La lenta agonía del tomate canario: menos cultivo, la competencia de Marruecos y un "brutal" aumento de los costes
El comercio con Reino Unido desciende de forma progresiva, las ayudas públicas llegan tarde y el margen de beneficios se estrecha
El tomate canario, que arrancó su actividad como cultivo de exportación a finales del siglo XIX y se consolidó como un subsector pujante, generador de riqueza y empleo, resiste en los últimos años pero su ocaso parece imparable, como demuestra la pérdida de un 64% de la superficie cutivada en los últimos once años, según las últimas cifras del Instituto Canario de Estadística (Istac), hasta poco más de 600 hectáreas ―datos de 2021―
Es el cultivo que más cae en las islas y de forma imparable cuando otros como el aguacate o la lechuga han crecido un 130,8% y un 122,5% respectivamente, y otros más tradicionales como la papa (+4,9%) o el plátano (-0,2%) han logrado mantenerse.
Las causas de este declive inexorable son múltiples, detalla a Europa Press Gustavo Rodríguez, portavoz de Fedex, asociación que agrupa a las siete empresas del sector, seis en Gran Canaria y una en Tenerife que además, está en plena fase de reconversión y apuesta por el pepino, la papaya, la parchita y la piyata, ahora mismo cultivos más atractivos para el mercado.
“Estamos trabajando para evitar la catástrofe”, señala pero no oculta que tras casi 140 años de historia “no se puede” seguir con la actividad porque no son competitivos y las empresas que aguantan van “rascando rascando como se puede”.
Con menos de 50.000 toneladas exportadas al año, la cuota de mercado británica, históricamente dominante, ha ido bajando, especialmente a raíz del brexit, y se queda en el 30% mientras que el resto se distribuye principalmente por el norte y centro de Europa y una pequeña parte de la Península.
Además, apenas logran colocar en el mercado el 70% de la fruta que se envía con lo que se acumula y los precios se empiezan a “desplomar”. “Enero suele ser la alegría del año, pero no hay repunte y no termina de despegar, estoy un poco mosca”, admite.
Rodríguez apunta también que la dificultad para controlar las plagas no ayuda, lo mismo que la falta de diligencia de las administraciones públicas para tramitar las ayudas pues tras ser declarado el sector agrícola como sector esencial durante la pandemia, “ahora si te vi no me acuerdo”.
Pone como ejemplo que la compensación al transporte ―que en realidad no cubre el 100% de los costes― se cobró hace poco cuando se tramitó desde enero de 2021 por lo que entiende que no se le puede llamar ayuda sino más bien “una soga al cuello”.
“Necesito que me ayuden cuando lo necesito. ¿Cómo mantienes la competitividad en un mercado globalizado que es un sálvese quien pueda, con los privilegios de Marruecos y Turquía, que empieza a relamerse ya con acuerdos preferentes con la UE?”, se pregunta.
Rodríguez tiene claro que “con la miseria no se puede competir” y a eso se añade un “incremento de costes brutal” lastrado por los insumos y la guerra de Ucrania, la subida del salario mínimo en un 30% y ahora el “impuestazo” por el uso de plásticos en el envasado. “Esto reduce los márgenes de beneficios de manera brutal”, agrega.
Además, asume que la irrupción de Marruecos “ha hecho mucha pupa”, con la firma de un acuerdo preferente con Reino Unido dos meses antes del brexit, y aunque se mantiene la relación comercial con el territorio británico y el tomate canario es apreciado, “de la nostalgia no se vive, los tiempos cambian”, y además allí hay una “recesión brutal” que hace el comercio algo “insostenible”.
El consumo se contrae: “No es la alegría de antes”
En esa línea detalla que los supermercados ajustan las compras a las ventas, los consumidores optan por piezas sueltas y en el canal Horeca también se han limitado mucho las cajas. “No es la alegría de antes”, indica.
Rodríguez advierte también del daño que genera el retroceso del tomate ―hoy limitado básicamente a la zona de la Aldea, en Gran Canaria― en la generación de empleo dado que es un subsector intensivo en mano de obra, con hasta cinco trabajadores por hectárea cuando el plátano, por ejemplo, necesita menos de uno.
La crisis del tomate, indica, se extiende a otros territorios como el sureste peninsular, que ha perdido un 40% de superficie en solo cinco años, si bien tiene más facilidades para reconvertirse que el tomate canario, cuya industria está adaptada única y exclusivamente a su cultivo, y haría falta grandes inversiones para cambiar toda la maquinaria y la logística.
“Tenemos una experiencia de 138 años de cultivar tomate, muy pocos nos dan clases y lecciones, tenemos sol y mar, que suaviza temperaturas y ayuda a la maduración pero el hándicap es llevarlo a Europa, los costes te comen”, apunta.
“Me dedico a hacer negocios y no a una ONG, y no se puede”, insiste, subrayando que al menos, gracias a las ayudas del Posei se compensan “un poco” todos los costes y las pérdidas vinculadas a la falta de competitividad. “Si no estuvieran las ayudas no estábamos”, comenta.