La gente que duerme en mi calle
Por algún lado he leído que la crisis empezó en 2008 y terminó en 2014. Y me he reído un buen rato. Ahora que en el barrio, en la panadería donde a veces desayuno, en el metro, en la frutería del paqui, solo se habla de la independencia parece que nos hemos olvidado de todo lo demás, de que la gente sigue durmiendo en mi calle.
Empecé a escribir Vienen mal dadas en el verano de 2014, pero la idea llevaba tiempo gestándose en mi cabeza, desde que en algún momento de 2012 los cajeros y los bancos de la calle de Sants, en Barcelona, empezaron a llenarse de gente que no tenía a dónde ir. Desde mi minúscula terraza todas las noches veía el cajero de La Caixa, justo enfrente, en el que dormían cinco o seis hombres que hacían figuras con latas de cerveza. Hacía frío, yo no tenía calefacción y ellos no tenían nada. Cuando alguna mañana entraba en el cajero para sacar dinero, todavía persistía el olor a comida, cerveza, cansancio, roña, sueño. La gente arrugaba la nariz, molesta. Yo miraba hacia otro lado.
De esas noches mirando el cajero surgió la mitad de mi novela Vienen mal dadas. Inventé una vida para aquellos hombres que dormían a 20 metros de mí y que me quedaban tan lejos. Les di nombres, un pasado, y sobre todo un futuro. Estaba Bosco, un taxista al que le han quitado la licencia por un asuntillo sin importancia y que todavía llama al Raval "el Barrio Chino". Estaba Canales, un contable que hasta hace cuatro días trabajaba en los mismos bancos donde ahora dormía y al que la vida le ha dado un revés en forma de enfermedad cardíaca. Estaba Eusebio, el más veterano de todos, que ha visto morir a muchos compañeros en la calle y que, cuando sabe que se acerca su hora, está dispuesto a hacer lo que sea para no morir solo. Y, claro, en aquellos días también surgió Hugo Correa, el capitán pirata, un marino gallego que huye de un capo del narcotráfico que lo quiere ver durmiendo con los peces.
Los convertí en una banda de ladrones que se dedica a reventar cajeros con bombas de acetileno pero que iba en busca de un botín más grande. Y, para poder acercarse a ese botín, necesitan a la otra mitad de la novela, necesitan a una mujer. El personaje de Ruth Santana es la parte más cercana a mí de esta historia, tan realista que muchos lectores me han preguntado si Ruth está basada hasta cierto punto en mis experiencias. Creo que es el momento de responder a esa pregunta. Ruth Santana no es un pirata, no duerme en cajeros para vigilarlos, ni atraca bancos, no, y Ruth Santana tampoco soy yo, eres tú. O tu hija, o tu hermana, o tu mejor amiga, o tu vecina. Es una mujer joven pluriempleada y desahuciada que, al igual que la banda de ladrones, lo ha perdido todo pero se esfuerza al máximo para que no se note. Y, pagando un precio muy alto, lo logra. Hasta que las circunstancias la ponen en la mira de Hugo Correa y todo cambia. Para bien o para mal.
Pero volvamos a los recuerdos de esas noches mirando el cajero. Como veis, la historia ya estaba armada y solo me quedaba escribirla. Lo hice, robándole horas al sueño, y la envié al premio L'H Confidencial 2016. No ganó, quedó primera una magnífica novela de Vladimir Hernández, pero Blanca Rosa Roca quiso editar también mi novela.
Y aquí estamos hoy, a 2017. Las cosas no han cambiado tanto aunque han reformado la sucursal de La Caixa (que ahora, claro, se llama CaixaBank) y ya no puede dormir nadie allí. Podéis leer Vienen mal dadasy conocer el final de la historia que os contaba arriba, recorrer Barcelona de la mano de Ruth, Hugo y los demás, y transitar lugares familiares con una mirada diferente, la mirada de los otros. Esos otros que, aunque no sean de verdad las personas que duermen en mi calle, he narrado desde la ficción, desde mi piso minúsculo y sin calefacción. A esos otros les he dado todo lo que tengo, una historia.