La mentira de que la izquierda no puede vestir bien
Se les critica por tener estilo, pero también por gastar dinero.
Un diván, un sofá, abrigos de piel y trajes impecables. Así posaban las ocho ministras del gobierno de Zapatero en 2004 para la revista Vogue en un número sobre el poder que protagonizaba Hillary Clinton. Las críticas fueron voraces y a la entonces vicepresidenta primera se le llegó a adjudicar el mote de ‘María Teresa de la Vogue’. ¿Su único delito? Ir bien vestidas y ser de izquierdas.
Han pasado 16 años y, para algunos, la moda sigue siendo patrimonio de la derecha. A la vista están las críticas de los últimos meses: el “vístase como un vicepresidente”de Santiago Abascal a Pablo Iglesias, el chaparrón a Irene Montero tras la portada de Vanity Fair o el supuesto oportunismo de Alberto Garzón al ponerse traje para su primer Consejo de Ministros. El ministro de Consumo lleva años llevando traje —o en su defecto americana— y su máximo referente y quien fuera secretario general del Partido Comunista, Julio Anguita, también lo llevaba. Otra comunista, Yolanda Díaz, ha visto como desde que asumió el cargo de ministra se alaba su estilo: la forma de hacerlo es diciendo que viste con una elegancia digna de una política de derechas.
Cuando alguien se viste cada mañana está eligiendo contar quién es, por eso la ropa o el estilo de los políticos no pasa desapercibido para el ciudadano y contribuye a construir su imagen. Eso no quiere decir que si alguien de izquierdas se pone traje está intentando mandar un mensaje subliminal o se ha convertido en “casta”. ¿Por qué se les critica entonces desde un sector de la sociedad y la política?
“Hay una verdadera intencionalidad de marcar distancia de clase. Es cuestión de clasismo, prejuicios y estereotipos”, explica la periodista Pilar Portero, experta en análisis político. Para ella lo más rastrero es dejar caer que la gente de izquierdas es poco aseada. “Es miserable asociar la pobreza a la suciedad. Hay muchos trabajadores, que son pobres, y se duchan todas las mañanas”, sentencia la periodista. El último ejemplo de esta estrategia lo personificó Macarena Olona cuando espetó a Rita Maestre que engañaba a los espectadores por ir a la tele “aseada y con buena presencia”.
Para Eduardo González, miembro e investigador del Colegio Profesional de Politólogos y Sociólogos de Madrid y experto en estética política, “hay una razón más cultural que política”. “Existe una especie de arquetipo cultural de vestimenta del que se ha apropiado la derecha y el sector más conservador, que es el traje”, cuenta el sociólogo, que explica que es importante tener en cuenta el “protocolo y la institucionalidad del cargo”. Felipe González dejó las chaquetas de pana y las bomber con las que hizo campaña cuando llegó a Moncloa en 1982.
La derecha quiere imponer su concepto de elegancia, que no tiene necesariamente que ver con vestir bien o tener estilo. “Buscan asociarlo a una clase social alta, pero la derecha no ve más allá, no concibe una manera de vestir más actual, ni otro estilo más moderno. La mayoría no salen del traje y corbata ni del dos piezas con taconazo”, explica Portero. “Están al margen de todas las tendencias, tienen una manera de vestir muy rancia”, sentencia la periodista.
La imagen de seriedad y moderación que transmite el traje también es fruto de la educación de cada época, y esta percepción está cambiando en los grupos más jóvenes y en el electorado más formado y urbano. Políticos de derechas como Borja Sémper dejaron de recurrir ciegamente al traje y nadie cuestionó su seriedad. Lo mismo sucede con Íñigo Errejón, que ha encontrado su estilo y huye de la corbata. Otro ejemplo es el de Andrea Levy, que se ha erigido como la ‘moderna’ del PP. “La han visto moderna porque va diferente, pero no es moderna”, matiza Portero refiriéndose a sus políticas y sus gustos culturales.
“Se puede ser elegante sin traje, y hasta es recomendable”, cree González. Tampoco es una cuestión de dinero: “Puedes ir con prendas baratas y vestir bien, y eso molesta a la derecha”, expone el asesor de comunicación Luis Arroyo, que trabajó con el gobierno de Rodríguez Zapatero.
Como nunca llueve a gustos de todos, a la izquierda se le critica cuando hace y cuando deja de hacer. A Pablo Iglesias se le ha criticado por llevar americana, pero también por no llevarla. “Verás cuando se corte la coleta”, bromea Arroyo. Para él, “el atuendo marca un estilo y una ideología” y el lujo —no el estilo— “se identifica con la derecha”.
“Estamos programados para pensar así”, explica sobre por qué parte de la sociedad todavía espera que los políticos progresistas lleven palestina o chaquetas de pana. “A algunos todavía les choca encontrarse con una política bien vestida”, sentencia Arroyo, poniendo el ejemplo de Yolanda Díaz y de las socialistas Carmen Alborch o Carmen Calvo.
El escrutinio va más allá de nuestras fronteras. La demócrata estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez fue duramente criticada por llevar un vestido de lentejuelas en televisión. Su respuesta no pudo ser más clara: “Les molesta que puedas estar guapa mientras peleas por las familias trabajadoras. Las lentejuelas quedan genial con el derecho a la sanidad universal, ¿no os parece?”.
A Ocasio-Cortez también le reprocharon el precio del vestido: 300 euros, una suma que evidentemente no está al alcance de todos los bolsillos pero que no se acerca ni remotamente al estándar de una prenda de lujo. La congresista ni siquiera lo había comprado, sino alquilado.
Para González críticas como esta “no tienen sentido”. “Nos deberían interesar sus políticas, no si viste de Chanel o de Zara, eso no tiene un factor constructivo a la hora de juzgar su trabajo”, sentencia el sociólogo. E insiste: “No es el hábito el que hace al monje”.
La diferencia entre ostentación y estilo
Arroyo señala que es imprescindible diferenciar entre ostentación y estilo. Por supuesto que una persona de izquierdas puede vestir bien: “Los que piensan lo contrario son cuatro gatos cortos de miras”. Pero al hablar de lujo, surgen otros matices.
“Si hay algo que un político de izquierdas tiene que asumir es que en el momento en que lo vean con un modelo de 5.000 euros tiene un problema. Es como ser franciscano y llevar un Ferrari”, opina el experto. Polémicas como el bulo del reloj de Irene Montero o el misterioso Rolex de Cándido Méndez (antiguo secretario general de UGT) con el que lo fotografiaron en 2012, para Arroyo no son infundadas.
“No es el estilo que quieren reflejar con sus políticas de igualdad o austeridad y se está manifestando otra cosa a través del lenguaje, en el que el atuendo es parte fundamental”, opina el experto en comunicación.
En los últimos meses también se ha criticado a Juan Carlos Monedero por manifestarse contra los confinamientos selectivos de Isabel Díaz Ayuso y después ir a comer a Numa Pompilio, un restaurante italiano de alta gama del madrileño Barrio de Salamanca. “Pretenden desprestigiar a los políticos ante sus supuestos votantes”, explica Pilar Portero, que recuerda que vivimos en un sistema capitalista y que si la clase media no consume, “las empresas y los trabajos de miles de personas se hunden”.
El precio por persona en el restaurante oscila entre los 60 y 80 euros. Por comparar, una entrada para el Real Madrid-PSG de octavos de final de la Champions costaba entre 75 y 235 euros, por no hablar de las entradas VIP, que llegaron a alcanzar los 750. Sin embargo se suele criticar más que un político gaste su dinero en restaurantes, vacaciones o abrigos, y no en un partido de fútbol.
En cualquier caso, deslegitimar el trabajo de un cargo público por invertir un dinero ganado honradamente es absurdo. “Cada uno se puede gastar su dinero en lo que le da la gana. No hay que ser pobre para defender a los pobres. Se trata de sacar a los pobres de la pobreza, y eso lo tiene que hacer gente formada y con las mismas herramientas que los que quieren que todo siga igual”, sentencia Portero. “Consideran que alguien con una renta elevada y un estilo actual y moderno, no puede defender a las capas sociales desfavorecidas. No entra en su cabeza que quien ha conseguido un nivel de bienestar, desee que otros también lo alcancen. Por eso se carga tanto contra políticos de izquierdas”, añade la periodista.
Para González, qué reloj, prenda o accesorio lleve cada uno es “indiferente”. “Es más lícito que se gaste su dinero en comprarse un Rolex que en llevárselo a Suiza o defraudarlo”, sentencia el sociólogo, que entiende que “puede resultar contradictorio para los ciudadanos y jugoso para los medios de comunicación”.