La transfobia más allá de Hazte Oír y Vox
Hay un sector dentro del feminismo que ya no esconde su rechazo a las personas trans.
Hay veces que la indecencia penetra en foros de pensamiento, instituciones o estructuras de poder que a priori deberían apostar por el progreso. Llevamos tiempo asistiendo a una normalización del discurso de odio hacia las personas trans, hacia su legítimo (y reconocido) derecho a la identidad, y lo peor es que hay un sector dentro del feminismo que ya no esconde su rechazo a las personas trans. Y ya es hora de terminar con esta espiral del silencio que solo lleva a que se siga inoculando este discurso de odio a mayor velocidad.
La XVI Escuela Feminista Rosario Acuña, de Gijón, tuvo a bien reunir a distintas personalidades para disertar sobre lo poco mujeres que son las mujeres trans. Entre estas opinadoras tenemos a Ángeles Álvarez Álvarez, exdiputada del PSOE, a Amelia Valcárcel y a Bernaldo de Quirós, miembro del Consejo de Estado. En estas jornadas podemos escuchar con total claridad cómo doña Amelia hace bromas sobre la “menarquía de las mujeres trans” y sobre la necesidad de usar un “fresador de pollos para que en el parto diga si esto va a ser pollo o gallina”. También expone que la realidad trans es una suerte de “tecnología de género” o que las mujeres trans “son señoras que deciden que prefieren pertenecer al siguiente sexo, que lo que cuenta es la apariencia, tener barbita y tal, incluso hay algunas que se quedan embarazadas y quieren ser el padre”.
Es triste comprobar cómo el progreso es tan frágil y cómo las posiciones de la ultraderecha, de Vox, de Hazte Oír o del Foro de la Familia consiguen surgir victoriosas también en foros de debate aparentemente feministas. Prueba de ello es el discurso que hizo la señora Álvarez. Álvarez expuso, ufana, que las mujeres trans remarcan la imagen estereotipada de las mujeres o que “el feminismo (así, en mayestático) pone cada vez más de manifiesto que la inconformidad de género no implica transexualismo”. Por supuesto no podían faltar aquí las bromas y los chistes hacia los hombres que tienen la capacidad de gestar, todo esto aderezado con las risas cómplices de un público entregado al señalamiento de las personas trans como una realidad aberrante. Álvarez dice incluso que “las personas que han realizado un cambio de género podrían acudir a casas de acogida de mujeres, con lo que esto supondría”.
Álvarez también, poniendo como ejemplo un caso de Oaxaca, México, alerta: “cuidado, pueden darse casos de que haya hombres que se cambien el género para entrar en listas de paridad”; para acto seguido hacer bromas sobre las “mujeres sin vagina”. Todo esto, repito, con un público entregado, sin una sola mano levantada para frenar esta ignominia, este atropello a los Derechos Humanos de las personas trans, esta normalización del discurso de odio. Pero no terminaba aquí; Álvarez seguía, bajo la mirada aprobadora y atenta de Valcárcel, citando a la feminista Adichie para decir que las mujeres trans son mujeres trans, no son mujeres (sic). Pero sin duda, lo más ofensivo fue cuando se cita la “Declaración de los derechos de la mujer basados en el sexo”, un texto de un grupo de activistas extranjeras, para seguir señalando a las mujeres trans afirmando cosas como que “la identidad de género amenaza la supervivencia de servicios, incluidos apoyo a la víctima y el alta médica exclusiva de mujeres (no mujeres trans), lo que dificulta la eliminación de la violencia machista” o que “las niñas deben asociarse en función de su sexo biológico”, o que “los estados deben garantizar medidas especiales de igualdad, aplicables solo a las personas de sexo femenino y no deben discriminar mujeres con la inclusión de hombres que afirman tener identidad de género femenina”.
Todo esto no es ni más ni menos que transfobia financiada con el dinero público de todos los gijoneses y gijonesas. Transfobia revestida de debate, de librepensamiento, pero transfobia a fin de cuentas. La misma transfobia, el mismo discurso que ya paseó por las calles aquel autobús de la infamia de los ultracatólicos de Hazte Oír. En este caso, Valcárcel nos habló de fresadores de pollos y de menarquías, y Álvarez nos cita a Adichie para decirnos exactamente lo mismo que Hazte Oír, que los niños tienen pene y que las niñas tienen vulva.
Guardar silencio ante unas jornadas de este calibre solo contribuye más a la inoculación del odio hacia las personas trans, que no tienen que ser cuestionadas ni señaladas. Naciones Unidas en su conjunto, los Principios de Yogyakarta, la campaña Free and Equal, los propios tribunales de justicia españoles y europeos, ya han dejado claro infinidad de veces que los derechos de las personas trans son derechos humanos y que, como tal, tienen que ser protegidos y defendidos; disfrazar discursos de odio bajo supuestos foros intelectuales no sirve para ocultar lo que se piensa, más bien evidencia más la elaboración del mismo discurso de odio.
Rechazo cualquier tipo de acto en el que se cuestione la identidad de las personas trans. Condeno las actitudes de cualquier persona o institución que pretenda seguir incidiendo en el sufrimiento de seres humanos. Señalo que foros como la XVI Escuela Feminista Rosario Acuña contribuyen a que se perpetúe el estigma de las personas trans, y que el Ayuntamiento de Gijón es también responsable al financiar actos que promueven estos discursos.
Seguiré denunciando a cualquier persona o institución que se burle, se mofe o cuestione a mis hermanas, las personas trans. Valcárcel o Álvarez deben revisar sus tesis y pedir perdón por esta contribución a la ceremonia del estigma. El feminismo no es odio, es libertad; no es exclusión, ni hostigamiento. Me avergüenzo de la XVI Escuela Feminista Rosario Acuña y soy profunda y radicalmente contrario a las intervenciones de Álvarez y Valcárcel: las personas trans son mis hermanas.
“Las personas trans corren un riesgo mucho mayor de sufrir acoso y agresiones y de ser asesinadas. Cuando los medios de comunicación y los líderes comunitarios y políticos tratan el tema con un tono incendiario, el entorno se vuelve aún más hostil”.
Oficina de Derechos Humanos. Naciones Unidas