La japonización está más cerca de lo previsto
Ante el escenario económico que viven las economías occidentales, muchos economistas se están alarmando ante la posible japonización de dichas economías. Antes la creencia generalizada era que esto no podía suceder, ya que se pensaba que ante un escenario donde el crecimiento debilitado, coexistiendo con desinflación y tasas muy bajas en los tipos de interés de una forma prolongada, se tendrían las herramientas para contrarrestar tales efectos.
Ahora ya estamos viendo como no es tan fácil como se pronosticaba. Las economías occidentales, especialmente en Europa, están viendo cómo los crecimientos, al igual que en Japón, se muestran muy debilitados. La desaceleración económica es un hecho, a la vez que los tipos de interés siguen en su rango más bajo posible. Desde la crisis de 2008, la recuperación en las economías occidentales no encuentra el impulso que busca y la economía se presenta más aletargada de lo previsto.
Seguimos sin encontrar esos niveles de crecimiento que saquen al bloque económico, íntegramente, de los efectos causados por la gran crisis financiera. Y, justo cuando estábamos creciendo de forma más dinámica, la economía sufre un vuelco que nos vuelve a meter de lleno en una nueva desaceleración y una paralización en las retiradas de estímulos.
Como he dicho, en Europa el caso es más pronunciado, pues la nueva desaceleración, más agravada en la zona euro, no permite devolver la normalidad monetaria a la economía. La recuperación económica europea no termina de materializarse y la retirada de los estímulos es más una amenaza que un desahogo para las economías de la zona euro. A su vez, la locomotora económica, Alemania, acaba de anunciar nuevas rebajas que sitúan su crecimiento en el 0,5%. Un ritmo de crecimiento que tiene bajo amenaza al resto de economías europeas.
De igual forma, aunque más leve que en Europa, se encuentra Estados Unidos. Al igual que el Banco Central Europeo (BCE), la Reserva Federal (FED) ha decidido posponer las nuevas alzas en los tipos de interés, siguiendo de forma similar la política de comunicación del BCE. Los posibles efectos que tendrían nuevas alzas en la economía estadounidense podrían asfixiar los crecimientos, que ya se ven debilitados. Por otro lado, el presidente Donald Trump insiste en que la FED debería devolver los tipos bajos a la economía estadounidense para crecer a mayor ritmo.
Como podemos ver, una serie de condiciones que acercan al comportamiento de la economía occidental hacia una japonización. Una japonización a la que siempre se le ha temido, por ser consecuencia de la continua aplicación de políticas económicas erróneas y equívocas. Unas políticas que se han adoptado y que, ante los efectos surgidos, no tenemos la forma de contrarrestar, o no la encontramos.
La temida zombificación de las empresas, la pérdida de confianza en las instituciones, el envejecimiento de la población, la desigualdad y menor inclusión de los crecimientos, así como la inseguridad social y económica, han generado una caída en la demanda, por lo que la economía, al no verse repartido el riesgo, no promueve un mayor crecimiento del que estamos experimentando. Hablamos que esto es como la pescadilla que se muerde la cola, pues si la deflación y los tipos bajos hacen que los precios se reduzcan de forma progresiva, los agentes económicos pospondrán sus decisiones de consumo e inversión, ya que cuanto más las pospongan, más asequible será.
La economía occidental, al igual que Japón, no logra salir del círculo virtuoso en el que se está metiendo la economía. Los economistas no preveían el bajo impacto que iba a tener la aplicación de la política monetaria y excluyó algunos factores determinantes y que ahora nos acercan a la temida japonización. La aplicación de políticas no convencionales se ha convertido en la nueva normalidad monetaria para la economía occidental.
El problema de la japonización, como podemos observar en la economía nipona, es que se suele saber cómo se entra, pero muy difícilmente como se sale. Japón lleva ya casi 40 años en una situación similar a la que se está generando en las economías de occidente y, sin embargo, aún siguen sin saber como contrarrestar dichos efectos para paliar el crecimiento nominal, la inflación y los tipos de interés prolongadamente bajos.
Como hemos dicho, Europa, al igual que Japón, desde la última crisis vivida no ha podido retirar los estímulos en las economías. La economía occidental sigue mostrando crecimientos muy débiles, así como determinados factores que apuntan a que las retiradas políticas de estímulos podrían derivar en una, más agravada, ralentización de la economía que terminase por aunar todos los factores necesarios para una nueva recesión económica global.
Por otro lado, los efectos que están causando los bajos tipos de interés en la banca, han acabado por dificultar la obtención de rendimientos en el sector, lo que ha provocado que las nuevas subastas de liquidez para mantener las condiciones de financiación favorables para el consumo se hayan convertido en una practica ineficaz. Los bancos son menos optimistas ante la concesión de préstamos y las condiciones empeoran para el sector, que se muestra cada vez más debilitado.
Como se puede observar, la economía occidental muestra claras semejanzas con la economía japonesa, y la necesidad de una actuación política que trate de contrarrestar los efectos de la japonización es inmediata. La economía occidental muestra más bien problemas políticos que técnicos, y la solución, difícilmente localizable, podría partir de una aplicación, mucho más agresiva, de políticas no convencionales, ya que vemos como las actuales no están teniendo el impacto deseado.
Algunos economistas definen que la mejor medida para tratar de salir de una japonización parte de una combinación de políticas en las que se incluyan medidas tanto de oferta como de demanda. Sin embargo, como hemos dicho y hemos visto en Japón, la solución no es muy clara, pues en Japón se sigue sin encontrar la vía por la que escapar de ese circulo de crecimiento bajo, deflación y tipos de interés muy bajos. Una situación que ya se prolonga casi por cuatro décadas en el país.