La chica de la curva
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La chica de la curva

La chica va en sentido contrario y se aproxima al coche lentamente...

Imagen de El diablo sobre ruedas.

Siete de la tarde. Conduzco por una carretera secundaria de doble sentido, de esas que son estrechas hasta la saciedad. El calor es sofocante, los cristales arden y el interior del coche comienza a asemejarse a El coloso en llamas. Enciendo el aire acondicionado. Más consumo y más contaminación para este castigado planeta. Sigo concentrada en la carretera cuando, en plena curva, emerge de la nada una joven que camina por mi carril. La chica va en sentido contrario y se aproxima al coche lentamente. Su cabello es largo y lacio como el de la protagonista de The Ring y lleva una camiseta gris con shorts negros. Intento que entienda mi desaprobación, pero deambula ensimismada mientras manipula su smartphone. Suerte que, de los dos, al menos su teléfono es inteligente.

En medio de la curva y con ella tan cerca, aminoro la marcha para evitar introducirme en el carril contrario. Prácticamente paro el coche, no puedo garantizar la seguridad de los que vienen de frente, de mi acompañante ni de la aparición. Allí, en medio de aquella carretera, a escasísima velocidad, espero que se aleje mientras pienso en si será o no real. Imagino que sí porque, aunque no sea experta en parapsicología, todavía no se han descrito casos de ningún fantasma, ectoplasma o aparición que utilice iPhone. O puede que sí, pero, incluso en el caso de que alguno sea tan tecnológicamente evolucionado, se me antoja extraño que también lleve mascarilla. Absurda medida de protección para alguien que decide poner su vida en peligro de semejante modo.

Durante el tiempo que dura la reacción de ver, aminorar, pensar en todas las consecuencias y actuar, solo un aspecto me alivia, y es no haberme encontrado a un desquiciado conductor detrás de mí, algo que ocurre con demasiada frecuencia.

Quizá el rasgo más característico de 'El diablo sobre ruedas' es su velocidad, la sensación acelerada de que el peligro acecha y de que es ineludible.

Algún día, deberá diseñarse una campaña de seguridad vial dirigida a los instigadores, a aquellos que, por prisa, mala educación o egocentrismo se creen en el derecho de apisonar a quienes les preceden obligándoles a cambiar de carril, a ir más rápido o a tomar una decisión drástica que, en circunstancias normales, jamás asumirían.

Esos vehículos, valiente sinécdoque para eludir la responsabilidad de los conductores y no del coche, suelen mostrarse incapaces de percibir el conflicto y pretenden pasar por alto las circunstancias, la velocidad requerida, la seguridad y hasta la vida. Sin duda todos tienen una cita inexcusable que requiere del minuto y medio que les ofrece el hostigamiento.

Cada vez que me encuentro con un conductor de este tipo, irracional, maleducado y un punto siniestro, pienso en la opera prima de Steven Spielberg El diablo sobre ruedas (1971). No es fácil conseguirla, me consta, y su emisión en abierto es prácticamente inexistente, pero es una película que no se pueden perder.

Se trata de un telefilme trepidante escrito por Richard Matheson adaptando la novela Duel de Billy Goldenberg para la pequeña pantalla. No es necesario ahondar mucho en su argumento, el título en español no deja lugar al equívoco, como en el caso de La semilla del diablo (1969, Roman Polanski).

La historia es aparentemente sencilla. Un conductor mundano (Dennis Weaver) se ve acosado por un camión cisterna durante todo el viaje en el que atraviesa el desierto. Por mucho que intenta zafarse de la mole amenazante, le es imposible, aquel camión solo está destinado a arrollarle.

El montaje es frenético. El conductor no sabe cómo desembarazarse del camión y, aunque alerta a distintos personajes, nadie parece creerle.

Lo más desasosegante, además de que el conductor del camión es prácticamente inexistente, es que el protagonista no es un hombre atlético ni un deportista o un conductor preparado, es una persona normal y corriente que se encuentra sorprendido por una situación extraordinaria. Su atuendo choca frontalmente contra el estereotipo de piloto de carreras, con su traje mal planchado, su camisa, sus zapatos de piel usados y su corbata estrecha. Lejos queda la imagen de Steve McQueen o de Paul Newman al volante de sus flamantes coches deportivos. El vehículo de David Mann es Plymouth Valiant cuya apariencia, hoy en día, es la de un utilitario rayano en lo ordinario.

Cada vez que me encuentro con un conductor de este tipo, irracional, maleducado y un punto siniestro, pienso en la 'opera prima' de Steven Spielberg 'El diablo sobre ruedas'.

Quizá el rasgo más característico de El diablo sobre ruedas es su velocidad, la sensación acelerada de que el peligro acecha y de que es ineludible. A esto contribuye el montaje sincopado de Frank Morriss, un editor que se especializaría en rodajes con escenas al volante como en El Trueno Azul (1983) o Cortocircuito (1986) ambas de John Badham.

La chica de la curva tardó en alejarse, pero al fin lo hizo sin despejar el interrogante de si era o no real. Para ser sincera, no es relevante que formase parte del universo de los vivos antes de encontrarme, sino que lo estuviera después de mi paso. Quién sabe si aquella chica era o no una visión. Tal vez los tiempos de postpandemia también han hecho cambiar el mundo de lo paranormal.

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Lucía Tello Díaz. Doctora y profesora universitaria de cine. Directora y guionista.

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