La primavera africana será feminista o no será
El clima universal de los valores femeninos incorporándose al espacio de lo público emerge en el imaginario de algunos países africanos como bien muestra el cine del continente | Cinco películas dirigidas por mujeres competirán en la sección oficial del Festival de cine africano - FCAT 2018
En noventa ediciones de los civilizados Oscar de Hollywood tan solo una película dirigida por una mujer ha ganado el premio a la Mejor Película (Kathryn Bigelow por En tierra hostil). La vieja Europa tampoco se ha quedado atrás y en 78 ediciones del festival de Cannes solo se han visto dos Palmas de Oro en manos de una mujer (Yuliva Solntseva en 1961 y Sofía Coppola en 2017). Si nos centramos en África, la situación es similar: nunca una mujer ha ganado el Étalon de oro del FESPACO, el Festival Panafricano de Cine y Televisión más importante del continente.
"Necesitas ser fuerte para estar peleando todo el rato por cosas por las que un director nunca lucha", opina la cineasta angoleña Pocas Pascoal, cuyas palabras son aplicables a la globalidad de la industria del cine, aunque estén pronunciadas desde un continente en el que muchos regímenes aún se lo ponen difícil al cine y no digamos al que viene firmado por mujeres.
Hasta 1972 no apareció en escena la primera directora africana de la historia: la senegalesa Safi Faye, que rodó La Passante, un cortometraje en el que narraba sus experiencias como extranjera en París. Cuatro décadas después algunas cineastas de África sufren agresiones y amenazas por sus películas. La actriz Loubna Abidar fue agredida en Marruecos tras interpretar a una prostituta en la película Much loved; en su filme La laïcité inchallah (La laicidad si Dios quiere), la directora de cine Nadia El Fani retrataba a aquellos que deciden no ayunar en el Ramadán, por lo que tuvo que enfrentarse a amenazas de muerte y a burlas referentes al cáncer que padece.
Aun así, esta situación no ha reprimido a las mujeres africanas a seguir haciendo cine en los países del continente en los que es posible producir películas. Y ello es un reflejo de por dónde va la vida, también en África. El clima universal de los valores femeninos que se incorporan al espacio de lo público también se asoma a un continente que está viendo cómo comienzan a operarse estos cambios en el imaginario social de algunos países. Túnez es una de las naciones en donde más se están movilizando las mujeres. El pasado 8M se levantaron contra la ley de herencia que las perjudica y, además, han conseguido poder casarse con hombres no musulmanes, aparte de cuestionar las bodas entre ancianos y niñas o de agresores con sus víctimas. Transiciones íntimas e individuales que saltan a lo público en mujeres que tras involucrarse por primera vez en la causa feminista son incapaces de retornar a su realidad laboral, económica y familiar. Una semilla de activismo que podría provocar un cambio en todo el mundo árabe.
A todo ello se suma el cine. En África, al igual que en el resto del mundo, comienza a ser una pauta que algunas películas vayan deconstruyendo los discursos patriarcales que han moldeado la identidad femenina tratando de imponer una triple inferioridad moral, intelectual y física, además de la idea de la mujer como objeto de deseo y, a la vez, como una terrible amenaza para los hombres. Cinco cineastas contemporáneas africanas, la mayoría debutantes en el largometraje, vendrán a mostrarlo y demostrarlo en la sección Hipermetropía del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger, que se celebra en las dos orillas, en dos ciudades, dos continentes y dos mundos a la vez, entre el 27 de abril y el 5 de mayo, con el patrocinio de la Fundación Mujeres por África.
Filmes capaces de romper los esquemas tradicionales, innovadores algunos de ellos en el lenguaje y en los temas presentados, sin que por ello sean textos incomprensibles para poder influir tanto en la gran industria como en la sociedad. Para que esto ocurra en su justa dimensión, es importante que estas películas se exhiban en el continente africano, donde existe una larga y rica historia de resistencia de las mujeres africanas al patriarcado, aunque no esté teorizada ni suficientemente documentada. Aunque igual de importante es que este cine encuentre distribución en España y Europa para que su eco resuene ampliamente en las dos orillas. De ser así, tal vez la sororidad, ese reconocimiento femenino mutuo, plural y colectivo, lograría por fin acercar los dos mundos.
No soy una bruja (I Am Not a Witch)
El debut de Rungano Nyoni es una historia impresionista de superstición en una pequeña comunidad de Zambia. Las tradiciones arcaicas y patriarcales africanas que aún aíslan y esclavizan en algunos lugares a las mujeres consideradas como brujas centran esta película que pasó por la quincena de realizadores del pasado festival de Cannes. Una historia inspirada en documentación real de acusaciones de brujería en Zambia, para la que la directora investigó en uno de los "campamentos de brujas" más antiguos de África situado en Ghana. Solo por la brillante niña protagonista (Margaret Mulubwa) merece la pena esta historia de realismo mágico africano.
La bella y los perros (Alaa Kaf Ifrit)
La directora tunecina Kaouther Ben Hania firma una intensa pesadilla inspirada en hechos reales: el calvario en nueve planos secuencia de una joven víctima de violación que trata de conseguir justicia. Con un mensaje feminista y político, esta película descubierta en Un certain regard de Cannes sigue a su protagonista mientras vaga conmocionada durante una larga noche luchando por hacer respetar sus derechos y su dignidad. Una metáfora de un país que tras la primavera árabe comienza también a romper la limitada libertad de movimiento otorgada a las mujeres en una sociedad rígidamente jerárquica y dominada por hombres.
Los afortunados (Les Bienheureux)
La directora argelina Sofia Djama pasará por Tarifa y Tánger en el marco del FCAT para presentar su primer largometraje, Los afortunados, estrenado en la Mostra de Venecia, donde la joven protagonista Lyna Khoudri ganó el Premio a la Mejor Actriz. El filme trata el conflicto generacional y cómo la historia y la política afectan la intimidad. Djama estableció la acción en 2008 coincidiendo con el vigésimo aniversario de la revolución de octubre de 1988, cuando los jóvenes argelinos confrontaron al régimen, pidieron un estado democrático, acceso a la política de partidos, apertura en los medios y justicia social. Con todo ello como base, esta película también pone su grano de arena a la hora de cambiar la imagen de la mujer en el cine.
Ouaga girls
Ningún oficio debe de estar prohibido a las mujeres en un país donde la tasa de paro entre los jóvenes alcanza el 52%. El país es Burkina Faso y bajo tal premisa se enfoca este largo documental dirigido por la burkinesa-sueca Theresa Traoré Dahlberg. Sus tres protagonistas estudian para ser mecánicas. Emociona la determinación de estas chicas por apoyar a su familia a través de sus propios ingresos, lo que a la vez las libera de un grueso modelo patriarcal. "No hay trabajo que una mujer no pueda hacer", lanza Bintou, una de las protagonistas, a los chicos que sienten curiosidad por su elección. Mientras que el pueblo de Burkina Faso llama al cambio político, estas jóvenes que están construyendo su futuro también están difundiendo un mensaje para todo el país.
Apátrida (Apatride)
La directora tangerina Narjiss Nejjar pone el foco en una parte sensible de la historia de Marruecos: la expulsión de 45 mil marroquíes de Argelia en diciembre de 1975. Apátrida, que se estrenó en el Festival de Cine de Berlín, es una fábula que sigue el camino de una mujer de 35 años obsesionada con encontrar a su madre de la que fue separada durante la Marcha Negra. La película muestra las profundas consecuencias psicológicas de esta clase de tragedias en víctimas que a menudo se sienten excluidas. Narjiss Nejjar fue nombrada directora de la Filmoteca de Marruecos en febrero de 2018.
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