¿La gente se acuerda del 15-M? Salimos a la calle para hacer la prueba
Los jóvenes saben mejor lo que fue, y entre los recuerdos de los más mayores se cuela el rechazo a Pablo Iglesias.
‘Podemos’, ‘utopía’ y ‘revolución’ son, quizás, las palabras que más repite la gente cuando se le pregunta por el 15-M o el movimiento de los indignados. Aunque eso no es todo. También hay quien confunde la fecha con los atentados del 11-M, o quien tuerce el gesto al recordar que la figura de Pablo Iglesias salió, en cierto modo, de aquella histórica acampada en la Puerta del Sol en la que se protestaba contra la corrupción y la precariedad, y de la que ahora se cumplen diez años.
El HuffPost ha salido a la calle en Madrid, en las zonas de Puente de Vallecas y Pacífico, para preguntar a la gente cómo recuerda el 15-M. El hecho de que estuviera protagonizado por jóvenes se nota todavía hoy, y la edad es, en general, el factor diferencial en estos recuerdos: las personas mayores de 50 o no se acuerdan o no tienen una buena imagen del movimiento. Todo esto, pese a que en junio de 2011, el 66% de la población española declaraba sentir simpatía hacia el 15-M y entre 6 y 8,5 millones de españoles participaron de alguna manera en las protestas, según una encuesta de Ipsos Public Affairs.
En mayo de 2021, de las 17 personas consultadas aleatoriamente por la calle, cuatro participaron hace diez años en el movimiento de los indignados, y ahora tienen entre 27 y 49 años. Entre el resto de los entrevistados, la mayoría sí recuerda —aunque sea vagamente— lo que fue el 15-M, e incluso creen que a día de hoy haría falta un movimiento de protesta despolitizado similar. Saben, sin embargo, que las demandas del 15-M quedaron diluidas, y, echando la vista atrás, ahora les parece una utopía.
Carlos, de 27 años, vivía en el barrio de Salamanca cuando surgió el 15-M, y las demandas del movimiento le convencieron tanto que se quedó algunas noches en la acampada de Sol. “Se buscaba otra representatividad”, explica. Ahora lo volvería a hacer, pero, al mismo tiempo, admite que lo recuerda como “algo muy utopista”. “Ha quedado algo de aquello, pero institucionalizado”, lamenta. “Justo se ha perdido el papel que tenía de movilización popular, y creo que es eso lo que habría que reivindicar ahora: el poder popular”, dice el joven.
Carlos considera que “los cambios” que proponía el 15-M “cristalizaron en algo que tenía que haber ido a más”. Al menos, opina, “sí se consiguió abrir brecha y buscar una nueva representación a nivel político que antes no estaba”.
Claudia, estudiante universitaria de 19 años, sabe que el 15-M fue “lo que hizo que se fundara Podemos, lo que le dio voz”. El movimiento también le parece interesante “a nivel conflicto social”, pero tampoco sabe decir “mucho más” porque le pilló “muy joven”, con sólo 9 años.
Bastante mayor que ella era (y es) José Luis, un señor que roza la sesentena y asegura recordar “perfectamente” el movimiento de los indignados. No sabe, sin embargo, que ya han pasado 10 años desde entonces, y cuando se entera, exclama: “¡Fíjate Pablo Iglesias, ya diez años armando follón!”.
Para José Luis, el 15-M fue “una protesta más de izquierdas para armar follón”. De ello ha quedado, en su opinión, “un poso cultural de odio entre personas”. “Ya no entre clases o entre pobres y ricos, eso ya se ha deshecho, sino si tú eres hombre o tú eres mujer, porque tiene que ser binario, los fachas y los rojos, se ha creado un odio y una tensión, cuando todo eso estaba olvidado de hace 80 años”, aclara.
Sheila, de 33 años, fue parte del movimiento, y no puede verlo de forma más distinta. “Yo creía que íbamos a cambiar el mundo”, reconoce. Luego, cuando vio que no era así, se quedó “muy triste”.
“Estuvimos un mes en la Puerta del Sol; de ahí, nos fuimos a Rivas, donde hubo una acampada itinerante; de ahí, siguió habiendo acampadas, pero ya había mucho acoso policial, mucha gente llamándonos ‘hippies’. Yo no lo veía así, pero también entiendo que la gente se aburriera de ver las tiendas de campaña”, comenta.
Pese a la decepción final, Sheila cree que surgieron “un montón de luchas que a día de hoy todavía siguen en pie: la PAH [Plataforma de Afectados por la Hipoteca], la Ingobernable, o incluso Podemos”, enumera. “Yo sigo metida en movimientos sociales, y a lo mejor si no fuera por el 15-M no estaría ahí”, cuenta. De hecho, Sheila pide no salir a cámara porque sigue muy metida en el activismo y no quiere que la “fichen”.
“Para poder cambiar la política de este país vino bien, aunque ahora haya vuelto a salir el PP, no lo tengamos en cuenta, por favor”, pide entre risas la chica, pues la entrevista se hace justo un día después de la arrolladora victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de Madrid. “Hay luchas día a día, más allá del día que hay que ir a las urnas”, asegura. “Aunque no hubiera ido a votar, yo cada día estoy luchando”.
Cruz, de 28 años, también tiene demasiado recientes las elecciones de este 4 de mayo “y la victoria aplastante de la derecha”, pero aun así cree que en la sociedad ha quedado “algo bueno” del espíritu del 15-M. “Todavía hay participación de la gente, pero quizás lo que hay también es desorganización”, opina el joven, que esa tarde está haciendo deporte en las canchas de Pacífico. “Habría que juntarse todos, hacer un poco de comuna y establecer las bases”, propone.
El movimiento de los indignados le pilló cuando acababa de entrar en la universidad, y lo recuerda como un momento convulso de huelgas, manifestaciones y tensión. “Fue una época en la que se luchó bastante”, dice.
Él no llegó a ir a las acampadas de la Puerta del Sol, que duraron prácticamente un mes, pero sí fue a la multitudinaria manifestación de Rodea el Congreso convocada un año después, el 25 de septiembre de 2012. “Pasé bastante miedo, la verdad. Tenía 20 años y lo recuerdo con mucha pena… mucho policía cargando, mucha gente manifestándose de verdad”, recuerda Cruz. A día de hoy, no participaría en un movimiento similar al del 15-M, porque cree que ahora “la situación no está tan mal como entonces”.
Francisco, de 49 años, sí cree que en este momento haría falta “otro 15-M incluso más fuerte”. “No digo más agresivo, pero sí reivindicando ciertas cosas e intentando desestabilizar ciertos privilegios de los políticos que no tenemos el resto”, aclara. “Que se movilice todo un poco, que haya una especie de revolución, sin llegar a agresiones ni nada”, añade.
Él estuvo en las manifestaciones del 15-M, y cree que ha quedado algo de entonces: “El poso es Más Madrid”. Francisco sostiene que en los últimos diez años la política y la sociedad sí han cambiado algo, pero aún falta más reivindicación social y más movilización sindical. “Echo en falta la actividad de los sindicatos, que antes metían mucha caña en el tema social y ahora están adormilados”, critica.
Mónica, de 46 años, también se implicaría ahora en un nuevo 15-M, “siempre y cuando no hubiera unas siglas detrás que se hicieran con ello”, matiza. “Estoy convencida de que se tiene que hacer desde el nivel de barrio, e ir subiendo escalas, pero no politizarlo”, explica la mujer, que espera con unos amigos y unas cervezas a que sus hijos salgan de clase.
Ella recuerda el movimiento como algo “necesario en ese momento; quizá demasiado indignado, en todo caso”. “Creo que podían haber canalizado las cosas de una forma más productiva. Estaba muy bien la idea, esto del sistema asambleario, pero creo que al final ha quedado en nada, se ha disuelto, se ha diluido”, opina la mujer. Y menciona un responsable: “Desde Podemos hicieron suya la idea y desde ahí no se ha evolucionado. El error del 15-M fue que se hizo política de ello”.
Mónica es consciente de las debilidades del movimiento, pero no comparte “en absoluto” la idea que se tiene del 15-M desde determinados sectores. Ella, que hace diez años trabajaba en el barrio de Salamanca, tuvo la oportunidad “de verlo desde el otro lado, y daba miedo cómo se percibía el 15-M desde otros mundos”, afirma. “Se veía como un movimiento completamente anarquista, negacionista de todo, y que lo único que quería era romper con la España que se había construido durante la transición”, enumera Mónica, antes de llegar a la conclusión de que “en el fondo, esa idea todavía pervive” en muchas mentes.