La fricción que nos dio la fuerza
Personas que no habían hecho política, y con miedo a más recortes y retrocesos sociales, tomaban las riendas para impugnar el sistema.
Se han escrito ríos de tinta para analizar, opinar y desglosar el movimiento social que despertó a los que dormíamos. Aunque estoy segura de que este no será el único artículo que hable del 15-M este sábado, sí querría aclarar previamente que estas líneas tratan de por qué el 15-M fue y sigue siendo útil para muchas de nuestras vidas.
Aquel primaveral domingo 15 de mayo de 2011, llegué a la plaza de Sol donde había quedado con mis amigos por un primitivo Whatsapp en el boom de las Blackberrys. Esa tarde se había convocado una manifestación aparentemente grande por Twitter. El cocktail social de precariedad, desafección política, juventud sin futuro y estafa generalizada se había estado fraguando semanas y meses previos en distintas convocatorias y mensajes por redes sociales.
El 15-M físico y palpable duró lo que las temperaturas del cambio climático permitieron a la ciudadanía. Y es que, tratando de buscar un símil, lo ocurrido podría entenderse como el mecanismo que usan los cochecitos que vienen de regalo en el Huevo Kinder.
Como inevitable chovinista de mi generación, hago nostalgia de tiempos mejores cuando en mi infancia, libre de tecnologías, rezumaba alegría al descubrir la sorpresa de la chocolatina con forma de huevo. Habitualmente aparecía un cochecito cuyo motor era idéntico a los famosos coches micromachines, coches de juguete que funcionan por mecanismos de cuerda en el que la tensión —la fuerza que el niño aplica—, posibilita la tracción, traduciéndose en que esa magnitud de fuerza sea una aceleración inconmensurable. Otro juguete que nos sirve de ejemplo es el tirachinas, el cual es tensionado y libera energía cinética.
Con esta pequeña explicación física, querría señalar que lo que supuso el 15-M para nuestro país podría resumirse en ese punto de inflexión en el que el pequeño cochecito micromachine libera la fuerza recibida por el niño para salir disparado. Tras la crisis financiera tan brutal de 2008 con sus consiguientes recortes en políticas públicas, la penosa estructuralidad de nuestro mercado laboral y la decadencia de nuestras sensaciones, guiada por un intento de retroceso en derechos sociales conseguidos, propulsó la tensión para que las plazas estallaran. Ese oscurantismo pasó a convertirse en ilusión y responsabilidad: el anonimato organizado clamando democracia real ya. Ese hartazgo hizo que la participación ciudadana catapultase a los movimientos sociales a instituciones desde las que hoy se gobierna.
Y es que lo que señalaron años atrás Mary Kaldor y David Held resultaba cierto: la sociedad civil de nuestro país contribuía a la construcción de la democracia cosmopolita, entendida como la radicalización de la democracia en la que la ciudadanía debía gozar la posibilidad de participar en la vida política, tener la garantía de un sistema jurídico justo y exigir responsabilidades en cuestiones de economía, además de tener garantía del poder para operar a escala local, regional, nacional y global. En resumen, éramos el 99% frente al 1% quienes apostábamos por un incremento de la participación y la autonomía de la ciudadanía activa con el fin de dignificar nuestras vidas.
De aquel inmenso aprendizaje, saco tres ideas con las que a día de hoy sigo trabajando y pensando:
1. Las redes sociales fueron y siguen siendo claves para la transformación de la democracia: el paradigma de la comunicación se complejizaba. Con las redes sociales, el intermediario desaparecía y el receptor del mensaje podía llegar a formar parte de una comunidad que cualquiera podía pensarse, que no existía porque no se enseñaba en las televisiones. Muchos medios de comunicación acudían a las plazas para contar que éramos lo que no éramos, mientras que nosotros aprovechábamos el poder de esta herramienta, evitando que la dirección y contenido de nuestro mensaje pudiera ser cambiado. Gracias también a las redes sociales, hubo una toma de conciencia por muchos profesionales de la comunicación que hicieron posible la creación de medios alternativos a los hegemónicos, pudiéndose tratar incluso de su 15-M particular: Cuarto Poder, La Marea, El Salto, InfoLibre o El Diario, pero también la creación de medios digitales profesionalizados (como en el que estás leyendo estas líneas) y perfiles sociales de alta difusión como fue Spanish Revolution.
2. Precisamente fue vía Twitter cuando recibíamos por primera vez la información de que un joven tunecino, Mohamed Bouazizi, se autoinmolaba a lo bonzo por la precariedad y humillación del sistema. Días después, estallaba la Primavera Árabe en Túnez. La década pasada fue la década del látigo del neoliberalismo más terrorífico donde pareciese que los monstruos agonizaban y allanaban nuestras vidas pero que, sin embargo, la canalización de la desesperanza en ilusión —la fricción del cochecito— hizo que a lo largo y ancho de nuestro planeta naciesen movimientos sociales esperanzadores con unas mismas características: personas que no habían hecho política, y con miedo a más recortes y retrocesos sociales, tomaban las riendas para impugnar el sistema.
No solamente la Primavera Árabe y el 15-M; sino que, efectivamente, existía una sociedad civil global y emergente que supuso la aceleración en la concienciación y politización de muchísimas personas dispuestas a participar en la vida política. Lo vimos cada sábado de 2011 con la revolución pacífica islandesa; en Estados Unidos, con el movimiento #OccupyWallStreet; en Francia, con la Nuit debout; en Bosnia, con el movimiento de los Plenums; en Hong-Kong, con la revolución de los paraguas; e incluso, recientemente, el estallido social del pasado año en Chile. Precisamente la fraternidad de estos movimientos vienen precedidos por la organización ciudadana a nivel nacional, regional y local.
En nuestro país, tras olas y olas de manifestaciones en la primera mitad de esta década, dicha fraternidad e indignación se canalizaron mediante la creación de un espacio político que hoy está en el Gobierno de la nación. Esas olas y movilizaciones de los últimos seis años hicieron posible que dos mujeres que estaban en las plazas aquel 15-M, hoy, sean ministras.
3. Porque la tercera idea tiene que ver, precisamente, en cómo muchas mujeres de nuestro país iniciaron su politización en el 15-M, mientras que otras la explayaron, encumbrando nuestro empoderamiento el 8 de marzo de 2018. Mientras que en el 15-M éramos los indignados que protestábamos por la corrupción, la élite política y financiera y la crisis del régimen, a su vez y tímidamente, se comenzaba a utilizar el lenguaje inclusivo en las asambleas de las plazas y a crearse comisiones de feminismos en las plazas de los barrios. Porque sin el 15-M no habríamos tenido huelgas feministas, Tren de la Libertad, #NiUnaMenos o las manifestaciones de #HermanaYoSíTeCreo. El 15-M también nos catapultó a nosotras.
Aquellos gritos de las plazas se han transformado en una banda sonora distinta que se escucha en las periferias de nuestro Estado, pero también en la España que ha sido vaciada. Y es que el alarido del “no nos representan”, de alguna manera, se ha visto satisfecho parcialmente. Aun así, no todas las demandas de hace 10 años han sido resueltas porque. a pesar de la entrada en la arena política institucional —la representación—, seguimos siendo mercancía en mano de banqueros, seguimos en la dictadura del mercado cuyo poder es también mediático —y si no, solo hace falta consultar quiénes son los propietarios de los medios de comunicación hegemónicos—.
Pese a ello, y pese a aquel despertar, hoy, tras 10 años, debemos hacer memoria colectiva y no olvidar todo lo ocurrido tras la crisis. La coyuntura actual podría evocarnos a la de 2011 —con muchos matices, claro— y es por ello que teniendo los diagnósticos realizados de cuáles son las vías de salida de una crisis, tenemos que escucharnos a todas las voces de aquel 15-M. Por ello, tres tareas que requieren de nuestra fortaleza e inteligencia colectiva:
1. El espacio que ocupamos ha de ser ensanchado. Lo que no se nombra, no existe. Por ello, tenemos que seguir peleando por la existencia de unos medios de comunicación cuya información sea fidedigna. Tenemos que seguir denunciando la impunidad de los bulos que se nos lanzan a pesar de la información veraz.
Es prioritario que sigamos conteniendo los discursos de odio en las redes sociales, las plazas 2.0, donde nuestro mensaje pueda seguir siendo el original. Somos conocedores de que la tiranía del algoritmo y las presiones que reciben las propias empresas de redes sociales para limitar nuestra libertad de expresión son una realidad, y con muchísima cautela, en esta era de post verdad, hay que combatir las fake news que operan en detrimento de nuestra libertad de expresión y derecho a la información.
2. La globalización ha acarreado fenómenos sangrantes como la deslocalización de empresas a países donde se violan los derechos humanos y eliminando empleo en sus lugares de origen. Pero la globalización también tiene una cara buena de la moneda y es que es posible que la conciencia glocal pueda ser la imperante. Ya conocemos experiencias de movimientos locales que han unido su lucha a la de otro movimiento local en la otra punta del planeta. Es necesario seguir tejiendo una alianza internacionalista para poder caminar hacia lo que Daniele Archibugi define como una “democracia cosmopolítica”.
3. Es el tiempo de las mujeres. Desde los feminismos, se ha teorizado sobre cómo las mujeres ejercen el poder de una manera más igualitaria basada en la cooperación y no en la coacción. Tras la anterior crisis financiera, fuimos sabedoras, una vez más, de que la pobreza tiene rostro de mujer. No solamente en el terreno material sino que, encima de pobres, las mujeres que hacemos política desde aquellos tiempo, hemos sido testigas de cómo ejercen violencia política contra compañeras que ponen sus cuerpos para pelear por el bien común. La agenda del 15-M de aquel entonces es hoy la agenda feminista, que tiene el extraordinario poder de convertirse en la agenda de transformación del mundo.