La ignorancia o la sensibilidad censora
Las redes sociales, en tanto frenéticos espacios para la información y el desahogo, se han encargado de elaborar desde sus orígenes, a través de sus incesantes habituales, hombres y mujeres con ganas de recibir atención y crédito a cualquier precio, caricaturas tan interesantes como desacertadas de todo tipo de personas y actitudes: el carácter prostibulario del bienquedismo digital no sería tan terrible si simplemente se quedase en eso, en un juego estúpido en el que unas personas intentan impresionarse mutuamente para sentirse más a gusto consigo mismas.
Esta situación alcanza la categoría de problema cuando fuera de esos debates alguien recoge torpemente el guante estéril del cacareo online, cuando alguien toma acríticamente y desplaza hacia lo práctico cualquiera de los cientos de miles de guantes que pululan de un lado para otro como mosquitos precedidos por almohadillas en las pantallas de teléfonos móviles y ordenadores. Ejemplos de este desplazamiento a lo práctico se van desarrollando cada vez con mayor solidez y lozanía, retirándose así obras de museos, de exposiciones, secuestrando libros o directamente evitando su publicación, haciendo boicots a películas, etc., sometiendo todo tipo de creaciones, en definitiva, a restricciones morales que se aplican, incluso, con carácter retroactivo y, por tanto, anacrónico.
¿Cómo se recibiría hoy la canción 'Rape me' de Nirvana, cuya letra comienza: Rape me, rape me my friend / rape me, rape me again (Viólame, viólame amigo / viólame, viólame otra vez)? ¿Estaría dispuesta la sociedad de hoy, tan así tenida por concienciada y libre y moderna en sus pensamientos y comportamientos, a tolerar que Kurt Cobain se pasease por los escenarios de todo el mundo cantando esta y otras letras de dudosa corrección política? ¿Llegaría alguien a pensar que Kurt Cobain estaría a favor de las violaciones, que sería un apologeta de la violación? Por supuesto que sí. No cabe duda de que el modélico estamento bien pensante (en el que caben, curiosamente, sujetos de todo el espectro ideológico) se mostraría ansioso de encabezar una vez más la magnética apetencia que genera la práctica de la censura: la gente siempre se escandaliza ante lo que no sabe interpretar.
No hace mucho, en Italia, se cambió el final de la ópera Carmenpara satisfacer demandas que no tienen nada que ver con el arte. Ya les tenía que parecer poco interesante que una obra del siglo XIX tuviese como protagonista a una mujer, que no sólo es mujer, sino que además es gitana y libre en sus afectos, como para tener que transformar su desenlace para que así los desorientados políticos de turno, que son mayoría, y las personas antiartísticas, que son aún más mayoría, se sientan satisfechas con semejante torpeza e intromisión, en lo que no deja de ser un acto que va directamente contra la cultura y no a su favor.
Cuando las personas que carecen de un cierto conocimiento intentan interpretar procesos o hechos que implican un necesario despliegue de competencias que les resultan lejanas por los motivos que fueren, siempre fallarán. Aunque lo grave de la situación, realmente, es que dichas personas incompetentes (todos somos incompetentes en muchas materias y esto no es vergonzoso, porque no se puede saber todo) ya no se toman la molestia de esconder su ignorancia e intentar llenar sus vacíos con lecturas y reflexiones críticas, sino que hacen de ella, de la ignorancia misma, algo llamado sensibilidad, que no deja de ser una excusa para poder abrir la boca cuando no se tiene nada que aportar.
Se podrían poner sobre la mesa infinidad de ejemplos que retraten la impericia caricaturesca de ese nido de termitas chillonas que son las redes sociales y sus hermanos mayores, los diarios y publicaciones de periodicidad variable que, cada vez más, incluyen en sus líneas editoriales y demás contenidos la pretendida sensibilidad de la ignorancia como reclamo seductor, y que no es otra cosa que un simple y extenso atrapamoscas impregnado de saturada información.