La diplomacia española se viste de punky
El vicepresidente Pablo Iglesias busca arrastrar a nuestro país al eje bolivariano.
Si Pablo Iglesias me invita algún día a visitar su chalet de Galapagar debo confesarles que lo que más interés me despierta no es la piscina o los DVD de Juego de Tronos. Una vez pasado el cordón de la Guardia Civil que protege su casa, y si al vicepresidente del Gobierno no le importa guiarme por la misma, mi curiosidad me conducirá irremediablemente al vestidor que sin duda tiene en sus 248 metros cuadrados de chalet.
Entiéndame, como liberal, creo que la vida privada de nuestros políticos es asunto exclusivamente suyo, pero siempre he sospechado que el armario del vicepresidente debe ser un fiel reflejo de su ideología. Intuyo que, como en el ideario de su partido, junto a las camisas de Alcampo de los inicios de Podemos y las más recientes americanas de una talla que no es la suya, Iglesias debe conservar todavía los atuendos de su juventud, incluida la prenda de rigor para todo revolucionario de veinte años que se precie: una camiseta con la cara del Che Guevara.
Además de un homófobo y un criminal que disfrutaba matando, el Che Guevara es la cara del movimiento revolucionario en América Latina, hoy idealizado por una izquierda pija que añora el comunismo porque tuvo la suerte de no padecerlo.
Los herederos de esos movimientos revolucionarios son cada vez menos, pero la izquierda europea los jalea con entusiasmo. Hugo Chávez murió sin dignarse a ver el sufrimiento que sus políticas han traído a Venezuela. Daniel Ortega vive atrincherado y bien protegido frente a la covid-19, mientras sus hijos disfrutan de una vida de lujos con los que la mayoría de nicaragüenses solo pueden soñar. Argentina y México, por su parte, volvieron a votar por la irrelevancia, y en contra de ocupar el puesto que les correspondería en la política iberoamericana y global.
Y luego está Bolivia, que ocupa un lugar especial en imaginario de la izquierda española, al incluir indigenismo y anticolonialismo en la mezcla. Y dinero, claro.
Como demuestran los pagos millonarios del gobierno boliviano a Neurona, la consultora de Podemos, entre Pablo Iglesias y Evo Morales hubo algo más que afinidad política y admiración compartida por el Che Guevara. Gracias al fraude electoral de Morales en 2019 y su posterior huida, la presidenta interina de Bolivia Jeanine Áñez pudo sacar a la luz estos negocios con Neurona, que puso en manos de la justicia ante las sospechas de pagos inflados. Pero los errores de Áñez y la división de la oposición han permitido la vuelta al poder de los partidarios de Morales, lo que hace temer por la continuidad de estas investigaciones y la depuración de responsabilidades en Bolivia y España.
Sin duda este asunto debió estar muy presente en la apretada agenda de Iglesias durante su visita a Bolivia para la toma de posesión del nuevo mandatario. El vicepresidente tuvo también tiempo para apoyar manifiestos “contra la ultraderecha”, excluir al rey Felipe VI de una cena con el presidente argentino y, en la mejor tradición de nuestro Gobierno, mantener un encuentro con el canciller de Nicolás Maduro, lo que ha levantado ampollas en nuestro Ministerio de Exteriores.
A los que llevamos meses alertando de la podemización de nuestra política exterior no nos sorprende que hasta la ministra González Laya se eche las manos a la cabeza por la irresponsabilidad de Iglesias. Igual que está dispuesto a condicionar la recuperación de España al apoyo de ERC y Bildu, el vicepresidente busca arrastrar a nuestro país al eje bolivariano, lo que pone en peligro la causa de la libertad en América latina, y compromete nuestra credibilidad ante aliados tan importantes para España como EEUU.
Pero aún hay tiempo de evitar que España acabe del lado equivocado de la historia en América Latina. Al Gobierno de Pedro Sánchez le urge un cambio de socios si no está dispuesto a echar por tierra cuarenta años de política exterior española.
Pablo Iglesias ha demostrado que sabe cambiar cuando le conviene. Cambió su plaza de profesor por la cartera de ministro, y su pisito de Vallecas por un chalet en la sierra madrileña. Esperemos por el bien de la diplomacia española que sepa cambiarse de camiseta y tirar la del Che Guevara. O que al menos alguien tenga el sentido común de apartarlo de los mandos de nuestra política exterior, antes de que sea tarde.