La mala reputación del último clásico
Muchos quisieron darle por amortizado, o por muerto artísticamente en demasiadas ocasiones. Pero siempre resucita...
Una primavera de hace ya más de 25 años murió súbitamente uno de mis mejores amigos, sino el mejor. Con él compartía el gusto por la estética de los años 50, el cine clásico, Casablanca... y el buen rock and roll. Su hermana me regaló uno de los discos que tanto nos hizo bailar y cantar juntos. Ironías del destino, ese disco se llamaba ”Morir en primavera″. El grupo era Loquillo y los Trogloditas. Lo guardo como oro en paño.
Los descubrí siendo adolescente cuando vivía en Barcelona -qué mejor lugar para semejante descubrimiento- y el hombre de negro y los suyos estaban en la cresta de la ola con su ”A por ellos que son pocos y cobardes…”
Algunos años después, a mediados de los 90, tuve ocasión de verle en directo en mi ciudad natal, San Sebastián, en un Teatro Victoria Eugenia cuyo terciopelo rojo se vio mejorado y actualizado junto al cuero negro de su público. Dijo al principio del concierto que tenía una deuda pendiente con esta ciudad, en alusión a un concierto que se había anulado.
Le recuerdo puño en alto cantando a pleno pulmón aquello de ″...siempre libre” (transmutación castellana y castiza del Stay Free de los Clash). La imagen se me quedó grabada, máxime cuando en aquella época San Sebastián era una de las ciudades menos libres que te pudieras echar a la cara. Deuda saldada a lo grande. Sí señor.
Al poco tiempo me lo crucé en un hotel cerca de Lisboa y crucé unas tímidas palabras con él, y luego me lo he cruzado más de una vez por las calles de San Sebastián que eligió como residencia habitual. Nuestro duque, “Feo, Fuerte y Formal”, sube el nivel de elegancia de la capital guipuzcoana a diario.
Dice José María Sanz que en un mundo de apariencias se necesitan referencias. Y así es. Él mismo es ejemplo de ello y es que para toda una generación, la mía, él siempre estuvo allí. Su cancionero forma parte ya del acervo y la cultura populares de este país. Y su trayectoria cruza la historia de la España moderna, de La movida y la Transición hasta nuestros días.
Reivindicar a Bing Crosby, Montand o Trenet en aquella época del technopop, versionar a Brassens con aires de chulería y pose desafiante, o marcarse un dúo con Johnny Hallyday, rey de los horteras, son sólo algunas de las exquisitas provocaciones del gran padrino del rock and roll ibérico. Hoy el Loco es toda una institución. No es casual. Él lo prometió: ”Envejecer sentado al piano de algún club,Conservar ese brillo salvaje en los ojos, Entretener con un digno “savoir faire” nada más, Dejar cantar al corazón...″ toda una declaración de intenciones y todo un programa que sigue cumpliendo hoy.
A mucha gente no le gusta su música ni su personaje, ni su persona, ni sus ambiciones o veleidades poéticas. Demasiado comercial para unos, demasiado chulo o nostálgico para otros. Pero qué más da, alguien dijo que tener enemigos es síntoma de buena salud y de una vida plena. No se puede caer bien a todo el mundo. Muchos quisieron darle por amortizado, o por muerto artísticamente en demasiadas ocasiones. Pero siempre resucita con un puñado de canciones directas de impecable factura. Un artista fiel a sí mismo pero en constante reinvención, una paradoja no tan habitual. No es ningún guardián de las esencias ni de ninguna ortodoxia, es simplemente un clásico. Nada más, pero nada menos que un clásico. Y él, lo sabe...
En efecto, se vuelve a Loquillo, como se vuelve a lo básico, y es que nuestra vida se fue ensuciando al ritmo de su rock and roll, su rock suave, felino y animal. Y en estos tiempos líquidos e insustanciales, de apariencias y conveniencias, un poco de autenticidad de vez en cuando no viene mal y resitúa a más de uno. Y aunque nos caigan años y alguien diga lo contrario, una pequeña dosis de rock and roll nos sienta bien a casi todos.