La fe, el arma navideña de Díaz Ayuso
La presidenta madrileña usa el cristianismo para dividir y lo equipara con la civilización occidental, pero yerra en el análisis.
Isabel Díaz Ayuso está empeñada en defender las esencias de la tradición, auténtico sanctasanctórum de su estrategia política en Navidad. El problema es que la presidenta de la Comunidad de Madrid y sus asesores de comunicación se equivocan cuando sitúan la fundación de la “civilización occidental” en el nacimiento de Cristo, como dijo cuando presentó el Belén de la Puerta del Sol, sede del Gobierno regional.
La lideresa popular en Madrid yerra también cuando equipara el cristianismo con los valores de Occidente, porque la idea de Occidente va mucho más allá del Belén de Judea del que tan orgullosa se siente. Díaz Ayuso sigue la estela de la ultraderecha española —que también ha decorado la entrada de su sede con un nacimiento— y de la europea, que recurre al cristianismo del viejo continente para despreciar la llegada de inmigrantes.
La idea de Díaz Ayuso de Europa como cuna del occidentalismo flaquea: “Europa ha sido definida frecuentemente a partir de factores geográficos, culturales, históricos y políticos que formarían la base de una única civilización y de la que surgiría un modelo occidental de modernidad. Pero cuando se la examina con detenimiento, la cuestión de la identidad resulta más difícil de determinar. Desde el punto de vista geográfico, Europa carece de unas fronteras naturales y en términos de civilización, se extiende bastante hacia el continente asiático y no cabe excluir de ella buena a buena parte del Mediterráneo”, explica Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social de la Universidad del País Vasco.
“Tampoco se puede definir a Europa como Occidente. Las raíces históricas de la civilización occidental —Atenas, Roma y Jerusalén— no fueron europeas en el sentido occidental del término. Solemos olvidar que la cultura y la civilización occidentales tuvieron su origen en Oriente. El mundo antiguo era oriental, no occidental. La antigüedad clásica y los orígenes del cristianismo eran mediterráneos, en el sentido utilizado por Braudel. Como los griegos, tampoco los romanos tuvieron un sentido claro de identidad europea, que es algo más bien propio de la Edad Media, sino que concibieron a Roma como el centro del mundo. Por su historia y todavía más por el momento presente, Europa no equivale a Occidente”, ahonda Innerarity.
Al final, lo que se esconde detrás de este discurso es el uso de Occidente como blasón contra ‘enemigos’ con otros colores de piel y ritos. “Esto de Occidente lo sacan a colación de la vieja teoría de Samuel Huntington del choque de civilizaciones. Hoy, hablar de Occidente como si eso definiera una identidad cultural, fija, es hacer mención a un esquema que debería estar superado. Occidente está repleto de gente de otros orígenes y razas. No existe Occidente en los términos en los que los define esta gente, porque ese concepto surgió de un modo interesado para prever un supuesto choque de civilizaciones con el Islam”, cuenta Alicia García, profesora de Filosofía y Teoría Política en la Universidad Carlos III de Madrid.
“Cuando Ayuso y determinados sectores utilizan la expresión civilización occidental, la entienden de manera errónea desde dos puntos de vista”, explica Jorge Urdánoz, profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Pública de Navarra. “Primero, porque la entienden geográficamente. Asumen que hay un Occidente y un Oriente que se definen como territorios en un mapa, pero no como un conjunto de valores, que es lo que es Occidente en realidad. Vienen a decir: Occidente somos nosotros y los otros no”, sigue.
Ese es el primer fallo de la teoría Ayusiana de Occidente. Al ser un conjunto de valores, a Occidente pertenecen los lugares más insospechados del planeta: “Incluye a Japón, a Australia, a Corea del Sur y a otros países asiáticos. ¿Por qué? Porque el proceso de globalización que protagoniza el mundo desde hace décadas es, en realidad, un proceso de occidentalización. Es decir, es la exportación de un modo de vida [democracia liberal y economía de mercado] y de un conjunto de valores, que son los de Occidente. No podemos confundir la civilización con la topografía”, explica Urdánoz, colaborador habitual de varios medios de comunicación.
¿Cuál es el segundo fallo que comete la presidenta? Urdanoz incide en él: “Históricamente, Ayuso y este tipo de altavoces inciden en lo cristiano como artefacto que ha configurado Occidente. Pero es discutible que lo mejor de la tradición occidental venga del lado religioso y, en este caso, del lado cristiano”, explica.
“Lo esencial de Occidente es que va más allá de lo religioso”
El mundo occidental hunde sus raíces en Grecia y en Roma. “Se conoce a los años en los que el cristianismo se expande y llega a su zenit como los años oscuros, la Edad Media, la edad de las tinieblas. Precisamente llamamos Renacimiento a la siguiente etapa histórica porque renace de nuevo la razón clásica. A partir de ahí surge la Ilustración y llegan los verdaderos valores de Occidente, que no son necesariamente los cristianos. Son otra cosa que supera a las religiones. Lo importante y esencial de Occidente es que va más allá de lo religioso”, dice Urdánoz.
Su colega Innerarity lo comparte: “La identidad europea no puede definirse en términos de identidad religiosa”, explica. La identificación de Europa con el cristianismo procede de los Habsburgo y sirvió, en su momento, para oponerla al Imperio Otomano. “Esa identificación no hace justicia al pluralismo religioso de Europa. El problema no es reconocer la importancia que ha tenido el cristianismo como uno de los orígenes de Europa. Pero este reconocimiento no puede ser justo si olvida que hay otras religiones que han contribuido decisivamente. Ese pluralismo está exigido por nuestra historia, pero también por la actual composición de nuestra sociedades, en las que viven, por ejemplo, más de quince millones de musulmanes. La cuestión de fondo estriba en que cualquier referencia a una cultura o religión no puede determinar la definición de la ciudadanía”, aclara el catedrático de Filosofía Política.
Ciudadano contra creyente. Esa fue la gran batalla europea que forjó Occidente. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche proclamó la muerte de Dios porque llegó el momento histórico en que la idea del todopoderoso no era capaz de actuar como fuente moral de los humanos, es decir, no condicionaba su acción. “La Ilustración configura una ética que no está basada en ninguna religión, sino en la ciudadanía y en la pertenencia a un conjunto de valores que ofrecen libertad religiosa y por tanto la posibilidad de ser cristiano, pero que no tienen una raíz cristiana, sino laica, científica, y que supera la obligación de ser cristiano”, cuenta el profesor de la Universidad Pública de Navarra.
Ese avance histórico contribuyó a definir al viejo continente: “Europa no es una forma de vida, ni un pueblo, ni una civilización, ni un super-estado, sino una construcción especialmente original por lo que se refiere a la posibilidad de que se acepten normas vinculantes que proceden de una articulación entre espacios que no son homogéneos. El hecho de que sea tan difícil definir Europa en términos culturales por referencia a una historia compartida o un territorio común definido o unos valores compartidos es lo que hace que la configuración de un espacio público europeo sea de tanta importancia. ¿Y si nuestros valores fundamentales fueran un conjunto de hábitos que han configurado una identidad que nos inclina continuamente a guardar distancia respecto de la propia identidad?”, se pregunta Innerarity.
La cuestión es que con sus mensajes de fe, tanto Díaz Ayuso como la extrema derecha hacen política para dividir. “Hacen con el cristianismo lo mismo que hacen con la idea de Occidente, lo definen identitariamente. Dicen: ‘El cristianismo somos nosotros’. Pero no entran a valorar qué valores tienen. Solo dentro del catolicismo está la teología de la liberación y el Opus Dei. ¿Qué es entonces el cristianismo, incluso el catolicismo?. Símplemente lo están utilizando como un arma ellos-nosotros. Y lo más relevante es que los inmigrantes, todos los ‘otros’, millones de personas a los que ha afectado el proceso de globalización, quieren ser como nosotros: se quieren occidentalizar. El uso de las etiquetas de Ayuso establece un muro cuando lo que quieren los ‘otros’ integrarse y ser como nosotros”, explica Urdánoz.
“Al hablar como autoridad pública tiene que representar a todos. Y, en lugar de dar una visión garantista del respeto a todas las religiones, prima una de ellas y no debería ser así porque todas deberían tener el mismo acceso a la esfera pública. Cuando tenemos el mayor desafío de todos, que es la interpretación garantista de la neutralidad del Estado y del laicismo bien entendido, viene esta señora a plantear cuestiones que son casi delirantes. Me cuesta trabajo pensar que esto se lo haya escrito alguien como discurso”, cuenta Alicia García, de la Universidad Carlos III de Madrid.
La oposición de Díaz Ayuso también recela del porqué de la presidenta cuando politiza la Navidad. “Ayuso se suma a la estela de Trump, Salvini y Abascal utilizando la expresión ‘civilización occidental’ que apesta a supremacismo y, en nuestro país, tiene un tufillo nacional-católico de tiempos en blanco y negro”, cuenta el portavoz de Más Madrid, Pablo Gómez Perpinyà..
Su colega socialista, José Cepeda, añade: “Díaz Ayuso utiliza el espíritu navideño para envolverse en esto de la visión judeocristiana del mundo que, por otro lado, no es propiedad de ellos. Me da la sensación de que tienen que apropiarse de las cosas para politizar todo. Intentan apropiarse de la bandera de España, de la monarquía y ya la máxima es intentar apropiarse de la Navidad”.
Lo cierto es que el discurso de Díaz Ayuso puede herir la sensibilidad no solo de algunos creyentes que no compartan sus ideas políticas, sino de quien rechace injerencias de la política en la vida religiosa. “Ayuso debería actuar más como presidenta y menos como telepredicadora. El discurso del día del Belén se parecía más a una misa de 1955 que a un acto institucional del 2020”, dice Perpinyà, quien añade: “Estos mensajes calan en el debate público y lo enturbian”.
El socialista José Cepeda, además, reprocha a Ayuso el uso de la as instituciones para desplegar religiosidad: “Nuestra Constitución está al margen de las creencias religiosas. Las democracias más avanzadas requieren tener un fuerte arraigo laicista para que los sentimientos de cada uno queden en el ámbito de lo estrictamente personal. Hay que respetar todo tipo de sentimientos y de creencias para mantener un cierto respeto a la pluralidad y que cualquier responsable público tiene que mantener desde cualquier institución para todo tipo de creencias religiosas, pero no solo la católica”. Y añade: “No soy agnóstico y tengo mis propias creencias. Pero no me genera ningún problema dejar esto en la intimidad. Me parece negativo que haya políticos que intenten manosear las creencias para intentar obtener rédito electoral de ello”.