Lo que hay tras la conspiración de que Bill Gates quiere controlar la raza humana
La extrema derecha le acusa de crear el coronavirus, de especular con la vacuna, de repartir permisos de procreación y hasta de buscar una guerra química.
No han pasado ni tres meses desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el brote de coronavirus como pandemia y la derecha ya ha desplazado a George Soros como su principal ogro para centrar sus ataques en Bill Gates.
En abril, decenas de personas encabezadas por Alex Jones —un conocido teórico de la conspiración que amenazó con comerse a sus vecinos si el confinamiento se prolongaba— se manifestaron contra las restricciones impuestas en Texas (Estados Unidos) entre gritos que pedían la detención de Bill Gates. Una empresa tecnológica de la que se ha rumoreado falsamente que colabora con la Fundación Bill y Melinda Gates para implantar microchips en sus vacunas ha recibido tantas amenazas de muerte que ha tenido que contactar con el FBI. Por si fuera poco, la Casa Blanca lanzó hace varias semanas una petición para que se investigue la fundación del multimillonario por “mala praxis médica y crímenes contra la humanidad” y ya ha recogido medio millón de firmas.
Gates, que ha anunciado que su fundación centrará su “total atención” en la lucha contra la pandemia de coronavirus con sus más de 40.000 millones de dólares de presupuesto, ha recibido acusaciones de diversas fechorías y delitos que van desde especular con la creación de una vacuna hasta haber creado el propio virus. El 8 de abril, la presentadora de Fox News Laura Ingraham y el fiscal general Bill Barr conversaron sobre si Bill Gates utilizaría certificados digitales para tener controlado a todo aquel que fuera vacunado.
Brannon Howse, un conocido locutor de radio católico ultraconservador, ha advertido de que Gates y un “estado profundamente globalista en el ámbito médico” están utilizando la crisis para regular la fertilidad de la gente en función de su visión del mundo a través de “permisos de procreación” y microchips. En Instagram, el activista antivacunas Robert F. Kennedy Jr. publicó un vídeo de ambientación distópica similar a la de la novela 1984 en el que muestra a un público sumiso escuchando a Bill Gates. Junto al vídeo, escribió acusaciones de que el cofundador de Microsoft Corp. “está experimentando social y médicamente por todo el mundo” a través de la OMS y que los ciudadanos son sus “conejillos de indias”. The New York Times ha señalado que la desinformación que circula sobre Gates se ha convertido en “la más extendida de todas las falsedades sobre el coronavirus” por Internet.
Aunque estas conspiraciones han desbordado la imaginación de portales como QAnon, Pizzagate y otros famosos antivacunas desde enero, la realidad es que las teorías de la conspiración que afectan a Bill Gates se remontan mucho más atrás. Hace por lo menos una década que se le acusa de urdir planes siniestros para controlar a la población o experimentar con ella, oculto tras su disfraz de filántropo, así como de enturbiar e intervenir en una lucha política diferente en Ghana.
Una nueva guerra por el control de la natalidad en África
En 2010, una antigua miembro de una iniciativa de sanidad del Gobierno de Ghana realizó unas declaraciones impactantes: un proyecto parcialmente financiado por la Fundación Gates había probado la inyección anticonceptiva Depo-Provera en mujeres desinformadas de la región remota de Navrongo como parte de un “experimento con la población” ilícito. La mujer que realizó esas declaraciones era una ghanesa educada en Estados Unidos que trabajaba como oficial de comunicaciones en otra iniciativa del Gobierno de Ghana y la Universidad de Columbia, financiada por Gates, para mejorar el acceso a la sanidad de las mujeres y niños de medios rurales. Esta trabajadora ya había impuesto una demanda multimillonaria contra su empleador cuando, tras reiterados choques con él, no le renovaron el contrato.
La demanda no tuvo éxito, pero con la ayuda de una pequeña organización sin ánimo de lucro de Estados Unidos llamada Rebecca Project for Human Rights, pagó por una serie de artículos de la prensa de Ghana. Las noticias sobre el anticonceptivo Depo-Provera causaron un escándalo nacional. Aunque los profesionales de la salud de Ghana y los líderes conservadores las denunciaron por difamatorias —el proyecto Navrongo no probó ningún medicamento—, el proyecto recibió tantas amenazas de muerte que algunos trabajadores tuvieron que ser evacuados por la frontera de Burkina Faso.
Este episodio marcó el inicio de una nueva guerra por el control de la natalidad en África. También fue un reflejo de la evolución de los movimientos antiabortistas de Estados Unidos, que empezaron a absorber el discurso de los progresistas y las sociedades de derechos civiles y de las mujeres. Empezaron a usar menos imágenes de fetos sanguinolentos y a hablar más sobre cómo los métodos anticonceptivos violan la seguridad de las mujeres y son un obstáculo para la justicia racial.
Los grupos antiabortistas contrataron a activistas negros y rescataron los aspectos más desagradables de la historia de la salud reproductiva, en especial el movimiento eugenésico de la fundadora de la organización Planned Parenthood, Margaret Sanger, en los primeros años del siglo XX. Un documental conservador, Maafa 21: Black Genocide in 21st Century America, utilizó una palabra en suajili que hace referencia al holocausto de esclavos africanos para denunciar el presunto racismo de Planned Parenthood. Las vallas publicitarias de Atlanta y Manhattan exhibieron mensajes como “el lugar más peligroso para un afroamericano es el útero”. Varios legisladores federales y estatales propusieron una serie de leyes para prohibir abortos que consideraban sesgados en función de la raza y el sexo, con lo que pretendían insinuar que las clínicas de abortos están dirigidas deliberadamente a las comunidades de color.
Las feministas negras, por su parte, puntualizaron que a estos grupos les dan igual los derechos civiles y de las mujeres en general, o el bienestar de las mujeres negras. Se basan, entre otras cosas, en que en 2009 fue un líder de los confederados (defensores del supremacismo blanco) quien ayudó a financiar un proyecto de ley del Congreso conocido como Susan B. Anthony and Frederick Douglass Prenatal Nondiscrimination Act.
Esta estrategia se aprovechaba de la dolorosa y real historia de abusos contra las personas de color en Estados Unidos, como las campañas de esterilización obligatorias o coercitivas desde 1910 hasta los años 60 (incluida la esterilización de un tercio de todas las mujeres puertorriqueñas de entre 20 y 49 años hasta 1965) y los métodos anticonceptivos poco seguros orientados a las mujeres pobres de color desde los años 70 hasta los 90. Y el legado de esos abusos podría ser más profundo. Un estudio de 2016 descubrió que el infame Experimento Tuskegee, por el que se canceló el tratamiento de sífilis a cientos de hombres negros para que el Gobierno analizara la evolución de la enfermedad en ausencia de medicamentos, provocó tal desconfianza en los profesionales de la salud que redujo más de un año la esperanza de vida de una generación de hombres negros.
El Rebecca Project, un proyecto pequeño sin ánimo de lucro para abordar los problemas que afectan de forma desproporcionada a las mujeres de color, no había estado implicado en ningún bando del debate por el aborto. No obstante, en 2011, el grupo publicó un informe sin demasiadas fuentes titulado Non-Consensual Research in Africa: The Outsourcing of Tuskegee (Investigación no consentida en África: la externalización de Tuskegee) para sacar a la luz lo que aseguraban que eran una serie de experimentos médicos no éticos realizados en África con el respaldo de Estados Unidos.
Algunos de los ejemplos eran historias documentadas que suscitan una preocupación legítima; por ejemplo, mujeres que habían dado positivo en VIH en el sur de África y que fueron presionadas por organizaciones sanitarias locales para someterse a la esterilización. El informe aspiraba a asociar estos casos a otras acusaciones más controvertidas de que la USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) utilizó sus fondos para realizar campañas de esterilización coercitivas en otros países. Sin embargo, el objetivo real del informe, al parecer, era la iniciativa llevada a cabo en Navrongo con el respaldo de la Fundación Gates. Posteriormente, el autor principal del informe llegó a decir que las personas implicadas en dicho proyecto debían ser acusadas de genocidio.
El informe contaba con numerosos problemas factuales. Su autor, el jefe financiero del Rebecca Project, Kwame Fosu, no había revelado un importante conflicto de intereses que le afectaba directamente: la empleada que había acusado al proyecto de Ghana era la madre de su hijo. Las repercusiones dañaron a la organización, que quedó partida cuando uno de sus fundadores y varios trabajadores se marcharon llevándose consigo la financiación del Rebecca Project. Al quedarse solo con el nombre de la organización, Fosu intensificó sus declaraciones conspiranoicas.
En 2013, Fosu publicó otro artículo: Depo-Provera: Deadly Reproductive Violence Against Women (Depo-Provera: violencia reproductiva letal contra las mujeres). Basándose en gran medida en fuentes no declaradas, acusaciones paranoicas y armándose con la retórica de los grupos antiabortistas de extrema derecha, este artículo utilizó la historia de Ghana para sustentar su creencia en una gran conspiración internacional orquestada por la Fundación Gates para forzar a las mujeres negras pobres a tomar anticonceptivos peligrosos con el fin de menguar los nacimientos de africanos y hacer avanzar su “ideología de control de la población”. Fosu alió su Rebecca Project con una red de organizaciones católicas sin ánimo de lucro, como C-Fam y el Population Research Institute (PRI), que ya llevaban mucho tiempo luchando por los derechos reproductivos en países en vías de desarrollo y en Naciones Unidas.
Sus nuevos aliados empezaron a darles publicidad a las ideas de Fosu y a difundirlas a un público de activistas de derechas con el argumento de que había desvelado la prueba irrefutable que confirmaba sus viejas sospechas. Tal y como lo expuso el director del PRI, “quienes quieren controlar a la población no se detendrán ante nada para impedir que las mujeres africanas tengan hijos”. En 2014, el Rebecca Project estaba totalmente centrado en utilizar el caso de Depo-Provera como látigo. Al mismo tiempo, la Fundación Gates abordaba una nueva misión para expandir el acceso a los anticonceptivos entre las mujeres de África, incluida una nueva adaptación en dosis bajas de la Depo-Provera.
La campaña de planificación familiar de la fundación ya había recibido las predecibles críticas de los grupos religiosos, pero a medida que los grupos y webs antiabortistas de Estados Unidos promocionaron las acusaciones del Rebecca Project, el argumento de los opositores varió. El discurso dejó de ser que Bill Gates tentaba a las mujeres africanas para que desafiaran a su fe y pasó a ser que el multimillonario estaba dirigiendo una “guerra química contra las mujeres pobres” en un nuevo esfuerzo neocolonialista para acabar con los nacimientos de africanos.
En poco tiempo, distintas personalidades africanas comenzaron a realizar afirmaciones similares y a atacar los diferentes proyectos de sanidad pública que Gates tenía en marcha. En 2014, Tobaiwa Mudede, secretario del Registro General de Zimbabue —el encargado de garantizar la dudosa limpieza de las elecciones del país— advirtió a las mujeres que evitaran los anticonceptivos modernos porque provocaban cáncer y eran una estratagema occidental para reducir el crecimiento de la población africana. En 2015, Mudede dijo ante los diputados: “Los países occidentales están decididos a mermar la población de las razas más oscuras del mundo”. Según asegura un comité parlamentario del país, la campaña de Mudede aterrorizó a las mujeres zimbabuensas a tal punto que acudieron en masa a las clínicas para que les quitaran los implantes anticonceptivos.
En Kenia, los 27 miembros de la Conferencia de Obispos Católicos del país declararon que las campañas de la OMS y de UNICEF para administrar la vacuna antitetánica a mujeres en edad fértil para prevenir el tétanos neonatal eran en realidad “un programa camuflado de control de la población”. Según estos obispos, esas vacunas portan una hormona que provoca reiterados abortos espontáneos hasta causar la esterilidad definitiva.
La misma red de católicos conservadores con los que el Rebecca Project se alió estaba aliada a su vez con medios que publicaban noticias para dar voz a las acusaciones de los obispos y poner en tela de juicio la actuación del Gobierno. El Parlamento de Kenia sufrió presiones para analizar en repetidas ocasiones la seguridad de la vacuna, pero para cuando desmintieron esos bulos, los sacerdotes de Kenia ya habían conseguido que los interiorizaran todos sus feligreses.
En Estados Unidos, Fosu también colaboró, con cierto éxito, con C-Fam para presionar a delegados de los países africanos. Tras una reunión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, varios países africanos emitieron un comunicado público sin precedentes acerca de los “anticonceptivos peligrosos” basándose en afirmaciones concretas de Fosu y sus aliados. Al mes siguiente, en la Comisión de Población y Desarrollo, los representantes no lograron ponerse de acuerdo en la redacción de un documento final por primera vez en los 48 años de historia de la comisión. Según explicaron los conservadores, era consecuencia de la frustración de África y otros países en vías de desarrollo por “la proliferación de referencias al control de la población, a la actividad sexual adolescente, al aborto y a la educación sexual”.
Objetivo: minar la confianza en su vacuna para el coronavirus
El Rebecca Project hace mucho que cayó en el olvido, pero los ataques que reciben Gates y su fundación remiten a los mismos tópicos, solo que ahora el público objetivo es el mundo entero.
En abril, Diamond y Silk, dos conocidas defensoras de Trump, aseguraron que jamás se pondrían una vacuna creada por Bill Gates por haber convertido a los africanos en sus “conejillos de indias”. (Esta afirmación cobró fuerza cuando varios medios se hicieron eco de un falso rumor de que Gates planeaba probar su vacuna en Sudáfrica). “No me gustaría ponerme una vacuna creada por cualquier entidad, y mucho menos si la ha hecho Bill Gates, que ha luchado por controlar a la población. Lo mismo por lo que luchó Margaret Sanger”, expone Diamond al final del vídeo. “¡Abortos! ¡Genocidio!”, apostilla Silk.
En respuesta a esta y otras teorías de la conspiración, como la de que el coronavirus es una “plandemia”, la cadena conservadora Fox Nation se desvinculó de las declaraciones de esta pareja, pero Diamond y Silk no están solas.
La videobloguera y teórica de la conspiración Candace Owens tuiteó en abril que el “criminal de la vacunación Bill Gates” había utilizado “a niños de tribus africanas e indias para experimentar con vacunas no aprobadas por la Agencia de Medicamentos y Alimentación de Estados Unidos”. La semana pasada, declaró: “Bajo ninguna circunstancia me pondré ninguna vacuna que saquen contra el coronavirus. Jamás. Pase lo que pase”.
InfoWars, un famoso medio de extrema derecha y conspiracionista de Estados Unidos liderado por el mencionado Alex Jones, publicó un vídeo en el que se sugería que Gates era el sucesor de famosos eugenesistas, como Sanger y los nazis. Asimismo, le preguntó a la audiencia si “permitirían que el Gobierno les forzara a vacunarse”. En un sermón viral, el reverendo Danny Jones, pastor de una iglesia de 250 feligreses, predijo que Gates utilizaría las vacunas para dar paso a un nuevo orden mundial en el que a los cristianos se les obligaría a hacerse tatuajes biométricos.
En Twitter, cientos de personas aseguraron que el multimillonario había dicho públicamente que las vacunas podían servir para reducir a la población entre un 10% y un 15%. Eso en realidad se trataba de una mala interpretación de un discurso de Gates en el que teorizaba que aumentar la tasa de vacunación en los países en vías de desarrollo podía frenar el crecimiento de la población por un simple hecho: cuanto mayor es el porcentaje de niños que llegan a la edad adulta, menor es el número de hijos que tienen las familias.
Han circulado como la pólvora montajes fotográficos de que la Fundación Gates dirige un Centro para la Reducción de la Población Humana y Reuters y Snopes tuvieron que publicar artículos para desmentir el bulo. Anti-vaxxer y Pizzagate empezaron a compartir artículos viejos de C-Fam como pruebas de que Gates “piensa que hay demasiados africanos”. La petición lanzada por la Casa Blanca resucitó la vieja controversia sobre Kenia y desinformó a los nuevos creyentes sobre que Gates “ya había sido acusado de esterilizar intencionadamente a niños de Kenia mediante el uso de un antígeno hCG oculto en las vacunas antitetánicas”.
El sábado 9, la teoría de que Gates quiere controlar la población llegó al medio conservador One American News, que citó a uno de los manifestantes texanos contra el confinamiento: “Esto no es por la Covid-19 o por un virus. Todo esto lo hace para conseguir el control de la raza humana y limitar su población”.
Las teorías conspiranoicas contra Bill Gates también han resurgido en África. Hubo rumores infundados de que Gates sobornó a políticos nigerianos para aprobar una ley de vacunación obligatoria, pero cobraron tanta importancia que fue necesaria una investigación legislativa. Cada vez más influencers africanos de Twitter publican hilos que asocian a Gates no solo a tramas de control de la población, sino también a la historia completa del colonialismo a través de la violencia médica. Uno de ellos describe la planificación familiar de la fundación como “un genocidio en el África Subsahariana”. Otra señala que el multimillonario sería capaz de recurrir a “vacunas tóxicas contra el coronavirus” para mermar la población de Sudáfrica, ya que “ha quedado claro que su Depo-Provera no está funcionando con suficiente rapidez”.
Nancy Rosenblum, autora de A Lot of People are Saying: The New Conspiracism and the Assault on Democracy, explica que algunas personas utilizan la proliferación de teorías de la conspiración como un vehículo para hacer avanzar su agenda política, sacando partido de la gran controversia generada alrededor de Bill Gates para introducir sus argumentos a un público mucho más amplio. Para Quassim Cassam, autor de Conspiracy Theories, los ataques a Bill Gates reflejan una tendencia global hacia el populismo que se caracteriza por una profunda desconfianza de los expertos y el establishment.
“Cuando dices que son Gates y las grandes multinacionales las que han creado el coronavirus a través del 5G, es una forma de expresar un sentimiento antielitista”, indica Cassam. “Son fantasías, pero dan forma a sentimientos reales de esas personas”.
Sin embargo, el potencial impacto de estas fantasías podría ser terrible. Los abusos médicos que ha habido en la historia contra las personas de color ayudaron a fomentar la conspiración sobre el VIH y el sida, sostiene Rosenblum: que si es un arma biológica fabricada por el Gobierno, que si algunos medicamentos que salvan vidas son en realidad venenos... Debido a que el expresidente sudafricano Thabo Mbeki adoptó esta última teoría, la Universidad de Harvard cuantificó en más de 330.000 las personas que sufrieron una muerte evitable.
La Fundación Gates ya ha donado 300 millones de dólares para combatir el coronavirus y encontrar una vacuna. Decenas de millones de esa donación son para garantizar que los países pobres también tengan acceso a ellas. Las teorías de la conspiración que sugieren que la vacuna no es más que la guinda de un nefasto plan pondrían en peligro a muchas de las personas más desfavorecidas del mundo. Solamente en Estados Unidos, una encuesta realizada en abril desveló que casi un tercio de los estadounidenses rechazarían vacunarse contra el coronavirus.
Evidentemente, entre ellos están quienes acusan a Gates de planificar un inminente ataque eugenésico y quienes se están manifestando para reabrir la economía, aunque sea a costa de miles de vidas, sobre todo de personas de color. En vez de reflexionar sobre esa realidad, los líderes republicanos han llegado a argumentar que “hay cosas más importantes que vivir” y que la gente “tendrá que aceptar” un número ingente de fallecimientos.
La jueza suprema de Wisconsin desencadenó una oleada de críticas al decir que el mayor foco de contagios del coronavirus en uno de los condados del estado había sido una planta de procesamiento de carne (cuya plantilla está formada principalmente por minorías) y que la “gente normal” no corría tanto peligro. Un alto funcionario de California declaró que permitir que el virus se extienda entre las personas sin hogar, las personas mayores, las personas enfermas y las personas pobres era una forma “natural” de seleccionar a la gente para aligerar cargas a la Seguridad Social, crear puestos de trabajo y contar con más viviendas disponibles.
En este contexto, las acusaciones que están haciendo las derechas sobre la eugenesia o sobre el control de la población no solo son deshonestas, sino que constien la forma más inmoral posible de sacar partido de esta situación.
Este artículo se ha redactado en colaboración con Type Investigations.
Este artículo fue publicado originamente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.