La revolución de los precarios
La creciente desigualdad mundial, nacional y local es el gran problema de nuestro tiempo. Para muchos, la cuestión vital para aliviar las guerras, la pobreza, la escasez de recursos y el cambio climático está en la lucha contra la desigualdad en todos sus aspectos y manifestaciones. Así lo ha planteado Thomas Piketty en su monumental obra "El capital en el siglo XXI" (2013), cuyo éxito de crítica y público informado ha oscurecido los agujeros negros del capitalismo feroz que padecemos, denominado por algunos "capitalismo de casino" y, por otros, "capitalismo rentista". El nombre no es secundario porque implica concepciones distintas de los procesos y formas de hacerles frente desde los decadentes procesos de desregulación de los mercados y las desfallecientes administraciones públicas del neoliberalismo, antes y después de 2008.
Guy Standing en 2011, presenta su libro "The precariat", subtitulado en España "Una nueva clase social" (Standinng 2013) inventa el término "precariado" uniendo los de "precario" y "proletariado", se ha visto cómo afectan los cambios del capitalismo global a la remuneración del trabajo y a las formas contemporáneas que va adoptando este. Standing desmiente la relación mediadora del Estado moderno, atribuyendo el escenario disruptivo de la desigualdad a la distribución inequitativa de ganancias y salarios. Según la confortable versión de los ochenta, los impuestos, subsidios y beneficios afectaron a la participación del trabajo en la renta nacional, que disminuyó provocando la "acumulación por desposesión" anticipada por David Harvey y la expulsión de ciudadanos al desempleo, los desahucios y la pérdida de seguros sociales. A las periferias de las ciudades y del sistema.
La precariedad es el estado de la mayoría de la clase trabajadora urbana antes empleada en el estado del bienestar, que progresivamente ha ido perdiendo sus derechos laborales y luego los derechos civiles, hasta quedar reducida a una "micronización" que apenas tiene poder para armarse de solidaridad y organizar acciones de conjunto. En la versión de la mayoría de los autores, como los mencionados (Piketty 2013) o (Standing 2011, 2013, 2016), esa vía de desigualdad produce la pérdida de derechos de ciudadanía (los ciudadanos se convierten en "residentes", o "moradores"). Se desconectan de la redistribución de rentas y de los efectos complementarios del urbanismo en la distribución de beneficios del conjunto de factores de seguridad y/o salarios indirectos.
En las ciudades, la distribución subyacente de los ingresos complementarios a las rentas del trabajo ha seguido las tendencias habituales definidas por los gobiernos de los últimos veinte años: los subsidios a la venta y el alquiler, el endeudamiento hipotecario. A las burbujas inmobiliarias de la vivienda en propiedad y en alquiler ha sucedido el saqueo de la clase trabajadora, ahora convertida en clase pobre ocupada y a, su pesar, ha proseguido con fases de "trabajo a tiempo parcial", "trabajo temporal", "mileuristas", "milenials", "becarios" y "precarios". La progresiva extensión de la desigualdad en la ciudad se debe a la existencia de clases extractivas que, desde la política y el capital financiero aprovechan cualquier yacimiento para obtener rentas ilimitadas, no de los mercados, - laboral, de suelo y vivienda, hostelería y turismo, o logística irregular, por citar algunos -, sino de la falta de mercados, por explotación global del precariado.
Contra este capitalismo extractivo ya no valen las "antiguas" contrapartidas sociales. No sirven ya las de empleo, ni las de seguridad de salud, ni los futuribles de exiguas pensiones, que quedan recortadas y expuestas hasta para los ya jubilados, lo que los convierte en precarios. La ciudad se ha vuelto muy agresiva, porque induce al nomadismo y la marginalidad, más que a la comunidad segura, a la convivencia. Todavía el discurso oficial de los sindicatos y los políticos conservadores del "statu quo" sigue hablando de cosas irreales (como los subsidios o el auge de los becarios anclados a la precariedad permanente).
Mientras tanto, se sigue denostando la revalorización del trabajo, la seguridad básica y la renta mínima o social, que solicitan expertos y partidos alternativos al orden existente. Los escándalos de la clase política extractiva son una ofensa más a los derechos de jóvenes empujados a participar en una carrera desigual por los másteres y la formación, cuando la propia universidad se vuelve extractiva para supuestas "élites" deshonestas y corruptas. Líderes que no usan las instituciones más que para su enriquecimiento personal; directivos y financieros que multiplican la desigualdad aferrándose a sus rentas de situación política, hiriendo a todos.
No se puede cejar, pero tampoco se trata de un proceso fácil. La aparición del precariado exige crear el contexto social, identificarlo, asociarse para lograr derechos urbanos y sociales y programar el cambio. En España no tenemos experiencia sobre un problema en el que somos pioneros, como dice Standing (2013). Los precarios ocupan los estratos más cerrados a la redistribución de rentas, aislados y perplejos. Las ciudades, entre tanto, crean sus guetos. El alquiler inaccesible no es el menor de ellos.
El cambio está en las calles y en las urnas. Lejos de abstenerse, los jóvenes deben producir una activa transformación de las estructuras de distribución de rentas que quite a los rentistas, públicos y privados, la facultad de disponer de las vidas de la gente joven como si estuviéramos en los albores de la revolución industrial (o feudal). La inteligencia será humana o no será. Y la inteligencia artificial de la tecnología será remunerada y participativa, o quedará reducida a un cementerio de expectativas interrumpidas, indignación y vidas truncadas.