrado un escaño reivindicando cuestiones tan absurdas como una línea de tren decente o un hospital para la provincia. Irresponsables que piensan que los poderes públicos están para solucionar esos asuntos.

Y permítanme un recuerdo para el Partido Carlista de Carlos Hugo de Borbón, pretendiente requeté al trono de España que sostenía ideas emparentadas con el socialismo autogestionario. No consiguió llegar al parlamento, pero formó parte de la primera Izquierda Unida, lo que supuso más de un quebradero de cabeza para los muchachos de Gerardo Iglesias, hartos de explicar por qué se habían coaligado con los de la boina roja. No tardaron mucho en romper el enlace por franca incompatibilidad de caracteres.

Helen Mukoro Idisi y sus compañeros lo han intentado. Se reconocen progresistas, ambientalistas, pacifistas e integradores.

Han querido constituirse en voz para los inmigrantes, los precarios y cuantos están al borde del cataclismo. No lo han logrado, pues los mismos implicados han preferido confiar en otras siglas, en otras actitudes.

Pero su empeño merece todo mi respeto, más allá del chiste que, inevitablemente, provoca su exiguo resultado.

Siempre me han llamado la atención los partidos de microscopio (única manera de verlos).

No me quedo con las ganas de decir que si doy la vuelta al periódico, han ganado las elecciones.

O que las partes han resultado ser mayores que todos.

O que pueden celebrar su próximo congreso en el bar de la esquina.

Sé que Helen Mukoro me lo perdonará. Además de excéntricos, quienes viven en la utopía suelen tener un muy vivo sentido del humor.

Cierto amigo de juventud que deambuló por militancias troskistas se preguntaba qué debía hacer si el día en que se lanzara a las barricadas los paseantes le apludían y le tiraban monedas.

Debía de convivir en su célula con todos los avinagrados del movimiento, pues fue inmediatamente expulsado en cuanto su duda se hizo pública.

Conociéndolo como lo conocí, sé que habría recogido las monedas, se habría ido al bar y habría vuelto a la lucha con la cerveza precisa para resistir.

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MOSTRAR BIOGRAFíA

He repetido hasta la extremaunción que soy cocinero porque mi primera palabra fue “ajo”. Menos afortunado, un primo mío dijo “teta”, y hoy trabaja en Pascual. En sesenta años al pie del fogón (Viridiana ya ha soplado cuarenta velas) he presenciado los grandes cambios, no siempre a mejor, de la hoy imparable cocina española. Incluso malician que he propiciado alguno. En otros campos, he perpetrado cuatro libros de los que no me arrepiento (el improbable lector lo hará por mí). Fatigué también a los caballos de carreras retransmitiendo éstas durante varios años por el galopante mundo. He desperdigado una reata de artículos de variado pelaje y escasa fortuna. También he prestado mi careto para media docena de cameos, de Berlanga a Almodóvar, hasta que comprendí que mi máxima aspiración como actor podría ser suplantar al hombre invisible. En mi lejano ayer quise ser jockey, pero la impertinente báscula me disuadió. Y por mi parte basta que, como sentenciaba un colega, “es incómodo escribir sobre uno mismo. Mejor sobre la mesa.”