La danza del fuego

La danza del fuego

Me parece una chorrada de mucho calibre...

La ciudadana Sandra Kistern, de profesión “influencer”, y a la que supongo en pleno uso de sus facultades mentales (por suponer que no quede), ha difundido un vídeo en el que se puede contemplar su muy encomiable cuerpo desatado en un baile desenfrenado y vibratorio, al que llaman “twerk” junto a una de las barricadas que durante la semana pasada hicieron de las calles de Barcelona un campo de batalla.

Ella misma previó las críticas que su actuación levantaría y adjuntó un texto en el que explicaba que la danza del fuego era su forma de encauzar la protesta, lejos de la violencia que dice aborrecer.

Mejor hubiera hecho, en mi opinión, si hubiera declarado la verdad de sus intenciones. Lo que algunos malpensados han interpretado como un baile de intenciones publicitarias, es, en realidad, una danza de la lluvia con la que buscaba atraer el aguacero capaz de apagar las llamas y refrescar los ánimos. No le falta mérito si pretendía enfriar al personal mientras ella se calentaba entre hogueras y sacudidas de cadera.

Si no es así, no me lo explico.

Vaya por delante que si la ciudadana Sandra Kistern puede (y claro que puede) hacer uso de la libertad de expresión para marcarse un baile absurdo en medio de la batalla, yo puedo hacer uso de la misma para declarar sin solemnidad alguna (tampoco es para tanto) que su actitud me parece una chorrada de  mucho calibre.

Más fuego convocó la catalana Carmen Amaya cimbreando su cuerpo sobrenatural por los descampados del Somorrostro, tormenta de taconeos sincopados y miradas por las que fluía un espíritu en lucha.

O Antonio Gades, retando en las Ramblas a las mangueras de la madrugada y a las mesas de los veladores a sostener su rabia y su alegría por la vida y por la muerte cercana.

Los Tarantos, además de dar unas cuantas lecciones acerca de las historias inacabables, aquellas que resisten cualquier lugar y cualquier acento, reivindicó, tan pronto, la Barcelona mestiza, abierta al mar y a todos los caminos inciertos; una ciudad cuyas calles se poblaban de cuerpos y ritmos, no de fachadas y señales.

Menos dada al movimiento, Elena Rybalchenko, alias  Fitness mama, una joven rusa que ha montado su negocio en Instagram, ha tenido también la ocurrencia de aprovechar los enfrentamientos de Via Laietana para hacerse la foto de rigor ante las llamas y los adoquines arrancados. En ella exhibe esa expresión tan propia de las modelos de alcurnia y que está a medio camino entre el sepelio de un pariente cercano y el estreñimiento.

El comentario que acompaña a la imagen no tiene desperdicio, porque todo él es un desecho: “Barcelona parece una película de acción de Hollywood”.

A Barcelona le sobra bastante vida para superar el daño que los mocitos del adoquín y la gasolina puedan ocasionar.

Urge recuperar, mediante decreto-ley si es preciso, las películas en que Humphrey Bogart, John Garfield, James Mason o Edward G. Robinson (también el encantador Cary Grant) nos mostraban el verdadero rostro del mal. Pobre cine es el que trapichea con fuegos de artificio a falta de personajes.

A Barcelona le sobra bastante vida para superar el daño que los mocitos del adoquín y la gasolina puedan ocasionar. Me consta que en barrios no tan alejados, le gente seguía sentada en las terrazas, discutiendo acerca de la situación entre cervezas y mentes despejadas. Por no hablar de las manifestaciones multitudinarias que clamaron sus reivindicaciones sin dejar una sola mancha en el mobiliario urbano.

También podrá superar la molestia menor (un par de minutos de distracción para los bomberos) de quienes aspiran a conseguir su momento de gloria mostrando la belleza que creen atesorar, sin importarles si molestan a quienes luchan (y no tengo en cuenta la pertinencia de fines y métodos), y más a quienes sufren las consecuencias de la lucha.

Elegante fue el paracaidista inglés que saltó sobre la Holanda ocupada llevando un paraguas.

-No creo que te sirva para mucho -le comentó un compañero.

-Al contrario -respondió con la imperturbabilidad que le supongo- Imagina que se pone a llover...

Qué lejos está el individuo que se hizo una foto, pura sonrisa y satisfacción por haberse conocido, en la cabina de pasajeros de un reactor, acompañada por un texto en el que lamentaba el accidente aéreo recién ocurrido (aún humeaban los restos) e incluía el nombre de la compañía que lo había llevado sano y salvo, supongo que también gratis, a destino.

O los tiparracos que aprovecharon los barracones de Auswichtz para exhibir sus modelitos.

Cuando visité la exposición que paró en Madrid hace un año acerca del horror nazi, me sorprendieron aquellos que se fotografiaban con su móvil, enmarcados sus morritos de beso en los dedos que formaban la uve, ante las más escalofriantes fotografías o los objetos originales que ilustraban la atrocidad.

La “influencer” Sandra Kistern me ha recordado los títulos de crédito de Panorama para matar, la última película en que Roger Moore (¿para cuando un monumento a su socarronería?) encarnó al agente 007. En ellos, los nombres del reparto y el equipo técnico se impresionaban sobre el baile de las inevitables modelos, pintadas en esta ocasión con colores fosforescente que imitaban las llamas mientras Duran-Duran cantaba “Dance into the fire...”

A su vez, la “influencer” Elena Rybalchenko me ha traído a la cabeza la sosería de la mayoría de las chicas Bond, dotadas de la misma expresividad que la foto de un caballo en el programa de las carreras.

Barrunto que estamos a falta de martinis. Incluso con vodka o, si no hay más remedio, con orujo del Bierzo a temperatura ambiente.

Pero es que hay influencias que no se aguantan estando sobrio.

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MOSTRAR BIOGRAFíA

He repetido hasta la extremaunción que soy cocinero porque mi primera palabra fue “ajo”. Menos afortunado, un primo mío dijo “teta”, y hoy trabaja en Pascual. En sesenta años al pie del fogón (Viridiana ya ha soplado cuarenta velas) he presenciado los grandes cambios, no siempre a mejor, de la hoy imparable cocina española. Incluso malician que he propiciado alguno. En otros campos, he perpetrado cuatro libros de los que no me arrepiento (el improbable lector lo hará por mí). Fatigué también a los caballos de carreras retransmitiendo éstas durante varios años por el galopante mundo. He desperdigado una reata de artículos de variado pelaje y escasa fortuna. También he prestado mi careto para media docena de cameos, de Berlanga a Almodóvar, hasta que comprendí que mi máxima aspiración como actor podría ser suplantar al hombre invisible. En mi lejano ayer quise ser jockey, pero la impertinente báscula me disuadió. Y por mi parte basta que, como sentenciaba un colega, “es incómodo escribir sobre uno mismo. Mejor sobre la mesa.”