La escuela de la vergüenza
Personas abochornadas de lo que una vez fueron.
Graduados en Resentimiento y doctores en Vergüenza
El político Juan Carlos Girauta ha afirmado que se hizo maoísta para ligar. Bueno, son las pequeñas trampas del entrevistador. Lo que Girauta dice es aún peor: era maoísta sin leer a Mao. Y revolucionario por diversión. Si él tuviera unos añitos más habría coincidido con la generación de mis padres, que se la jugaron un poco más durante la Transición. Esto de ser maoísta para intentar follar es similar a lo que sostienen algunos botarates respecto a los hombres que se declaran feministas. Desde luego, qué gente más tonta hay en el españolismo si para mojar abrazan cosas tan mostrencas como el maoísmo. La declaración del camaleón de Ciudadanos (maoísta primero, del PSOE después, de lo que le pongan por delante pasado mañana) no es inocente: se ríe de los idealismos de la juventud. Y es muy sano reírse de las tonterías que uno ha dicho o hecho en el pasado, pero se aprecia un patrón preocupante en mucha gente: sienten bochorno por lo que fueron. Ahondemos un poco más en esa expresión del bochorno.
El crítico literario Harold Bloom explotó en los noventa la expresión "escuela del resentimiento" para atacar a sociólogos, antropólogos, historiadores, feministas y humanistas de todo pelaje. Para él, estos académicos estaban resentidos con la literatura. O peor aún: estaban resentidos con la vida. La escuela del resentimiento es un conjunto de pensadores, al parecer de Bloom, que no hace otra cosa que despotricar contra todo porque está profundamente amargado. A veces creo que al crítico norteamericano no le falta razón, pero esa solo es parte de la historia. Si en los noventa él alertaba contra la escuela del resentimiento, lo que ahora destaca es la escuela de la vergüenza: personas que sienten un rubor intenso por los valores que defendieron o por el estilo de vida que seguían. En pocas palabras, por lo que eran o representaban. No hablo de la sabia rectificación, sino de pasar de un radicalismo a otro, dejando una herida profunda entre el pasado y el presente. Candidatos de generaciones distintas a la mía no faltan para formar parte de esta desdichada escuela: Losantos, Sánchez Dragó, Juaristi, Escohotado, etcétera. Sin embargo, me duelen más los derrotistas de mi generación que se borraron del mapa y un buen día reaparecieron como la némesis de lo que una vez fueron.
Matrícula de honor en Vergüenza
La escuela de la vergüenza es diversa: autoproclamados izquierdistas que se arrepienten de no haber sido más fachas (quizás porque no mojaron siendo maoístas), heavys o rockeros que se cortan la melena y reniegan de la música o se vuelven abstemios para iniciar su conversión, hipsters que se flagelan por haber salido del moderneo, gordos y fumadores irredentos que pontifican sobre la vida sana, etcétera. El caso que más me escama, porque lo he sufrido muy de cerca, es el de los porretas que pasaron de vender chocolate a defender el control, el aumento de las penas y la guerra contra las drogas.
La escuela de la vergüenza es un modo de cinismo contemporáneo. Las ideas del pasado serían meras payasadas adolescentes que desembocan indefectiblemente en un pensamiento maduro y sereno, el de la renuncia o vergüenza de todo lo que haya forjado nuestra identidad.
Shame on me!
No sé si recuerdan a José María Aznar en un cortometrajedel genial José Luis Cuerda. El ex presidente popular le decía a Felipe González que sus mentiras habían quedado grabadas en vídeo. La gracia estaba en que vemos grabadas las mentiras de Aznar, no las de González. El cazador cazado. Pues lo mismo ha de valer para mí.
Mis palabras han quedado grabadas en esta columna del Huff. Si en un futuro me paso a la escuela de la vergüenza, por favor, no duden en restregarme por la cara mi propio texto.