La nueva normalidad de los alumnos con altas capacidades
¿Cómo nos referimos a ellos/as?
Por Jon Andoni Duñabeitia, director del Centro de Ciencia Cognitiva de la Facultad de Lenguas y Educación, Universidad Nebrija; y Ana Fernández Mera, doctoranda en Educación y Procesos Cognitivos, Universidad Nebrija:
La pandemia generada tras la llegada de la COVID-19 ha supuesto una situación extraordinaria que nos ofrece una oportunidad para cambiar las reglas de juego de la educación y los modos de hacer en la escuela.
Algunas situaciones que representaban una realidad desfavorable en el sistema educativo para una parte del alumnado pueden ahora revertirse gracias a lo aprendido durante este tiempo.
El confinamiento y el aislamiento social han creado un espacio sin precedente para reflexionar sobre la educación inclusiva y la respuesta a diversidad. Hoy más que nunca debemos tener claro que la “nueva normalidad” debe venir acompañada de una nueva forma de responder a las necesidades psicoeducativas de todo el alumnado.
Lo “normal” en la escuela es la diversidad, y los alumnos y alumnas con altas capacidades representan uno de los mayores retos educativos de esa “nueva normalidad”. ¿Qué hemos aprendido durante este tiempo sobre esta parte del alumnado?
Según algunas fuentes, se estima que alrededor de un 15 % de la población presenta altas capacidades. Lamentablemente, solo el 3 % de las personas son identificadas como superdotadas. Con los datos más actualizados que publica el Ministerio de Educación, en España se identificaron solamente 35 494 alumnos y alumnas con altas capacidades durante el curso 2018-2019, lo que representa menos del 0,5 % del total de niños y niñas escolarizados.
Los problemas de la identificación vienen de la mano de problemas en la designación. No existe un criterio generalizado sobre cómo referirnos al alumnado con altas capacidades. El asunto trasciende al ámbito educativo, ya que tanto en la literatura científica como en el ámbito divulgativo se utilizan diferentes términos para referirse al talento.
¿Son niños y niñas superdotadas, dotadas, con altas capacidades, talentosas, genios, eminencias, prodigios o precoces? Lo que sí está claro es que son niños y niñas con nombre y apellido en un sistema educativo que debe responder a su idiosincrasia, al margen de la etiqueta que califique su talento.
La alta capacidad es un potencial por desarrollar que no tiene por qué ir unido ni a un alto rendimiento académico, ni a un elevado cociente intelectual (CI). Sin embargo, se siguen utilizando las pruebas psicométricas que determinan el CI para la identificación del alumnado con altas capacidades. Y esto es así porque el CI, aunque no sea condición suficiente para las altas capacidades, sí es condición necesaria.
Desde que comenzó el confinamiento tras la irrupción de la COVID-19 en nuestras vidas, las costumbres de los niños y niñas con altas capacidades han sufrido grandes cambios. Estos cambios han impactado de lleno en su aprendizaje y en su desarrollo socioemocional.
Debemos entender cómo se estaba respondiendo desde la escuela a la realidad del alumnado con altas capacidades antes de la pandemia y debemos valorar cómo esta parte del alumnado ha desarrollado su potencial durante el confinamiento. Así podremos tener una visión más precisa sobre cómo orientar la educación inclusiva y respetuosa con la diversidad en la tan citada nueva normalidad.
La influencia del entorno en el desarrollo del talento es un factor crítico. Desde un prisma negativo, la privación de un contexto educativo adecuado, la existencia de entornos familiares hostiles, así como la presencia de problemas físicos, psicológicos o de aprendizaje, pueden limitar el desarrollo del potencial cognitivo.
Visto esto desde un prisma más positivo, el desarrollo del talento está íntimamente ligado a factores ambientales que tienen la capacidad de propulsar a la persona e impulsar sus capacidades.
Algunos autores relacionan estos propulsores con el entrenamiento de las habilidades psicosociales y cognitivas, y definen los entrenadores como los agentes del entorno del menor con altas capacidades.
Familias, escuelas, comunidades y sociedad tienen el poder y la responsabilidad de crear oportunidades para el desarrollo del talento. Los menores con altas capacidades necesitan un entorno que les propulse.
Este periodo de crisis sociosanitaria nos ha ofrecido un espacio de aprendizaje de emergencia, y la improvisación educativa nos ha mostrado con crudeza las desigualdades digitales, sociales, emocionales, culturales y económicas.
Ahora somos más conscientes que nunca de que se necesita un cambio educativo generalizado. La atención a los menores con altas capacidades debe ser una parte central de ese cambio en la escuela guiado por una educación inclusiva.
En la actual situación de teleeducación sobrevenida por la pandemia, y según nuestras observaciones, una gran parte del alumnado de altas capacidades ha logrado aprender más y mejor que antes. Para muchos niños y niñas con altas capacidades, la educación telepresencial ha supuesto una oportunidad y una ventana abierta al conocimiento.
El profesorado ha ejercido de guía general en la distancia, dejando margen en tiempo y espacio para que el alumnado indague y aprenda de manera transversal despertando su interés desde el otro lado de una pantalla.
El sistema educativo no era el mejor escenario para el autoaprendizaje del alumnado con altas capacidades porque no contemplaba de manera sistemática este estilo de aprendizaje. En cambio, el espacio generado para el autoaprendizaje durante el confinamiento ha supuesto una oportunidad para el alumnado con motivación intrínseca para el aprendizaje y con buenas capacidades de autorregulación.
Así, durante este tiempo han podido dirigir su propia adquisición de conocimientos. Han podido construir sobre la base de lo que maestros y maestras proponían, asumiendo así la responsabilidad de su propio aprendizaje.
¿Qué realidad educativa han vivido muchos niños y niñas con altas capacidades durante el confinamiento? Solos ante el ordenador durante una gran parte de su tiempo han podido desarrollar un estilo de aprendizaje sin la estructura rígida de los horarios en la escuela. Han podido aprender a su ritmo. Han podido saciar su curiosidad. Han podido ir más allá de los límites del libro gracias al mundo virtual.
Pero pese a que los nuevos espacios de aprendizaje hayan supuesto una oportunidad para la adquisición de conocimiento por parte de los niños y niñas con altas capacidades, debemos tener claro que esta no es la situación ideal para el desarrollo del talento.
Un contexto de aprendizaje individualista que deja de lado la atención expresa al desarrollo socioemocional no es el espacio óptimo para el desarrollo psicoeducativo integral. Por eso, defendemos que la “nueva normalidad” educativa derive de lo aprendido antes y durante la pandemia.
La respuesta a las necesidades educativas del alumnado con altas capacidades debe combinar espacios para el descubrimiento y el autoaprendizaje, espacios para el aprendizaje cooperativo y espacios para el juego en grupo. Estos chicos y chicas tienen que poder construir una red de apoyo social adecuada, y esto es algo que la escuela ofrece de manera natural, ya que se favorece el contacto interpersonal, facilitando así el desarrollo socioemocional de manera directa.
La escuela inclusiva post-COVID-19 tiene la oportunidad de perseguir un proceso de enseñanza-aprendizaje que respete, fomente y responda a las altas capacidades, dejando espacios para el autoaprendizaje y la motivación intrínseca, facilitando en paralelo el desarrollo socioemocional mediante la interacción de todos los alumnos y alumnas.
Ahora más que nunca, los profesionales del sistema educativo deben formar equipo con las familias para replantear la educación de los niños y niñas con altas capacidades. Es el momento de diseñar juntos el cambio educativo con todo lo que hemos aprendido.
Las familias y las escuelas tienen que integrar las diferentes maneras de afrontar el aprendizaje dentro de la educación inclusiva que las personas con altas capacidades tanto necesitan. Esto les permitirá optimizar sus habilidades psicosociales y aprender todo lo relativo a su esfera socioemocional, sin dejar de lado el autoaprendizaje y el descubrimiento.
Ha comenzado una nueva era. La sociedad y la escuela necesitan a las personas con altas capacidades, y las personas con altas capacidades necesitan a la sociedad y a la escuela. La COVID-19 ha venido a recordárnoslo.
Debemos entender las altas capacidades y el rol que desempeñan la familia y la escuela como impulsores del talento. Tenemos una oportunidad para reconstruir la educación atendiendo al desarrollo del talento y la “nueva normalidad” educativa debe entender que el respeto y la respuesta a la diversidad deben ser la esencia de esa normalidad.