'La Puerta Violeta' de Rozalén
En estos tiempos de Malumas y machotes que arrasan entre las adolescentes, de divas que en vez de cantar parecen gritar desesperadas al amor romántico, escuchar a Rozalén supone abrir una puerta a otra manera de mirar y entender el mundo. Estamos tan necesitados de voces femeninas que en cualquier ámbito de la cultura aporten su visión de la vida y sus compromisos que escuchar el último trabajo de esta hija de un "amor prohibido" es como si nos recargáramos con las vitaminas necesarias para afrontar un otoño en el que quien más y quien menos sueña con volver a los diecisiete.
Rozalén es de esas artistas que piano piano se ha ido metiendo en las casas y en las vidas de muchas y de muchos que buscamos letras en las que reconocernos, músicas con las que sentir que pese a todo la vida es un milagro y presencias que nos recuerden la diferencia entre lo urgente y lo importante. Sin recurrir a ninguna estridencia y haciendo del trabajo honesto y la complicidad creativa sus mejores armas, la autora de joyitas como Berlín ha sabido retomar nuestra mejor tradición de canción "de autor" (y de autora, menos mal) y le ha puesto las adecuadas gotas de su entusiasmo de mujer empoderada. Todo ello sin olvidar, como demuestra cada vez que se sube a un escenario, que ante todo es una comunicadora y que la música, al fin, no es sino una forma más, tal vez de las más inteligentes y sanadoras, de acariciar al respetable.
Esperábamos con ansia su nuevo disco y ya desde el verano llevábamos unos meses bailando ese himno al optimismo y a la rebelión contra la idiotez que son sus Girasoles. A muchos nos parecía que el 15 de septiembre no llegaba nunca. Y llegó finalmente, y con él otro regalo que nos demuestra que el poderío no es otra cosa que la posibilidad de desarrollar al máximo las capacidades vitales y de ponerlas en relación, enredarlas, con las de otros y otras. Porque ese es de nuevo el milagro que consigue María con Cuando el río suena: dejar en el aire los puntos suspensivos del refrán para que nosotros los llenemos con las emociones que nos provocan sus canciones. Basta con abrir la puerta violeta que nos encontramos al quitar el envoltorio del regalo, para comprobar que lo que tenemos para nuestro disfrute es una suma de jirones de piel, de memorias resucitadas y de amores que se resisten a ser tóxicos. La mejor miel para curar los resfriados que no saben de recetas.
Rozalén nos vuelve a demostrar que canta desde sus convicciones más hondas, pero sin necesidad de convertir los versos en eslóganes que riman. Es fácil detectar en sus creaciones el hilo de una bruja que se resiste a ser quemada en la hoguera, la genealogía que la une a millones de mujeres que no pudieron tener voz, la presencia activa de un feminismo que ella asume desde la normalidad que implica considerarlo inseparable de la democracia. Además, en un país tan desmemoriado como éste, la autora que nació el mismo año que triunfaba La puerta de Alcalá nos deja heridos con la historia de Justo, se atreve a meterse en los laberintos emocionales de un País Vasco en el que durante tantos años las patrias se superpusieron a los seres humanos, y hasta nos recuerda cómo ella misma es el producto de una rebelión amorosa contra el orden establecido.
Cuando el río suena es mitad biografía, mitad ventana. Una puerta que se abre para superar los miedos y los dolores, una pista de baile en la que ya no baila la mujer objeto, un poema de Violeta Parra con el que todas y todos nos hacemos enredadera. Músicas de mujeres que al fin se reconocen en el espejo y arco iris de Madre Tierra que no deja de darle tirones de oreja a un hombre que parece empeñado en prorrogar la violencia sobre sus dominios. Una fiesta de gente buena y danzarina en la que es fácil darse cuenta que necesitamos de hadas como Rozalén para darle una vuelta a este mundo que está pidiendo a gritos una revolución violeta.
Este post fue publicado originalmente en el Blog del autor: