La revolución pendiente: tierra e igualdad (I)
La legitimidad de una revolución no está en las fases que se siguen, sino en las razones que la mueven.
Dado el fracaso de la escucha y el entendimiento, la humanidad, desde el Neolítico hasta nuestros días, ha tenido que crecer a base de revoluciones. Habría sido más sencillo y menos traumático si en lugar de revolucionar la realidad hubiéramos evolucionado con ella, pero quienes han estado en posiciones de poder siempre han mostrado su rechazo a modificar las circunstancias que les proporcionaban sus privilegios, de ahí su resistencia a cambiar y su fidelidad a la tradición y a lo conservador.
Las revueltas con las que habitualmente se identifican las revoluciones sólo son su escenificación, la última fase de todo un proceso más profundo, y reflejo de la necesidad de romper las imposiciones que impedían los cambios y transformaciones.
Si nos adentramos en todo el proceso revolucionario que conduce a la última expresión de su manifestación reivindicativa, nos encontramos con una serie de fases que podríamos resumir en seis etapas:
- Situación de abuso. No es sólo la existencia de diferencias y desigualdades, sino su utilización para obtener ventajas y privilegios en ese contexto donde se establecen las relaciones abusivas. Cuando el abuso se hace desde posiciones de poder consigue tres características muy importantes: se extiende a amplios sectores de la sociedad, se estructura como parte de determinadas circunstancias, y se normaliza bajo ciertas justificaciones y razones. Todo ello lleva a la invisibilidad y a que el tiempo sea un argumento de su “normalidad”.
- Conciencia de injusticia. El poder nunca es para siempre, por eso desde el poder han necesitado a las religiones para mantener la promesa al tiempo que iban adaptando la estrategia a los nuevos tiempos que llegaban. Pero a pesar de ello, el ser humano y sus ideales siempre están por encima de la opresión y la mentira, de ahí que antes o después tomen conciencia de la situación de injusticia que viven y respondan ante ella.
- Resistencia individual. A partir de ese momento y conforme se comparten los elementos críticos contra el abuso y la injusticia, comienzan las resistencias individuales, generalmente por parte de quienes viven directamente el daño de esa “normalidad abusadora”.
- Posicionamiento crítico. Elementos como la conciencia sobre el problema, las resistencias individuales, y el aumento del conocimiento sobre el significado de la injusticia, llevan al pensamiento crítico y a la coordinación de iniciativas con un doble objetivo: por un lado, organizar la resistencia, y por otro, actuar contra las causas del abuso.
- Activismo y reivindicación: A partir de esa plataforma organizada comienzan las acciones contra el modelo y las circunstancias que originan el problema con un doble sentido: la actuación estratégica dirigida a determinados elementos del sistema que tengan impacto como agitación de sus estructuras, sobre la conciencia de la sociedad. Frente a estas acciones se producen reacciones del propio sistema que deben ser abordadas en esta fase.
- Revolución, tal y como se visualiza a través de las protestas y revueltas. Conforme el abuso persiste, la crítica al mismo aumenta, el ambiente se llena de acciones individuales y coordinadas, las reacciones contra ellas se multiplican e intensifican… la conciencia de injusticia aumenta. Este contexto permite la ampliación a posiciones cada vez más lejanas al problema, y definir los elementos comunes que existen frente a otros abusos e injusticias que se expresan en otros ámbitos, a veces muy distintos. A partir de ahí la revolución ya es una realidad en cuanto a su dimensión, causas, implicación y significado.
Reducir una revolución a esta última fase tiene dos consecuencias:
- Por un lado, se le quita el significado que la envuelve para abordar sólo el resultado que da lugar a la movilización final, pero sin actuar sobre las causas que originan ese resultado. De esa forma, la construcción de abuso como estrategia de poder se limita a una corrección de sus efectos, pero los factores y circunstancias que los originan permanecen igual, y el abuso y la injusticia podrán continuar de otra forma.
- Por otro lado, si se toma como “revolución” sólo la fase última de las movilizaciones, todos aquellos procesos transformadores críticos que no lleguen a esta última fase serán presentados como revueltas y conflictos particulares, y como una amenaza contra el modelo de poder que genera los abusos y la injusticia en diferentes contextos y frentes. Esta situación derivada de la manipulación no debilita al modelo a pesar de la crítica, sino que lo refuerza por medio de la amenaza.
El ejemplo lo tenemos cerca: las protestas de los trabajadores y las trabajadoras del campo, no sólo de los agricultores, nacen del abuso y la injusticia de un modelo económico que necesita del abuso de la tierra para mantener la estructura de poder que genera más beneficios a quien más tiene. Y la forma de hacerlo con la tierra es el dominio y la amenaza, argumentos que entienden muy bien y paralizan a quienes se levantan cada día con la amenaza del tiempo, de las plagas, de los precios… La industria se puede abrir o cerrar, trasladar a un lugar o a otro, establecer turnos o limitar los horarios… pero el campo no. Y aunque se juega con algunos de estos elementos, como por ejemplo traer productos de otros lugares, al final el resultado no es el mismo: no es igual un tomate de un país lejano que el de nuestra tierra, en cambio un tornillo si es el mismo se fabrique aquí o en Asia.
La legitimidad de una revolución no está en las fases que se siguen, sino en las razones que la mueven. La revolución de la tierra es necesaria por justicia y por ética democrática. Una sociedad no se puede alimentar del sudor frío de la impotencia y la frustración de quienes viven en la desesperanza de la esperanza, y nuestra sociedad lo lleva haciendo desde hace siglos.
Quienes somos de pueblo y hemos tenido la suerte de echar jornales en verano lo hemos vivido en primera persona, y lo hemos escuchado con la bondad de las palabras de quienes sólo aspiraban a un día más, pero con dignidad.
La tierra está cerca de culminar su revolución, pero se equivocaría si piensa que la solución sólo está en la corrección de los precios de toda una estructura de poder basada en el abuso y la injusticia. Si se limitan a corregir sólo ese resultado, el modelo de poder construido desde la visión androcéntrica ya se encargará de establecer otro mecanismo para seguir con el abuso de quienes deben estar en las posiciones inferiores de su jerarquía. No por casualidad el machismo, esa cultura patriarcal que nos envuelve, surgió en el Neolítico junto a la agricultura, y tampoco es casualidad que el feminismo plantee una transformación radical de la cultura, no sólo corregir algunas de sus manifestaciones. Pero de eso hablaremos otro día.
Hoy termino recomendando escuchar de nuevo las canciones de Jarcha, y no estaría mal comenzar a hacerlo con Esclavo de la tierra.