La ilusión... de regresar al pueblo en Navidad
Once sensaciones que te harán volver a tu niñez.
Sí, el gran despliegue navideño, los grandes decorados están en las grandes ciudades. Ellas se llevan la fama. Pero los de tu pueblo, por modestos que sean, impresionan, pasen los años que pasen. Nada como volver para sentir el verdadero poder de la Navidad, el de la ilusión de reencontrarse con las raíces.
Hay lugares, rincones, planes y experiencias que esperan a que vuelvas tanto como tú. En realidad, la Navidad está en los detalles y el calor del hogar te lo demuestra año tras año.
Parece que nada ha cambiado. Los vecinos de toda la vida, los dulces que llevas comiendo desde pequeño, decorados que siguen siendo los mismos... El olor a castañas de la calle o el entusiasmo de los niños que señalan lo que quieren en los catálogos de juguetes, escriben la carta y esperan a ver su cabalgata. Todo es a menor escala comparado con la ciudad, pero aquí todo te hace recordar buenos momentos que estimulan cada sentido, con los que recuperas un poco más la ilusión de la infancia.
Por eso, hay citas y experiencias que son imprescindibles cuando vuelves a tu pueblo en Navidad:
1. La panadería de tu barrio
Primera parada obligatoria. Tanto como una caja de miguelitos cuando pasas por La Roda. Con tanto turrón envasado —por muy bueno que esté— necesitamos algo que nos recuerde el sabor de lo casero, de los dulces típicos recién hechos, sin más envoltorio que una bandeja sobre la que los coloca la panadera. Todavía está caliente cuando la sostienes en las manos y logra conservar el calor hasta casa.
2. El belén
Más o menos espectacular que otros, eso es lo de menos en este caso. Es el belén del pueblo, el que la parroquia ha conservado como si cada figura fuese un hijo. Da igual que cada año sea el mismo y se coloque de la misma forma. La gente lo sigue visitando y los niños siguen alucinando con cada uno de los personajes, los animales y los riachuelos.
3. La chocolatería
Si hay visita al belén, el chocolate con churros es obligado a la salida. Recién hechos y servidos en un cucurucho de papel. La única estrategia de venta es el olor que se extiende por toda la calle, desde donde está colocado el puesto. Ver al churrero preparar la masa y colocarla en espiral sobre el aceite es casi un ritual ancestral.
4. El árbol de tu casa
Todos son iguales. Sin embargo, no terminas de sentir que la Navidad ha llegado a casa hasta que no ves decorado el árbol de tu hogar. Hasta que no ves en él ese adorno especial que pasó de generación en generación y hasta que, una vez terminado, apagas las luces de casa y enciendes las del árbol. Ahora ya puedes decir que es Navidad.
5. El aperitivo con tus amigos
La de tiempo que llevas esperando a poder hablar con ellos tranquilamente, sin una conversación limitada por un teléfono. Aquí la única frontera es el aburrimiento, y como nunca llega acabas teniendo que irte porque la noche se te ha echado encima y el encendido de las luces te ha avisado.
6. Tu cafetería
El rincón en el que te reunías durante las vacaciones de Navidad, desde que entraste en la adolescencia. Allí no tenías que decirle al camarero qué querías porque ya lo sabía de memoria, y tampoco tenías que preocuparte si un día no llevabas suficiente dinero porque te conocían. En tu pueblo todavía existe el concepto de 'fiar' y nadie deja de pagar. Es una ley no escrita.
7. La calle en la que jugabas con los vecinos
El mayor peligro de jugar en la calle siendo un niño era caerte al suelo y rasparte una rodilla. El frío no existía. La imaginación era la principal herramienta para jugar en el tiempo libre de las vacaciones. Sólo respondías a la llamada de tu abuela y la merienda.
8. El recorrido de portal en portal
Antes eras un niño que iba de puerta en puerta con los amigos cantando villancicos para sacarse el aguinaldo y ahora el recorrido tiene otro objetivo: visitar a quienes no puedes ver el resto del año. A tus familiares, a tus amigos, incluso a algunos vecinos.
9. El roscón
Que no falte, que esto sólo pasa durante dos semanas al año. Los hay de nata, de chocolate, de crema... Pero el que se ha comprado en casa siempre sólo va lleno de sorpresas, literalmente. Los niños no quitan ojo de ninguno de los trozos que cortas para acompañar el chocolate a la taza. Son felices aunque les toque el haba, porque no tienen ni idea de qué implica.
10. Los mantecados caseros
Recién salidos del horno y con la canela recién molida. Tu abuela nunca ha conocido los procesados. Y el amor que le pone a cada uno de sus platos es un ingrediente más. El que los distingue del resto de recetas.
11. El pan del horno de leña
En los pueblos, quien tiene un horno de leña tiene un tesoro, y es consciente de ello. Una vez que lo enciende en invierno para hacer pan, hay un vecindario entero abastecido. Las buenas costumbres se practican mucho más en Navidad.