La resistencia ibero-democrática
No es exagerado afirmar que los datos políticos, económicos y culturales que presenta Iberoamérica en la última década nos colocan ante la región del mundo más prometedora. Al menos, si contextualizamos este enunciado en clave democrática. El continente ha multiplicado en los últimos 10 años su riqueza, su población llegará pronto a los 700 millones de habitantes y ha duplicado tanto el volumen de su clase media como el de sus universitarios. En paralelo, ha logrado sacar de la pobreza a 90 millones de personas. Las noticias son asimismo alentadoras en términos de igualdad de género: el 53% de su fuerza laboral es femenina e, igualmente, la contribución de las mujeres a los ingresos del hogar ha aumentado de un 30 a más de un 40%, mientras que se ha triplicado el número de diputadas en los diferentes parlamentos nacionales.
Con todo, quizá los datos más espectaculares radiquen en el aspecto digital. El porcentaje de usuarios de internet alcanza prácticamente el 60%, 20 puntos más que hace 6 años y con una tendencia imparable, aunque algo desigual: supera el 70% en naciones como Argentina, Chile o Uruguay, mientras no alcanza el 50% en gran parte de Centroamérica. Y es que seguramente la desigualdad sea todavía la asignatura pendiente de la región, tanto más en un momento de relativo estancamiento fruto de la recaída de las exportaciones de las materas primas. Ello ha provocado que la presencia global de Iberoamérica, según los indicadores del Instituto Elcano, se haya reducido levemente. No obstante, este mismo ranking señala un auge iberoamericano en la esfera del poder blando, lo que no solo significa un mayor impacto internacional de sus culturas, sino un ensanchamiento de los valores latinos, que son los mismos que los europeos, por el mundo.
En este sentido, pese al escenario de incertidumbre post-crisis que aún perdura, unido a un nuevo ciclo de elecciones en países clave (Brasil, Chile, México o Venezuela), cabe ser optimista. Ahora bien, hay que serlo de una forma proactiva y no esperando a que el maná caiga del cielo. Al igual que sucede en Europa, donde si algo ha significado el "efecto Trump"—más allá de conspiraciones por demostrar— ha sido tomar conciencia de que nuestro destino está en nuestras manos, Iberoamérica ha de embridar su porvenir. Por supuesto, es importante que Argentina y Brasil estén remontado su situación económica. Sin embargo, más relevante aún es que el continente auto-afirme su confianza y se percate de la posición líder que a corto plazo puede ocupar, a poco que pise el acelerador en materia digital y fusione, como podría ser el caso, el potencial conjunto de la Alianza del Pacífico y Mercosur.
Tal conjunción de factores es la que puede impulsar internacionalmente a Iberoamérica, en tanto su personalidad democrática está cada vez más fuera de dudas. He aquí de hecho el secreto de su éxito, el de un patrimonio cívico y virtuoso que resiste frente al ciego declive del pluralismo y la tolerancia en otros lugares del mundo. Pero insisto, para aquilatar la prosperidad del futuro, hay que creérselo. Esa, afortunadamente, es la convicción que sin duda vienen expresando las distintas promociones de líderes iberoamericanos que respalda la Fundación Carolina desde hace tres lustros. Hemos tenido ocasión de ratificarlo hace muy poco.