La estrategia de Vox para normalizar el discurso de odio
La ONU advierte: "Hacer frente al discurso de odio no significa limitar la libertad de expresión, sino impedir que este mensaje degenere en algo más peligroso".
Cuando a la politóloga Ana Salazar le pasaron una foto del último cartel electoral de Vox colgado en el Metro de Madrid, no se creyó que la imagen fuera real, y pensó que se trataba de un bulo. Finalmente, los carteles sí existían; el único bulo que había ahí era la información que daba el partido de extrema derecha sobre los menores extranjeros no acompañados.
El Gobierno, asociaciones y partidos políticos denunciaron el uso de estos carteles como una forma de “criminalizar” a los menores, y aunque la Fiscalía solicitó su retirada inmediata por constituir un posible delito de odio, un juez de Madrid lo ha rechazado.
Hace sólo tres meses, Twitter tuvo que suspender temporalmente la cuenta de Vox por incitación al odio contra los musulmanes durante la campaña electoral catalana. Para la madrileña, el partido que lidera Santiago Abascal ha dado un paso más en esa línea, haciendo del racismo, la xenofobia y la humillación política su principal bandera para ganar votos.
Qué es el discurso de odio
El discurso de odio no es nuevo, pero en los últimos años preocupa especialmente a las instituciones. “Estamos presenciando una inquietante oleada de xenofobia, racismo e intolerancia, con un aumento del antisemitismo, el odio contra los musulmanes y la persecución de los cristianos. Se están explotando los medios sociales y otras formas de comunicación como plataformas para promover la intolerancia. Los movimientos neonazis y a favor de la supremacía blanca están avanzando, y el discurso público se está convirtiendo en un arma para cosechar ganancias políticas con una retórica incendiaria que estigmatiza y deshumaniza a las minorías, los migrantes, los refugiados, las mujeres y todos aquellos etiquetados como ‘los otros’”, denunciaba en mayo de 2019 el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres.
La ONU define el discurso de odio como “cualquier forma de comunicación [...] que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”.
Con Vox, estas distinciones son cada vez más habituales en el discurso político, pero antes de su irrupción, en España no se recordaba un señalamiento tan directo a un colectivo desde que en 2015 el alcalde de Badalona, Xavier García Albiol (PP), empapeló el municipio con carteles en los que presumía de “limpiar” Badalona, dando a entender que la suciedad era la población migrante. Albiol se escudó entonces en que su metáfora no hacía referencia a la inmigración, sino a la delincuencia. Con Vox no hay sutileza ni juegos de palabras y, de hecho, han seguido repitiendo a lo largo de toda esta campaña la mentira de que los menores no acompañados reciben un subsidio mensual de cuatro mil euros.
Objetivo: normalización
La estrategia es de sobra conocida por politólogos y sociólogos. Los partidos colocan un mensaje fácil y provocador y lo repiten hasta la saciedad; y luego las redes sociales y la crispación de la población hacen el resto. El problema es que los mensajes no son inofensivos: todos tienen el objetivo de captar votos, pero algunos pueden ir más allá, dando lugar a discriminación y violencia contra los grupos señalados.
Antumi Toasijé, historiador y presidente del Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial o Étnica (CEDRE), considera que Vox se ha fijado en la propaganda nazi para crear la suya. “Las ideas son las mismas, sólo que retocadas, con nuevos formatos y marketing. Se trata de señalar a los más débiles, culpabilizarlos de cualquier situación y simplificar el discurso al máximo para sacar rédito político”, enumera.
Toasijé explica que Vox busca en primer lugar “crear conmoción y polémica”, pero también “ir introduciendo aspectos más xenófobos y racistas en sus mensajes para ir normalizándolos”. Como cuando Abascal leyó una lista de apellidos aparentemente extranjeros para señalar a estar personas por recibir ayudas, o como cuando Javier Ortega Smith habla del “virus chino”, o como cuando Rocío Monasterio se acerca a las puertas de centros de menores para estigmatizarlos, o como cuando repiten en televisión la idea de los 4.700 euros como si ese dinero fuera a parar a los niños. Y parece que no pasa nada.
Los medios de comunicación también tienen —tenemos— responsabilidad en esto. Hace dos años, buena parte de la población se echó las manos a la cabeza cuando Santiago Abascal fue a ‘divertirse’ a El Hormiguero. Hoy ya no nos sorprende que Vox, sus representantes y sus ideas intolerantes tengan espacio en todos los canales y prensa.
Ese sería el primer paso de su estrategia: “Normalizarse, que se les vea como unos demócratas más que simplemente tienen opiniones distintas”. Esto ya lo han logrado, apunta Toasijé, y, de hecho, ya están presentes en instituciones y gobiernos autonómicos de la mano del PP y Ciudadanos. A partir de ahí, el objetivo es alcanzar mayorías, sin grandes aspavientos, y hacerse autoritarios. “Van viendo la coyuntura, van creando polémica y situándose como salvadores, escalando puestos y ganando adeptos”, ilustra.
Soluciones simplistas a realidades complejas
Citando el ejemplo del cartel, Toasijé abunda: “Habrá personas que ya antes pensaban que las pensiones de los mayores son tan bajas porque las ayudas sólo se dan a menores migrantes, cosa que es completamente falsa. Pues bien, si viene un partido y les da la razón, estas personas lo votarán”, al margen de que no tenga nada que ver la pensión de tu abuela con el dinero destinado al mantenimiento de centros de menores (españoles o no). “La gente quiere soluciones simples para explicar su realidad, y eso es lo que aprovechan estos partidos”, afirma.
Para el historiador, el discurso racista y xenófobo “siempre ha existido en España, digamos en petit comité”; la diferencia es que ahora ha saltado a la esfera pública y ya no está tan desacreditado. “Vox ha introducido la idea de que se puede hablar abiertamente de esto, como si tuviera que ver con la libertad de expresión y no con el ataque a los derechos de los demás”, explica.
El hecho de que este mensaje haya llegado a la esfera pública “es peligrosísimo —advierte Toasijé—, porque las lesiones a los derechos son constantes y se crea un clima de hostigamiento cada vez mayor, que no se sabe dónde puede terminar”, dice.
Como señala la Organización de Naciones Unidas, “hacer frente al discurso de odio no significa limitar la libertad de expresión ni prohibir su ejercicio, sino impedir que este tipo de discurso degenere en algo más peligroso, como la incitación a la discriminación, la hostilidad y la violencia, que están prohibidas por el derecho internacional”.
“Una bomba de relojería”
Ana Salazar, politóloga y consejera delegada de la consultora Idus 3, considera que la situación actual que vive España es “una bomba de relojería”. En una sociedad en crisis, los mensajes encendidos y simplistas de los políticos se propagan y calan aún más.
“Lo veo a través de los grupos de WhatsApp”, comenta la politóloga. Fue a través de este programa de mensajería como recibió la imagen de los carteles racistas de Vox, y precisamente por eso la puso en cuarentena en un primer momento, acostumbrada a recibir bulos por este medio. Luego pudo confirmar que era real, y esto vino a corroborar lo que la politóloga ya observaba desde hace tiempo —y que también se puso de manifiesto durante el debate de los candidatos en la Cadena SER—: “Vox ha entrado con el insulto en esta campaña electoral, con estrategias que emplean argumentos falaces”.
La población tiende a “comprar estos discursos” sin cuestionarlos demasiado, sostiene Salazar. “Apelan directamente a la gente, comparando a ‘tu abuela’, una señora indefensa, con un ‘mena’, al que representan encapuchado y con la piel oscura”, describe Salazar, en referencia a los carteles de Vox.
Antes de haber propiciado el final de los debates electorales en Madrid al banalizar las amenazas de muerte contra el candidato Pablo Iglesias, Vox convirtió a los menores extranjeros no acompañados en su diana favorita para esta campaña, aunque no es la primera vez que los señalan. Basta con irse a su programa electoral y leer el octavo punto, que incluye “expulsar de forma inmediata a los inmigrantes ilegales” y “clausurar los centros de MENAS”.
Salazar tiene claro que, con estos mensajes, el partido “incita al odio” y “trata de confrontar a la población llevándola a extremos propios de una guerra civil”.
Dónde está el límite de la “bajeza”
A Antumi Toasijé también le preocupa dónde está el límite de la “bajeza” de la estrategia de Vox. “Esto es un tanteo, para ver hasta dónde pueden llegar”, sostiene. “Pero como se les permita, habrá un siguiente paso, y un siguiente paso, y esto no tiene fin”, advierte el historiador. “Este panorama preludia situaciones terribles, y mucha gente no es consciente de la gravedad del asunto”, alerta.
Es cierto que una parte de la sociedad, los medios y la política se han plantado frente a la retórica incendiaria de Vox, pero también es cierto que la derecha ha preferido quitar hierro al tema. El principal partido de la oposición en España, el PP, se limitó a calificar los carteles xenófobos de “publicidad engañosa”, y a la hora de condenar las amenazas recibidas por Iglesias y miembros del Gobierno echaron mano del ‘condenamos, pero’.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (PP), ha acusado a Iglesias de fabricar “problemas inexistentes”, y con respecto a los carteles electorales de Vox, se desentendió totalmente del trasfondo racista del mensaje. Su forma de contraponerlos fue decir que el cuidado de los menores no depende de ella, sino del Gobierno central, y que la ley les “obliga” a integrar a estos niños.
En su Estrategia de lucha contra el discurso de odio, la ONU sostiene que hay que “hacer frente en todo momento” a este discurso “por una cuestión de principios”. “El silencio puede ser una señal de indiferencia al fanatismo y la intolerancia, incluso en los momentos en que la situación se agrava y las personas vulnerables se convierten en víctimas”, señala.
El organismo también aclara que “no se trata de un fenómeno aislado, ni de las estridencias de cuatro individuos al margen de la sociedad”. “El odio se está generalizando, tanto en las democracias liberales como en los sistemas autoritarios y, con cada norma que se rompe, se debilitan los pilares de nuestra común humanidad. [...] La propia identidad y la creación de la Organización tienen su arraigo en la pesadilla que sobreviene cuando no se planta cara al odio virulento durante demasiado tiempo”, advierte la ONU.