La CUP, pieza clave del tablero político catalán
Esta organización independentista ocupa una posición central en los acontecimientos que se han sucedido en Cataluña en los últimos años.
En el embrollo político, y también social, que vive permanentemente Cataluña desde el 2012, hay una variable de la que se habla poco o nada. Una cuestión que a menudo se aborda con tópicos. Me refiero al papel que juega la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) en la dinámica política catalana. Sin embargo, la CUP es una organización que ocupa una posición central en la serie de acontecimientos que se han sucedido en Cataluña en los últimos años y que se conocen con el nombre de “el Procés”.
La influencia de este partido, de su estrategia, incluso de sus tácticas, en el mundo independentista es indiscutible. No deberíamos dejarnos engañar por sus vaivenes electorales. Las coyunturas adversas les afectan poco, en primer lugar, porque continúan condicionando la estrategia independentista a corto plazo, y porque su estructura organizativa no está vinculada a cargos públicos ni a sueldos ni a la financiación asociada a los escaños.
Ellos viven orgánicamente en otra realidad. Mantienen sus “casals” y “ateneus” con el esfuerzo de su militancia, mayoritariamente joven y muy activista, no tienen cargos orgánicos remunerados, sus diputados tienen un tope salarial y rehuyen el liderazgo. Tienen una presencia importante en las asociaciones cultuales y deportivas, en donde a menudo se forja la conciencia política de los jóvenes.
Además, están presentes en ámbitos en los que la lucha social se visibiliza, como en los sindicatos, no solo en los minoritarios como la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Coordinadora Obrera Sindical (COS) sino también en UGT y en Comisiones Obreras, o en las entidades que luchan contra los desahucios, la discriminación racial y la xenofobia o a favor de los derechos de las mujeres.
Es verdad que sus militantes tienen un sesgo sociológico de clase media y que les cuesta entrar en los barrios populares de la corona metropolitana de Barcelona, pero no son ajenos a las problemáticas sociales que atraviesan a nuestra sociedad, aunque las supeditan a una estrategia ideológica que tiene la separación de España como el objetivo principal.
Gestionar el “mientras tanto” no es su prioridad, y lo dicen claramente, porque eso les obligaría a admitir que deben cohabitar con un proyecto capitalista al que dicen combatir frontalmente.
Sin embargo, no son ajenos a la gestión política porque su presencia institucional en los ayuntamientos no ha dejado de crecer y porque han consolidado propuestas municipalistas que se alimentan no tanto de una agenda transformadora radical, que se ve limitada por un contexto económico y jurídico que dificulta su ejecución, como de comportamientos públicos honestos y transparentes.
Las Candidatures d’Unitat Popular nacieron a principios de los años noventa del siglo pasado en el marco del proceso de fragmentación que vivió la izquierda independentista que renunció a integrarse en Esquerra Republicana de Cataluña a través de la operación propiciada por su secretario general Ángel Colom, y que tenía como objetivo normalizar la vida política catalana a través de la desmovilización de Terra Lliure, una organización que cometió más de doscientos actos violentos y que se disolvió definitivamente en 1995, y de las organizaciones que, como el Moviment de Defensa de la Terra (MDT), le daban cobertura política.
Una parte de los militantes del MDT, aquellos que no quisieron integrarse en ERC, apadrinaron una experiencia municipalista que, aunque fracasó inicialmente, está en la prehistoria de las CUP. Se trata de la Assemblea Municipal de l’Esquerra Independentista (AMEI), que pretendía coordinar a todos los concejales de la izquierda independentista elegidos en diversas candidaturas municipales unitarias, aparte de impulsar algunas propias.
Esta iniciativa política fracasó pero se reactivó en el año 2000 a partir del “proceso de Vinaroz”, la enésima reorganización del independentismo radical, en la que se fraguaron las primeras candidaturas municipales de las CUP, que se definió en ese momento como una organización independentista, ecologista, feminista y anticapitalista que buscaba implantarse no solo en Cataluña sino también en la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares y el departamento francés de los Pirineos Orientales, los territorios históricos que el independentismo incluye en su proyecto de Països Catalans.
Desde su creación, la CUP tuvo un crecimiento electoral exponencial, especialmente en el ámbito municipal. En 2003 presentaron 10 candidaturas propias y 8 en coalición; en 2007 armaron 50 listas y obtuvieron 27 concejales; en 2011 consiguen sus primeras alcaldías y multiplican por cinco sus resultados; en 2015 entran en el gobierno de Badalona, la cuarta ciudad de Cataluña; y en 2019 presentan candidaturas en algunos municipios de las Islas Baleares y forman parte de 43 gobiernos municipales.
Por otra parte, en 2012 la organización decide presentar una lista a las elecciones al Parlamento de Cataluña que obtiene tres diputados, que tres años más tarde, en 2015, se convertirán en 10, bajando a 4 en 2017 y volviendo a subir a 9 en 2021, en una candidatura que encabezaba la antigua alcaldesa de Badalona Dolors Sabater.
No obstante, no son solo los guarismos electorales los que han situado a la CUP en una posición decisiva en los últimos años, sino la aritmética parlamentaria, ya que son claves para decidir los gobiernos de la comunidad autónoma.
Así pues, en 2015 obligaron a Artur Mas, el líder de la otrora poderosa Convergencia Democrática de Cataluña, a renunciar a la carrera presidencial para dar su apoyo a un gobierno independentista, que finalmente presidió Carles Puigdemont.
Su concurso resultó igualmente decisivo para que Joaquim Torra accediera a la presidencia de la Generalitat en 2018.
Ahora, en 2021, su apoyo vuelve a ser indispensable para formalizar un nuevo ejecutivo independentista.
Además, los “cupaires” ofrecen al independentismo buena parte de la táctica política que pone en práctica. El unilateralismo, el asambleísmo, la desobediencia, la autoorganización, que cristalizó en los Comités de Defensa de la República, la ocupación de las calles y la movilización constante llevan el indudable sello de la CUP. Todo ello los convierte en la pieza clave del tablero político catalán.