La tierra es plana
Las leyendas urbanas, como muchas pizzas de ciclomotor, son indigeribles. Sólo a un empacho de mala masa y cobertura de chicle se le puede achacar que alguien se despierte algún día pensando que la tierra es plana.
Pero hay cerebros de salvado, sin cernir, capaces de tomar en consideración cualquier memez, desde la planicie de nuestro planeta al daño que provocan las vacunas.
Flores de plástico para Bre Panton, la periodista de veintiséis años, propagadora de las ideas contrarias a la vacunación, que murió hace unos meses tras contagiarse de gripe porcina.
También hay gente capaz de creer a pie juntillas que hay avionetas que fumigan a gran altura para disolver las nubes y provocar la sequía.
O que estamos gobernados por una raza de lagartos, disfrazados de políticos, provenientes del espacio exterior.
¿Es verosímil? Por supuesto. Se han descifrado señales provenientes de otras galaxias que piden el voto para Ciudadanos en las próximas Europeas.
Ahora que Alien cumple cuarenta años, me acuerdo del saurio que nos gobernó por igual periodo. “Se va el caimán, se va el caimán…”, cantábamos.
Al que no considero imbécil es a David Icke, propagador de semejante estrambote, aclamado en cada intervención pública.
Al lado de semejantes delirios (y no me olvido de los creacionistas… ¿acaso no tienen espejos?), el Reader´s Digest, que tanto me intoxicó de pequeño cuando algún viajante se apiadaba de mis ganas de leer y me dejaba un ejemplar, es la Enciclopedia Británica, y los disparates que El Caso llevaba en portada, el Boletín Oficial del Estado.
En los años sesenta se tuvo por tan cierto que en determinada corsetería de Barcelona se secuestraba a las clientas para venderlas en Arabia (entraban en el probador a ponerse un sostén y les colocaban la camisa de fuerza) que el desdichado comercio tuvo que cerrar.
¿Y quien no ha escuchado mil veces que los chinos son inmortales?
-¿Tú has visto alguna vez el entierro de un chino?
-Ni el bautizo, y mira que madrugo.
Quien tal pregunta, hace caso del rumor que afirma que los chinos muertos ceden su documentación a otros y su cuerpo al chop-suey.
Aunque, para mí, la mayor, más arraigada y absurda de las leyendas urbanas es esa tan extendida que asegura que hay otra vida.
Lo curioso es que a los tipos que la difunden esta ya les viene grande.
Reconozco que los terraplanistas (ese es su nombre, amasado con orgullo e ignorancia) me provocan una especial ternura.
Aceptan las imágenes de televisión transmitidas de uno a otro extremo del mundo; se fían de los pronósticos del tiempo que se elaboran con imágenes de satélite; programan sus navegadores de coche teniendo en cuenta la información que esos mismos satélites les transmiten; admiten las diferencias horarias...
Pero no aceptan la razón por la que todos esos mecanismos funcionan: que vivimos en una esfera suspendida en el vacío.
Fuera de algún chiste, ni en mis más desaforados sueños me habría imaginado que alguien creyera aún en un mundo con bordes, hasta que ayer me sorprendió un artículo del diario Público, firmado por José Carmona, en el que se daba cumplida cuenta de los desafueros que unos cuantos cientos de millares (¿o millones?) de personas tienen por ciertos.
Su argumento, pues solo tienen uno, se reduce a dos palabras: nos engañan.
El mundo termina en una muralla de hielo que nos separa del abismo. La luna es un artefacto artificial construido por el hombre, pero que el hombre nunca ha pisado (lógica aplastante). Las imágenes de la NASA y la ESA están amañadas. Los vuelos comerciales son controlados para ocultar las verdaderas dimensiones del mundo...
Investigando un poco (no es difícil, se coge el ratón del ordenador y se mueve en círculos hasta que sale algo), me he encontrado con “Mad” (Loco) Mike Hughes, un terraplanista que, injertado de Profesor Bacterio, hace dos años quiso volar en un cohete que él mismo se fabricó con madera (?), impulsado por vapor (??) y lanzado desde una autocaravana (?????...¡coño!) con la idea de sacar fotografías que pudieran demostrar sus teorías.
Les dejo el enlace con el blog del amigo Gámez (periodista descreído y riguroso) que da cuenta del esperpento.
La buena noticia es que, deshonrando su mote, el individuo renunció a última hora a su viaje y a la segura hostia que se iba a meter.
Hablando en serio, y miren que me cuesta con semejantes mimbres, me sorprende que sobrevivan tan ridículas supersticiones cuando en otros aspectos de la vida nos comportamos como detectives escépticos.
Somos críticos con nimiedades, pero luego no nos importa comulgar con ruedas de avión (las de molino escasean).
Gente que puede aceptar sin un solo pestañeo que Elvis está vivo, Paul Mc Cartney muerto desde 1966, o que el diablo habla en discos reproducidos al revés (al derecho se manifiesta en cualquiera de Luis Cobos).
Si aún no hemos comprendido el método científico, sus requisitos, su dinámica y sus límites, estamos a merced de la superstición y de la mentira. Estamos en manos de los listos que rentabilizan sus conferencias, sus blogs y sus canales de Youtube aullando acerca de alunizajes falsos, agua memoriosa que cura o gobiernos en la sombra (todos sabemos que los que mandan solo se ponen a la sombra en Las Ventas. En barrera, por supuesto).
Claro que una Tierra plana tendría sus indudables ventajas. La principal, que podríamos irnos de vacaciones y vigilar, desde la lejanía, nuestra casa para evitar el asalto de los “okupas”, esos que tanto preocupan a Isabel Díaz Ayuso.