La dislocación de lo local
Casi toda la corrupción que se ha ido detectando al pasar a la esfera judicial ha tenido su base nacional en el Partido Popular, bien enraizado en los poderes autonómicos y locales desde los históricos triunfos en las generales, acompañados de las elecciones en 2011, herederas del poder alcanzado en las grandes ciudades por la derecha de Aznar, el histórico descalabro de los recortes de ZP del 12 de mayo de 2010, y repetidos por Rajoy, expulsado a su vez por la moción de censura (basada en la Gürtel y otras operaciones de saqueo). Contaba el PP con la inestimable ayuda del "procés" catalán del independentismo, para esconder la corrupción de la familia Pujol, bajo el amparo convergente de CiU y de corruptos españoles de todas las raleas y autonomías. Incluida, claro está, la corrupción institucional en empleo y formación del PSOE de los EREs, que acaba con la salida de la Junta de Andalucía de los socialistas de Susana Díaz.
Son hechos que han ayudado a la decadencia de los populares y socialdemócratas que se prevé mortífera en el Parlamento Europeo. Después de que desaparecieran el centroizquierda y el centroderecha, con el abanico político del país fragmentado hasta unos extremos impensables hace sólo unos años, la izquierda ha asumido sin crítica una cultura dispersa, porque sus objetivos no pasaban por lo local, sino que antes se ponían otros objetivos de "mayor" alcance. Otra vez nos encontramos con el estribillo de Echenique contra la banca, que parece decidido a buscar alternativas a los grandes problemas, dejando los pequeños para otra ocasión que nunca llega. Entre otras cosas la izquierda fragmentaria se queda a las puertas, porque lo que no consigue la abstención de su propio electorado se lo procura ella misma con la aritmética electoral dividida, a la que casi nunca le salen las cuentas.
Las elecciones europeas de 2014 y las generales de diciembre de 2015 condicionaron dramáticamente la posición de Podemos en las municipales y sus alianzas y agrupaciones electorales fueron una excusa para no afrontar con su nombre el reto local. Bajo seudónimos, y otros subterfugios lingüísticos se creó una variedad de nombres, -algunos con siglas pintorescas-, que han acabado como "mareas" o diversas "confluencias" a las elecciones autonómicas en forma de coaliciones, movimientos, convergencias, o simples eufemismos. El 28 de abril y el súper domingo del 26 de mayo, en 2019 volveremos a enfrentarnos a las elecciones locales bajo la sombra de las generales, europeas y autonómicas, en una órbita de confusión que no permitirá fijar demasiada atención en los problemas y líderes de las ciudades, porque quedarán supeditados a mayorías que se decidirán en otros ámbitos; se adelanta el impuesto a la banca como "medida estrella" de la precampaña, invitando al PSOE a que no gobierne con Ciudadanos, cuando el problema es que Unidos Podemos no ilusione a su propio electorado, tal como indican las defecciones de las "mareas" y las dimisiones "en común" (Espinar, Domènech, Alamany,...). Por lo visto, cuanto más se maximiza el objetivo político más se fracciona la táctica para conseguirlo. Cuanto más lejos se ponen las miras, más imposible aparece la unidad popular, en tanto las derechas tri-patéticas se vuelven más y más posibles.
Alguien parece haberse dislocado en lo local. Y no somos los ciudadanos. Nuestros líderes de la izquierda fragmentaria, actúan como si la responsabilidad fuese de otros, cuando el liderazgo local tiene nombres y apellidos, tiene partidos y coaliciones, y, si no, puede tener agrupaciones de electores, no experimentos gaseosos, llamadas a la moral o la megalomanía de los mensajes. Ahora hay que ganar las elecciones a varios niveles de estructura, con muchos ensamblajes de coordinación y cooperación. Sin embargo, eso no parece tener importancia. Se supone que si el centro izquierda está desilusionado por las meteduras de pata de sus líderes y su desprecio de la democracia, de la tolerancia, o de la simple buena educación, eso no es cuestión nuestra. Parece que fuera competencia de otros. La culpa o la responsabilidad de los errores (muchas veces la "culpa judeo-cristiana"), también se echa fuera. Hay errores garrafales de los jefes y las jefas, a veces desaparecidos de la escena. Entre los dislates que más cuentan -y mucho-, están, por ejemplo, hablar más con Puigdemont que con Errejón, proponer a los entrenadores favoritos más que a los equipos ganadores, o apretar el gatillazo de la expulsión antes que el debate, obviar las primarias, o saltárselas, "a la torera", como en el Pacto de Toledo. En lugar de aprender de Nueva York, donde se ha plantado cara a la globalización capitalista, bloqueando la nueva sede de Amazon en Long Island, con el impulso del movimiento vecinal y el liderazgo de la senadora demócrata Alexandría Ocasio-Cortez, - frenando la gentrificación -, aquí consideramos "menores" los problemas locales.
Tanto desconfiar de los transversales, de los independientes, de los ecologistas, o de los que quieren ensanchar el espectro del pueblo, lleva a desconfiar de aquellos que humildemente defendemos opciones de unidad municipal para gobernar para la gente donde la gente está, que es en las ciudades. Trabajando por acuerdos colectivos en lugar de ir produciendo tirones antidemocráticos y luxaciones de lo local, que tardaremos años en rehabilitar, si seguimos dando argumentos a la abstención de la izquierda, de los votantes de Unidos Podemos.
Es evidente que la financiación de los servicios públicos y las infraestructuras dependen de los Presupuestos Generales del Estado. Pero la pobreza, la exclusión y la calidad de vida son la primera prioridad de la izquierda en el 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas de los ayuntamientos españoles, celebradas el 5 de abril de 1979. Sin ellas, España no sería hoy lo que es, a pesar del latrocinio y el expolio a que se ha sometido a las Corporaciones locales bajo mandatos sin escrúpulos de tantos sinvergüenzas.
Como demuestra el caso Amazon en Nueva York, la alternativa al capitalismo global empieza por nosotros, los ciudadanos, no sólo en los Estados, sino en la democracia primigenia de las ciudades. Si la dislocación de lo local continua en esta primavera electoral, frustraremos el impulso y el liderazgo de los que tenemos algo que hacer frente a la desigualdad. Un estado de cosas que no puede olvidar que ni las izquierdas, ni los populismos de izquierdas somos nacionalistas, ni tampoco que los progresistas españoles no podemos abstenernos, achacando siempre nuestros fallos a los demás.