El cambio imprescindible en la investigación de la universidad española
La financiación dista mucho de ser equitativa entre los grupos de investigación.
Estamos en plena campaña para destinar el 2% del producto interior bruto (PIB) a la investigación y ante un reciente incremento presupuestario que palía el recorte brutal de los gobiernos conservadores. Paralelamente, somos testigos de la importancia de los fondos europeos para homologarnos en digitalización y sostenibilidad, pero también para el impulso de la I+D+i en nuestra economía.
Es indudable el papel que debe jugar en este marco la investigación universitaria. Como hemos visto con el ejemplo de la Universidad de Oxford en las vacunas, esta puede ir más allá de la investigación básica y comprometerse, como hemos repetido tantas veces, con la industria farmacéutica y su aplicación en la sociedad.
Por eso, creemos importante abrir una reflexión al respecto, mas allá de la cantidad, la orientación y la eficacia social de la financiación de la investigación.
La universidad sigue dominada, como hace años, por una idea de la investigación que no se corresponde con la relación que debería mantener con la docencia. Se subestiman las tareas docentes y se privilegia la ingeniería curricular a la carta. Muchas publicaciones se hacen para rellenar los apartados que solicitan las agencias evaluadoras, con la ANECA a la cabeza.
Lo que los ciudadanos más ajenos a las noticias que vienen de la universidad seguro que no conocen es que todos los profesores que se quieren abrir camino en la carrera académica están expuestos a que esté más valorado ser buen investigador que buen docente. Al primero se le “premia” con impartir menos horas lectivas.
Basta con echar un vistazo a los documentos de acreditación de profesorado de la ANECA y comparar las exigencias en investigación y en docencia, para ver que estamos ante un sesgo de la actividad de un profesor de grandes proporciones.
Esto mismo ocurre mutatis mutandis entre la asistencia sanitaria y la labor investigadora, reflejada más tarde en publicaciones que pasan a engrosar el currículum profesional.
Además, la financiación de la actividad investigadora dista mucho de ser equitativa entre los grupos de investigación. Los grandes grupos —llamados grupos del vértice de la pirámide— marcan el paso en la distribución de las ayudas e impiden que los grupos pequeños —la hojarasca, les llaman— reciban los medios adecuados para realizar su labor. Para ello, utilizan un eslogan que se ha hecho viral y que repiten con insistencia: “evitar el café para todos”. Esto significa, ni más ni menos, que repartir dinero entre la hojarasca es tirarlo.
Esta manera de argumentar comete un error de base. No se puede alegar que repartir las ayudas entre los grupos de las universidades es tirar el dinero y no ver al mismo tiempo que su propia financiación a través de los planes europeos dista mucho de ser insoslayable y necesaria. Además, ese dinero muchas veces es fruto de la cuota del país, es decir, hojarasca europea.
Esta manera de organizarse trae consigo que el verdadero objetivo de un profesor ya consolidado no consista en dar mejor sus clases. En su lugar, el docente debe tener la cuenta de proyectos más grandes, tener más publicaciones en las revistas de los primeros cuartiles (no escribir libros) y tener más contratados (precarios, por supuesto) en su grupo de investigación.
Ante ese ejemplo y las exigencias de ANECA, entre los objetivos de un profesor por consolidar no estará tampoco cómo mejorar en su docencia, sino que se centrará en satisfacer las exigencias de su jefe de grupo, mentor o mentora, en cuanto a publicaciones, etcétera.
Así pues, la financiación de la investigación es una asignatura pendiente y el modelo actual hace tiempo que está agotado. No se puede concebir una universidad que no investigue, ni una universidad en la que solo investiguen unos cuantos profesores privilegiados en cada campus.
El problema de fondo, constante sobre todo desde el estallido de la crisis financiera de 2008, es el de un déficit de financiación que hunde sus raíces desde mucho antes. Recordemos el famoso “que inventen ellos”. El caso es que, ante la escasez de fondos, estos tienden a concentrarse en menos manos.
La pandemia del coronavirus nos ha traído lecciones sobre las prioridades de la investigación y la política industrial en cuestiones estratégicas. Desafortunadamente, se han apreciado precisamente síntomas de una tendencia declinante.
A la vista de cómo se han sucedido los acontecimientos en torno a las vacunas, menos mal que no hemos tenido que ir en solitario a negociar con la industria farmacéutica. Seguramente muchos países europeos, incluido el nuestro, no tendrían capacidad de negociación. En España, todavía ningún grupo de investigación, ni siquiera de entre los muy financiados, está cerca de participar en la producción de una vacuna. Paralelamente, tampoco tenemos ninguna planta de producción de vacunas humanas y solo una de vacuna animal.
No podemos negar que hay veces que el talento de un profesor concuerda más con el espíritu de investigar o con el círculo en el que le ha tocado moverse y menos con la devoción de impartir sus clases y desenvolverse adecuadamente con sus obligaciones de docencia.
De hecho, se deberían de crear otro tipo de instituciones para aquellos que no gusten de enseñar y prefieran la investigación, a las que estas personas podrían optar dentro del organigrama de algunas universidades. Ejemplos hay en el mundo, como el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton.
Pero eso no debería conducir a que los fondos de investigación de las propias comunidades universitarias o de las comunidades autónomas establezcan distinciones y dejen sin financiar la investigación de los que cumplen fielmente con sus obligaciones docentes.
En tiempos como los que corren no está de más recordar que el país necesita buenos médicos, filólogos, matemáticos y abogados. Entre las pocas certezas que quizás podamos defender está, sin duda, la importancia de tener buenas universidades para que lo hagan posible.
En este tema de la universidad y la investigación, por su importancia para el correcto funcionamiento de la sociedad, los partidos con responsabilidades en nuestra democracia tienen que hacer un examen sobre las causas de la actual situación, que, cómo vemos, no invita al optimismo. La brújula académica obliga a abrir una etapa alejada de los favoritismos y concentrada en la atención a que todos sus profesores puedan cumplir dignamente con su cometido para formar buenos profesionales: la docencia y la investigación.
Los rectores y los equipos de dirección deberían concentrarse en perfilar respuestas a estas cuestiones. Es necesario que no escurran el bulto ante estas decisiones complejas o, simplemente, no se dediquen a alimentar diferencias entre los miembros de los claustros de sus universidades, para dar la oportunidad a abrir una nueva etapa que esté en el interés de toda la comunidad universitaria.