La industria cultural: clases creativas y clases extractivas
La "industria cultural" es un término que rechina por dos motivos: en España no hay industria y la cultura se grava como si fuera un lujo. La retórica de la producción cultural se usa para extraer más plusvalías de los impuestos del valor añadido que de la distribución equitativa de la riqueza. La única industria nacional digna de ese nombre es el turismo,- aunque explotado desde fuera -, del cual la cultura es una prótesis ortopédica, necesaria pero insuficiente para crear riqueza y cultura. Tras el ataque del boom de los gurús clónicos, ensayistas telepredicadores, que luego se replicaron en financieros y políticos, llegaron los mensajes expandidos de ciudades creativas, territorios competitivos... La idea de extremar lo "inteligente" para asentar la "creatividad" en ciudades, va desde las devastadas Nueva Orleans o Detroit, hasta las emblemáticas Toronto y Barcelona, a las novatas, como Málaga y Marsella.
Las industrias culturales están, como todas, deslocalizadas, - pero 'haberlas, haylas' -, y ocupan territorios reales, urbanos y mediáticos, de ciudades y redes. Los gurús urbanos globales o locales han estado ocupados investigando tendencias, como augures, intérpretes y exégetas del auge y caída de los mismos modelos que avalaban antes o después de la crisis.
La propensión a ensayar modelos de 'clases creativas' The Rise of the Creative Class (Richard Florida, 2002) dio paso a bocetar 'ciudades creativas',Cities and the Creative Class(R. Florida 2005), a preguntarse por los mejores sitios para crear tu propia vida y preguntarse de 'quién es la ciudad' (Whose your city?, R.F. 2008), a definir la Marca ciudad de Barcelona (Toni Puig, 2009). Creatividad y competitividad, de la mano y de la marca, ¿qué más se puede pedir?
Políticos y líderes de multinacionales se pusieron la etiqueta "inteligente", lanzándose a la búsqueda de mercados pertrechados de nuevos esquemas, sistemas y valores. La escalada de análisis dio lugar a proclamas como la deEl triunfo de las ciudades(Edward Glaeser, 2011), que difundieron el mito de las 'nuevas' ciudades renacidas hasta que la crisis cortó los discursos de los mediáticos y sus seguidores por el mundo.
La publicación de The New Urban Crisis en 2017, sorprende a un Richard Florida constatando el incremento de la desigualdad, la profundidad de la segregación, la gentrificación generalizada, el hundimiento de la clase media, - entre otras consecuencias urbanas que son más graves, como la pobreza, la exclusión, los desahucios, el desempleo o el hambre infantil, -; señalando por qué con la teoría de la ciudad no se puede jugar a la retórica ligera.
Tanta creatividad exagerada ha corrido paralela a la difusión del concepto de 'clases extractivas', que ha tenido éxito en el libro Qué hacer con España(César Molinas, 2013). Si bien aquí se aplica a la economía 'por desposesión' del saqueo, en colusión perversa de corporaciones y clases políticas en España (antes y después del 2008). De hecho esa creatividad se ha usado a fondo en el expolio de la mayoría de la población española: pensionistas, ahorradores, trabajadores, hipotecados, mujeres, jóvenes y clase media, explotados robados y desposeídos, sin clemencia alguna. La pregunta que hace al caso es: ¿Se pueden aplicar a la industria cultural los modelos seguidos por las clases extractivas a la creatividad, a la hora de apropiarse ahí de las rentas y plusvalías?
La respuesta a esta cuestión viene del análisis de la evolución de los operadores culturales que han adoptado a su vez la ideología de la ciudad competitiva, del destino como marca, del monumento como excusa para la ocupación y gentrificación de centros; de la connivencia del turismo cultural con el de masas; del transporte de bajo coste con el "pago por todo". La exclusión de factores de reparto, distribución y equilibrio de usos urbanos, la propensión a la logística global de infra-precios y las tendencias a globalizar la economía de consumo, - sin réplica ni contramedida alguna -, han hecho el resto. Esa confluencia general de la ciudad de servicios turísticos al servicio de los turistas, es la principal "industria" urbana mundial.
Además, las clases extractivas se han vuelto creativas en el uso de los factores de apropiación, explotación y consumo del patrimonio artístico propio y ajeno. Grandes empresas/familias del arte, la televisión, el cine, la música, la banca, se han coaligado en grupos mundiales acaparadores que franquician sus sucursales, patrocinando los acontecimientos culturales por arriba, de manera que los derechos se queden en muy pocas manos; primero, porque cuentan con el inestimable apoyo de los políticos "liberales"; segundo, porque se apoyan mutuamente con los operadores turísticos y logísticos; en tercer lugar, porque los transportes están en manos de lobbies mundiales, que organizan precios de viajes, combustibles, hoteles, etc., apoyando o desechando destinos en función de intereses coyunturales o conflictos bélicos.
La industria cultural es la que mejor se mueve en el capitalismo de casino, en el que las ciudades. protagonistas en apariencia, juegan en esencia un papel secundario. Son un tablero monopolizado por el mercado revestido de arte y cultura, lo que permite fijar precios al alza y sin control. La producción de arte se dicta en los centros financieros. La salida del excedente artístico de los grandes grupos poseedores del patrimonio es objeto de especulación implacable, más tolerada que la de los recursos naturales.
Esta es la realidad. Desde que Richard Florida ha descubierto la nueva crisis urbana algunos intentarán hacer un discurso creativo de ella y luego quedarse con el discurso y con los beneficios. La industria cultural debe reinventarse para no fabricar ciudad basura capitalista con maquillajes pseudo-artísticos.