La guerra del pop
La censura es un error que los aleja de la inteligencia y del futuro.
La censura cotiza al alza, como prueba el caso de Luis y Pedro Pastor en Moncloa-Aravaca. José Luis Martínez Almeida, el alcalde más pop si nos atenemos a la iconografía que se ha generado en torno a él, empezaba la semana pasada una guerra con esta decisión de gran repercusión favorecida por la falta de noticias en verano. Existen las escaramuzas puntuales, las batallas que duran semanas y luego están las guerras, en las que intervienen ejércitos alineados en bandos. A la primera escaramuza Pastor/Almeida siguió la cancelación del concierto de Carlos Tangana en la Semana Grande de Bilbao. No debería resultar extraña esta decisión, en este caso tomada por el PNV, ya que siempre se ha censurado a grupos no afines, pero era Podemos el que conseguía, mediante presión en redes, la cancelación. Bueno, en realidad Elkarrekin Podemos, ya que Pablo Iglesias se declaró en contra de la medida. La censura en 2019 es multicolor, y aún dentro de un color hay tonalidades contrapuestas.
La cosa iba tomando el tamaño de una batalla cuando, entre estas dos noticias, se producía un hecho menos mediático: la cancelación por parte de la nueva corporación municipal de Priego, ahora en manos del PP, del Tiñosa Fest. El rapero Shotta respondía con dureza en las redes llamando a la corporación “fachas” y hablando de persecución. Lo de Pliego no era nada comparado con el obús lanzado por el PP de Madrid al anunciar que no contratarían “grupos afines a Podemos ni a condenados por humillar a víctimas del terrorismo”. Venían de censurar a Def con Dos en las fiestas de Tetuán y les pilló calientes, al parecer. Con la desaparición de ETA hemos ido olvidando el peso político que tuvo la AVT y su todopoderoso dedo para señalar a los grupos del antiguamente denominado “Rock Radikal Vasco” a los que persiguieron inmisericordemente durante la década pasada; pero nunca, que yo recuerde, un partido había censurado en bloque a los músicos afines a otro partido, al menos en público. El actual PP ha dado por perdida la música pop con algunas excepciones y no parece querer caer en errores que, a su juicio, cometieron con el sector del cine en los años del “No a la guerra”.
Esta práctica de la censura, tan poco defendible desde la inteligencia, ha llevado en algunos casos a la desaparición de festivales completos, como el Lumbreras Rock. Este histórico de la Región de Murcia no pudo soportar las presiones para cancelar Lendakaris Muertos y Soziedad Alkólika. Cuando se censuró a Banda Bassoti en 2007 se acabó el invento, aquel festival de rock duro llevaba camino de convertirse en un encuentro de dulzaineros de La Alcarria.
Volviendo a 2019, nos encontramos en medio de una guerra abierta y declarada cuyo campo de operaciones son nuestros derechos, la próxima batalla la de la libertad de expresión y la actual escaramuza la censura a grupos musicales no afines. Hay una parte ideológica pero también hay dosis infinitas de mediocridad en los políticos actuales, que ven al público masivo de los conciertos de rock como votantes rivales, no nos equivoquemos. Lo de Podemos con Tangana es otra cosa, es un síntoma de la desestructuración de un partido necesario pero en caída libre. Lo del PP en Madrid nos hace prever carteles con Calamaro, Taburete y Bertín Osborne cerrando mientras en las programaciones de Andalucía se avista la presencia masiva de Siempre Así y José Manuel Soto en plan estrella. Malos tiempos para la lírica.
Esto lleva a cuestionarse la relevancia electoral de la música pop. Hay como un consenso asumido sobre la orientación política de la música popular, en el más amplio sentido del término: son muy mayoritariamente rojos, recordemos que cuando Russian Red se atrevió a decir que era azul le cayó la del pulpo. El caso es que no es siempre tan así y hace algo más de un año Roger Daltrey, cantante de The Who se declaraba a favor del Brexit y se despachaba con una parrafada ultranacionalista, para desesperación de algunos fans que no parecían haberse dado cuenta de que la Union Jack, como la rojigualda para Taburete, es la enseña del grupo. Tampoco parecían haber leído la letra de canciones como Who are you?. Los Who eran y son conservadores. Asumidlo. El caso de Morrisey, tal vez el músico más insufrible de todos los tiempos, es diferente. De llamar a la Tatcher “bárbara” e “inhumana” a las canciones racistas de un paladín del Brexit hay campos de estupidez, inconsistencia, caprichos e incoherencia. Esta actividad política de los grupos ingleses (desde Oasis a Johnnie Rotten) ha sido observado por los asesores que preparan los discursos de los políticos españoles y la música, con esa masa enorme de seguidores, justifica una guerra abierta en medios.
En España se han sucedido generaciones de seguidores no anglófonos de los Beatles que pensaban que Revolution era una canción revolucionaria. Es la primera canción política de los Beatles y un alegato anti revolucionario escrito por Lennon. Es una canción pacifista con la que los Beatles se declaraban antirevolucionarios. No es solo la melodía, la letra cuenta.
Creo que si esos políticos tan estresados y tan limitados en cuestiones culturales escuchasen a los grupos, desde los mejores hasta Carlos Tangana, comprendieran las pulsiones emocionales de los fans y estuviesen en la calle, entenderían que la censura es un error que los aleja de la inteligencia y del futuro. Y además es una cosa casposa y rancia.