La culpa de todo no la tenía Yoko Ono
La historia canónica (esa que las feministas queremos deconstruir día sí y día también) ha construido un relato tan sesgado y parcial que nos ha impedido conocer, de verdad, las historias de quienes no entraban en esa norma. Las mujeres son (por ser la mitad de la humanidad) las más perjudicadas con este reparto injusto del relato histórico, pero también se han quedado fuera grupos minorizados que no encajaban en el discurso oficial, esto es, quien no fuera varón, blanco, de clase media o alta, heterosexual y occidental.
Así, hemos contemplado una y otra vez el eterno relato de las malas mujeres, las femme fatale, esa construcción simbólica patriarcal de las mujeres como peligrosas y capaces de condenar a los hombres a su perdición. Nosotras siempre somos las malas, aunque las estadísticas digan lo contrario, aunque no hayamos podido tener una voz propia en tantos siglos… Y, aún así, seguimos perpetuando esta idea (que parte de la historiografía religiosa también) de la mujer como perversa. Fue Salomé con Herodes, fue Eva con Adán, fue Pandora con su caja…y lo han sido Marina Abramovic, Gala, Marylin Monroe, Yoko Ono, o incluso Ana Mendieta con Carl André (según Manuel Borja Villel, director del Museo Reina Sofía “La carrera de Carl Andre ha sufrido por la muerte de su mujer” – ella se precipitó desde su apartamento en Nueva York, en medio de una fuerte discusión de ambos, a ella se la escuchó decir “no, no, no” y él apareció lleno de arañazos. Fue acusado de asesinato pero absuelto en un juicio poco claro. Sin embargo, aún hoy, pareciera que el mayor afectado sea él, no ella…).
En esta ocasión me gustaría detenerme en Yoko Ono, por ser de las creadoras vivas más interesantes y menos reconocidas. ¿Quién es realmente Yoko Ono? ¿Era simplemente “la pareja de”? Parece que no (aunque sigamos insistiendo en que ellas sean “musas de” cuando la fama de ellos eclipsa el trabajo de ellas). En el caso de Yoko Ono, es pionera en el arte conceptual y de performance, fue de las primeras en incluir la participación en sus acciones y su trabajo es reconocido como uno de los mejores en el arte contemporáneo de las últimas décadas. Ono es también de las primeras artistas feministas, y ha trabajado con vídeo, objetos, cine, sonido, instalaciones, performance…y su corpus creativo se ha centrado en convertir al público en un elemento activo de la obra, interviniendo, tocando, produciendo, formando parte del resultado final.
Resulta, como poco, paradójico que Ono se quedase apartada, conocida simplemente por ser pareja de John Lennon, cuando realmente ella ya era célebre antes que él y llevaba, por cierto, mucho tiempo trabajando. De hecho, cuando se busca a Yoko Ono en la Wikipedia en español esta es su presentación: “Yoko Ono es una artista japonesa. Fue integrante del colectivo Fluxus. Es conocida por ser la segunda esposa de John Lennon, quien le dedicó parte de su trabajo. Se casaron en Gibraltar el 20 de marzo de 1969.” Lo de Fluxus se resume en cinco palabras. Lo de “la esposa de” en diecisiete. Me recuerda esto a Louise Bourgeois, que vio reconocido su trabajo, al fin, con una exposición en el templo que marca el reconocimiento máximo en el arte contemporáneo, el MoMA de Nueva York, en 1982. Bourgeois tenía 74 años (y por cierto, la comisaria fue Deborah Wye, feminista).
Ono ha expuesto en los últimos años el proyecto “Dream Come True” en Argentina, en la que fue su primera individual en el país (con 83 años); lo hizo en el MALBA, uno de los museos con más reconocimiento internacional. Para la ocasión convocó a mujeres que hubieran sufrido algún tipo de violencia sólo por el hecho de ser mujeres, creando una obra final compuesta a base de fotografías de los ojos de estas mujeres, que enviaban también un pequeño testimonio personal, de manera anónima. Esta instalación, “Arising” (Resurgiendo), se convierte en un grito visual conjunto, una mirada directa, dura, sin concesiones, para mirar a los ojos a quienes han sufrido la violencia solo por el hecho de ser mujeres.
La artista ha trabajado desde siempre con el feminismo en su creación, como la performance “Cut piece”, de 1965, donde el público le cortaba la ropa con unas tijeras hasta dejarla desnuda. Ella, sentada en el suelo, esperando a que se acercaran y, uno tras otro, cortándole la ropa hasta dejarla sin nada. Su incomodidad se palpa a medida que pasan los minutos.
Tras más de 50 años trabajando, parece que aún falta mucho camino por andar y muchas ideas por reformular. El siempre necesario feminismo en cualquier campo de pensamiento parece no menos necesario en el del arte, sobre todo para trazar otras posibilidades visuales y de relato alejadas de una visión sesgada y parcial de las aportaciones de las mujeres.